La anástasis misericordiosa
Por varios siglos nos hemos acostumbrado a la iconografía pascual que nos representa al Señor Jesús victorioso saliendo del sepulcro con un banderín blanco que en su interior contiene una sutil cruz haciendo alusión indudablemente a la muerte del Señor en el patíbulo de la cruz. La representación es muy significativa, sin embargo, podríamos preguntarnos si ella corresponde a lo que la teología, la catequesis y la iconografía misma de los primeros siglos del cristianismo conocieron.
Para profundizar en este tema es absolutamente necesario saber que la iconografía cristiana antigua tiene sus inicios a finales del siglo II y principios del III y nace, curiosamente, en los cementerios en donde los cristianos expresaban la esperanza en la vida gloriosa prometida por la fe a la que habían adherido con todo su ser, a través de símbolos que adoptaron de otras culturas o tradiciones religiosas.
Uno de estos primeros símbolos y quizá entre los más conocidos fue el “pez” cuya transliteración griega es (ιχθυς) y que entre los cristianos se leía como acróstico del compendio de la fe en el Salvador (Jesucristo Hijo de Dios y Salvador). Además de este símbolo se utilizaban en las lápidas también aquel de la paloma con el ramito de olivo recordando la salvación después del grande diluvio; el XP (ChiRo) iniciales de la palabra Cristo en griego. También el ancla, etc. Todos estos símbolos son justamente eso: símbolos que remiten a otra realidad.
Los cristianos de los primeros siglos ciertamente no usan representaciones “humanas” debido a la “prohibición bíblica” que el judaísmo conocía y que transmitió también al naciente movimiento cristiano. Con el expandirse del cristianismo por el mundo grecorromano del mediterráneo y al entrar en contacto con el paganismo, el cristianismo comprendiendo el peligro de un sincretismo, al principio niega el uso de las imágenes, pero, atento al elevado porcentaje de analfabetismo de las poblaciones, de hecho, eran pocos los que tenían acceso a una formación adecuada, empezará a utilizar los símbolos ya no sólo en los cementerios sino también como apoyo catequético en la predicación.
Son dos las primeras figuras “humanas” que entran en el simbolismo cristiano: el “orante” (personaje con las manos alzadas) que aparecerá en muchas lapidas y en los frescos de las primeras construcciones de culto cristiano. Y el “pastor” que apacienta sus ovejas, en las civilizaciones tanto agrícolas como pastoriles, toma el significado de la armonía cósmica y de la felicidad. Este mismo símbolo del pastor, en el mundo grecorromano donde se desarrolló el cristianismo, la vida de los pastores fue idealizada, tanto que llegó a ser la imagen de la vida paradisiaca de los difuntos en el más allá.
La Biblia también contiene motivos pastoriles muy frecuentes. En el tiempo en que un rey gobierna Israel. La sagradas Escrituras recuerdan al pueblo que no hay otro rey que Dios: Él es nuestro Dios, y nosotros el pueblo de su rebaño, el rebaño que Él conduce (Ps 94, 7). Y como este hay muchos versículos en los libros del Antiguo Testamento que presenta a Dios como el gran Pastor de su pueblo.
Por este motivo se comprende perfectamente porqué el Nuevo Testamento presente a Jesús como el Pastor que vino por las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mt 10, 6). Como aquél que tiene compasión de las multitudes que son como ovejas sin pastor por falta de enseñamientos adecuados (Mc 6, 34). Pastor y guardián de sus almas (1Pt 2, 25). La parábola de la oveja perdida nos presenta un pastor que arriesga todo para salvar una sola oveja y un discurso del Evangelio de Juan describe a Jesús como el buen pastor que da la vida por sus ovejas (Jn 10). Por este motivo en el arte cristiano antiguo se encuentran aproximadamente novecientas representaciones de esta imagen del Pastor.
La parábola de la oveja perdida figura de la Encarnación, de la Pasión y del descenso al lugar de los muertos.
Un buen pastor es capaz de dejar toda su grey para salvar una sola oveja en peligro. Este es el mensaje central de la parábola de la oveja perdida (Mt 18, 12). Lucas por su parte, que también narra la parábola, es el único a decir que el pastor lleva la oveja sobre sus hombros, quizá por que es de cultura griega y tiene en mente el pastor “crióforo” (portador de cabras) y que podía evocar la virtud de la “filantropía”, es decir el amor por la humanidad.
En el evangelio de Mateo el pastor tiene su rebaño sobre el monte; en Lucas en el desierto. En los comentarios se prefiere la versión mateana de la montaña por el significado que este tiene: representa de hecho el mundo superior, desde donde el Hijo de Dios bajó para venir entre los hombres.
San Irene de Lyon dirá:
El Señor vino a buscar la oveja que se había perdido, y es el hombre que se había perdido
(Epid.,33).
Ambrosio por su parte afirma:
Ella se había perdido en Adán cautivada por los engaños de la serpiente, y por este motivo estaba desnutrida al no tener otro sustento que el nutrimiento del mundo
(Apol. Dav. 1, 5, 20).
