top of page

La envidia es hambre

Actualizado: 21 jun 2020

“Porque la envidia es el hambre de realidad, es la enfermedad de la realidad”.

María Zambrano, El hombre y lo divino. 1955.



La primera falta grave que conoce la humanidad como cometida y castigada es aquella de Adán y Eva. Al menos desde la más común y difundida tradición transmitida. Desobediencia consumada, motivada por la envidia y con su raíz en el hambre. Fruto deseado más por el ser que por el estómago. De raíz humana más que diabólica, porque al final de cuentas lo que se tiene por diabólico sólo es la expresión de lo que no encuentra luz en lo humano ni en lo divino. Un lugar intermedio sin lógica, sin explicación y que siempre atemoriza.


Tenido como pecado capital, como alteración del comportamiento humano –cuando alcanza planos patológicos- o como una baja pasión, la envidia ha marcado tantas veces de manera decisiva los procederes importantes más conocidos de la historia humana, de las culturas y de las religiones. No hay historia contada o escrita que no tenga entre sus episodios un momento donde la envidia no se haga presente. Ha tenido también no pocas veces la última palabra en los rumbos de sucesos determinantes. Precisamente como concluye el relato de los desobedientes Adán y Eva.



María Zambrano llama a la envidia el “mal sagrado” tal vez por el parangón que hace de esta con el amor, llegando a decir que “envidia y amor son las expresiones de la avidez del otro. De lo otro”. Según la pensadora, son los peores tormentos del alma, se alimentan del padecer. “Amor y envidia son procesos del alma humana en que el padecer no produce ninguna disminución; el padecer es alimento. (María Zambrano, Orígenes, México, 1987).


La envidia es sagrada porque siendo “avidez”, es búsqueda, ansia de trascendencia, deseo de crecimiento. Un insaciable querer encontrar horizontes deseados. Obedece al primer mandamiento impreso en el ser humano: “crezcan y multiplíquense” (Gen 1, 28). Mandato que impulsa siempre el ir, el salir, sin importar lo que se interponga en el trayecto.


Es un mal, porque trasciende los límites de la individualidad. Se produce propiciado por lo otro, por lo ajeno, por lo que no es propio. La presencia de lo otro en el otro causa desconcierto, precisamente porque es lo nuestro pero fuera de nosotros mismos, visto en una otra historia, en distinta realidad a la mía pero al fin y al cabo algo también mío.


La envidia viene a ser entonces ese mal sagrado que el hombre creado tiene en su naturaleza de criatura; tan sagrado que obedece al instintivo trascender y tan malo que no ve límites para lograrlo. La envidia fija lo otro deseado en un punto para conquistar, lejano siempre. Igual que el amor, es deseo del otro, de lo otro, pero en la acción del amar siembra con la pretensión de hacerlo suyo, de adherirlo a lo propio. De hacerlo uno.

He ahí la gran diferencia.


La envidia como el amor hacen vivir fuera de sí, sin realidad propia. El envidioso vive en el lugar ajeno del otro y el amante ya no está en sí mismo, sino en el espacio del amado. Es aislamiento y dejadez del ser propio, una pérdida de lugar. Adán y Eva, fuera de sí, añorando el ser de su creador, se expulsaron por su propia voluntad delas riquezas de su realidad. La expulsión del Edén es símbolo de este sin lugar en el que habita el envidioso… y el enamorado.



Mas sobre esta idea del “sin lugar” que he venido trabajando ya desde hace tiempo en esta filósofa española, no sólo podemos limitarnos a subrayar el posible sustento filosófico de la envidia, sino también –si nos adherimos a la idea de que es problema, pecado o mal- su viable resolución.


El don de la individualidad para el ser humano presupone la realidad del otro, de la presencia del “prójimo” (del latín proximus: más cercano). Y no sólo la presupone, sino que la incluye. No existe la diferencia sin la idea de igualdad, ni la diversidad con aquello de la similitud. La envidia nace por no soportar que el otro es diferente, que puede, y tiene derecho a ser diferente, por la intolerancia a un deber suyo. El mismo derecho que siento en mí mismo y que me permite ser este que soy. Es un tremendo límite humano la extrema sensibilidad de mis derechos y la limitación del ver los de los otros.



Según Zambrano, estamos en este mundo incompletos, faltantes de ser. “Divididos y disminuidos al mismo tiempo”. Estamos destinados a buscar lo que nos falta mediante renacimientos constantes para lograr la integralidad. Este destino del hombre que es búsqueda interminable supone la presencia del otro. El “próximo”, tanto el que se encuentra a mi lado y como el que está más lejano, poseen algo de mi ser integral en potencia. “Estamos sembrados en nuestros prójimos, tanto como en nosotros mismos”, afirma Zambrano explicando al gran Miguel de Unamuno sobre el tema de la envidia.

Desde esta realidad antropológica, manifestada como luz en medio de la oscuridad de la tragedia que es la incompletez del ser, se establece su posible y anhelada resolución.


María Zambrano, nacida en Vélez-Málaga, España, el 22 de abril de 1904. 45 años exiliada. Regresó a su natal España en 1984. Murió en Madrid en 1991. Fotografía tomada en su casa de Piazza del popolo durante uno de los periodos en los que vivió en Roma. Imagen perteneciente a la Fundación "María Zambrano".
“Y ésta tragedia de la envidia que, para comprender, es necesario, es menester haber bajado a su honda raíz, es decir, haber sentido la tentación un día y haberla vencido, resignándose a ser y pidiendo, entonces, eso sí, implacablemente, al posible envidiado, que sea, que se realice en él, porque así nos realiza a nosotros”

María Zambrano, Unamuno, 1942.


La curación de la envidia es entonces, la tolerancia pacífica del otro y de lo otro mediante la promoción de aquello envidiado, reconociendo que es parte limitada o faltante del propio ser el cual añora trascender incluso más allá de los límites de la individualidad. Qué razón posee San Francisco de Asís cuando califica de blasfemo al hermano envidioso por motivo del deseo absurdo del poseer los dones del envidiado cuando estos son gracias concedidas por Dios y acrecentados sólo por Él. (Cfr. Admonición 8). Dejando claro el anatema de blasfemia que es el añorar los dones divinos, envidiando al mismo Dios deseando ser como Él, como hicieron Adán y Eva, y el mismo Lucifer, hambrientos de ser, descontentos con su espacio vital, ardiendo en ingratitud.



Pero la liberación de esta blasfemia humana es menester no sólo del envidioso sino también del envidiado. Digamos que debe ser empeño mutuo. El envidiado debe propiciar esta sanación, diferente a como se podría pensar, es competencia también de él. Afirma Zambrano: “De ahí la ambigüedad de la envidia, y esa especie de vínculo que se establece entre la envidia y el envidiado. Vínculo que ronda con la complicidad, porque inevitablemente se siente que si el envidiado enviase al poseso de la envidia la imagen que espera y necesita, le rescataría del infierno en el que yace. Y quizá le envidia provenga de la turbiedad del envidiado, que no mantiene su interior espacio transparente, sino que empañado por alguna pasión indiscernible para él no le refleja como debiera” (Zambrano, Orígenes). Debe entonces, en palabras más comunes, colaborar el envidiado manifestando lo que el envidioso busca, no oscureciendo y complicando esa búsqueda. Facilitando esta sanación no envolviéndose en complicidad de algo que se pudiera considerar estar exento de participar. El mismo Unamuno argumenta a través de las palabras de su mítico personaje San Manuel Bueno, que: “la envidia la mantienen los que se empeñan en creerse envidiados” (Unamuno, San Manuel Bueno, mártir. 1931).


Miguel de Unamuno. 1864-1936. Filósofo y literato español.


La envidia tantas veces es engrandecida -como el fuego por el viento- por el delirio de persecución más que por el afán e perseguir.


Somos indigentes de ser en este mundo. Fuimos destinados a mendigar obligados por el hambre. Es el estómago y el corazón como el misterioso motor que rige las pulsaciones de esta vida. Por esta estructura contrapuesta y unida, contradictoria y armoniosa es que la envidia es la más metafísica de las pasiones. El quebranto ontológico más revelado y su lugar de sanación más visible y seguro.


Nos sacudimos el polvo sucio de la envidia “cuando, reconociendo nuestra impotencia, aceptamos a los demás que hagan –y les pedimos y exigimos que hagan, con terrible exigencia de amor que no perdona- aquello que nosotros no podríamos hacer, cuando les pedimos que desarrollen nuestro mejor yo que llevan ellos. Entonces, aunque no lo sepamos, comenzamos a ser nosotros mismos, comienza el proceso terrible de nuestra unidad”. (María Zambrano, Unamuno, 1942).


Seres humanos más reconciliados –o por lo menos- resignados con la vida propia es el inicio del camino de curación del mal mundial de la envidia que ha dañado siempre la convivencia y el crecimiento mutuo de las comunidades humanas, hiriéndolas con su letal veneno que propicia la involución de la historia personal y social. Porque “si cada cual tuviese trazado con anterioridad su camino, no habría envidia. Y, por eso, el remedio para evitar la envidia es abrazarse a la propia realidad, que es abrazarse a la propia experiencia” (María Zambrano, Unamuno,1942).


Debemos aceptar nuestro vacilante lugar entre la lucha del ser y del no ser nada. Entre el hambre y la saciedad. Pacificarnos y saciar de lo que somos frente a los otros, sobre todo con quienes más lo necesitan. Esa es también una forma de caridad.


 

Les comparto algunas imágenes:

Vélez-Málaga, España. 2017

Lugar de nacimiento de María Zambrano.

(Viñedos de Vélez-Málaga, Instalaciones de la "Fundación María Zambrano". Estación de trenes y capilla de la virgen de los remedios)


Sepulturas de María Zambrano, Vélez-Málaga. 2017

Miguel de Unamuno, Salamanca. 2020. España.


36 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page