Y Jerónimo dirá:
La oveja perdida que vagaba en los lugares inferiores, representa al hombre
(Hier. adv. Ioh. Ieros. 34).
El “bajar” del pastor representa entonces la encarnación del Hijo de Dios para la salvación de los hombres.
Orígenes hablando del abajamiento de Cristo dice:
Una bajada extraordinaria debida al exceso de amor por los hombres, para llevar de nuevo, según la expresión misteriosa de la divina Escritura, “las ovejas perdidas de la casa de Israel”, bajó de los montes hacia los cuales el pastor de algunas parábolas subió, dejando sobre los montes aquellas que no se habían perdido
(c. Cel. 4, 17).
Resumiendo estas interpretaciones
San Jerónimo dice en su comentario al Evangelio de Mateo: que en el buen pastor que lleva consigo la oveja, algunos ven al Hijo de Dios, el cual siendo de naturaleza divina no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres, y se humilló así mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz (Phil 2, 6-8). Él bajó a la tierra, justamente para salvar la única oveja perdida, es decir, el género humano. Y por tanto su “venir a la tierra” no simboliza solo el movimiento de descender, sino también su kénosis divina, la divinidad renuncia a toda su omnipotencia para encarnarse.
Gregorio de Nisa afirma: tomando sobre sus hombros a la oveja, el pastor se hizo una cosa sola con ella; la oveja asunta sobre la espalda del pastor, es decir, en la divinidad del Señor, se hace una cosa sola con Él porque la tomó sobre sus hombros (c. Apoll. 16).
Y Cirilo de Alejandría dice: como el pastor, cuando ve las ovejas dispersas, toma una y la conduce hacia redil, atrae a todas las demás, así el Verbo de Dios, habiendo visto el género humano descarriado, tomó e hizo suya la forma de esclavo y con esa forma atrajo a sí toda la humanidad, conduciendo hacia el redil divino las ovejas que pastoreaban mal y estaban expuestas a los lobos. Por esto mismo nuestro Salvador ha asumido nuestra naturaleza, ha padecido la pasión y ha resucitado (De Incarn. Dom. 28).
La exégesis se concentró en los dos movimientos el descender y el ascender. El descendió porque nosotros estamos abajo y ascendió para que no permanezcamos abajo, dice Agustín (s. Dolb. 26, 48).
El descender del Verbo en la encarnación se prolonga en la muerte y en su bajada al lugar de los muertos: Cristo, dice Ireneo, bajó a las profundidades de la tierra para buscar la oveja perdida (Adv. Haer. 3, 19, 3).
El regreso del Pastor: la resurrección y la ascensión de Cristo
La parábola no narra únicamente la ascensión del Pastor, sino que los autores subrayan el hecho que el pastor lleva sobre sus hombros a la oveja encontrada, representa a Cristo que asciende al Padre después de haber cumplido el misterio de la redención.
Según Ireneo, “después de haber bajado por nosotros en las profundidades de la tierra para buscar la oveja perdida, es decir la obra que él modeló personalmente, regresa a lo alto para ofrecer y dar a su Padre al hombre así reencontrado, realizando en sí mismo las primicias de la resurrección del hombre. Y esto porque, como la Cabeza ha resucitado de entre los muertos, el resto del Cuerpo, es decir, cada hombre que se encuentra en vida resucite” (Adv. Haer. 3, 19, 3).
La ascensión es el cumplimiento del movimiento de la resurrección. Para Pedro Crisólogo, obispo de Ravena, Cristo tomó sobre sus espaldas a la oveja y “todo lleno de contento por la alegría de la resurrección, la ha llevado y reconducido con su ascensión hasta las moradas celestes”.
Un sermón africano del mismo período insiste fuertemente sobre este tema: Jesús puso la oveja sobre sus espaldas durante la ascensión y “llevando al cielo la carne del hombre, dio a todos sin excepción un don muy rico. De hecho, desde que sabemos que el cuerpo del género humano está en el cielo, creemos que todos, en futuro, recibiremos esta eternidad que nuestro cuerpo ha ya recibido en Cristo” (Pseudo-Agustín, Serm. Leclercq 3).
Lleva la oveja con las otras noventa y nueve, para formar el número perfecto, de la totalidad. El número de la creación de Dios reencuentra su armonía, dice Gregorio de Nisa (Sobre al Iglesia 2).
Cristo es el bello y buen pastor que, bajando de la montaña al lugar de los muertos, encuentra y sana a la oveja perdida y herida, la lleva sobre sus hombros de nuevo a la montaña donde con las otras noventa y nueve, es decir, en la plenitud, la entrega al Padre y restituye la armonía de toda la creación.
Ojalá en esta pascua, en lugar de una imagen del Cristo solo con el banderín de la victoria, usemos una imagen tan misericordiosa como la del Bello y Buen Pastor con su oveja sobre sus hombros. Cristo asciende, pero con Adán y Eva, y con todos los que esperaban en su resurrección.
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