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Greccio como otro Paraíso


“El santo de Dios y, viendo que todas las cosas estaban dispuestas,

las contempló y se alegró.” (1Ce 84-87)

 


Navidad 2023


Desde que comenzamos a preparar los festejos en torno al VIII Centenario del Pesebre de Greccio en nuestra comunidad de Saltillo, una imagen ha estado fija en mi mente. Una intuición de esas primigenias que se revelan a medias, casi difusas, pero con trasfondo revelador. De esas que se requiere no descifrar inmediatamente y darles su tiempo necesario hasta que se revelen a su momento.

 

Cuando pienso al acontecimiento del Greccio, siempre me asalta la honesta pregunta: ¿Habrá Francisco dimensionado que un gesto de devoción tan simple daría rumbo e identidad a la manera de entender y celebrar la navidad?.

 

Tengo muy presente lo que aquella tarde pronunció el gran Marco Bartoli, profesor de franciscanismo y experto en estudios medievales, en una de las jornadas de estudio por motivo del octavo centenario de la consagración de la legendaria iglesia de Santa María en Trastevere, durante mi estancia en Roma. Aseguró: “en esta iglesia, para el año 1214, existía la así llamada Capella del presepio (capilla del pesebre)  a un lado del altar mayor. Misma que habría capturado la atención y devoción de Francisco en sus viajes a Roma.” Refiriéndose obviamente a la difundida usanza napolitana, ya presente en esa época, de representar el nacimiento del Señor con imágenes y estatuillas. De ser real esta conjetura, el seráfico de Asís habría tenido a bien ir “más allá” de lo que ya había en la costumbre del pueblo y de las iglesias. Por eso, según la biografía de Tomás de Celano, ante el deseo de su devoción, quiso preparar con atención  todos los particulares del pesebre que pretendía armar. Esta preparación tenía un objetivo: “contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno.” Es decir, tener una referencia vivencial capaz de entrar por los sentidos para convertirse en sensibilidad para el alma.



Este ir “más allá” y que en realidad es lo verdaderamente original, es el haberlo pensado y desarrollado como un pesebre vivo, que lograra transmitir aquello que él deseaba experimentar en su espíritu de la manera más real en aquella noche. Por ese motivo, el montarlo sobre un lugar despoblado, en montaña, para tocar el frio y el sereno nocturno. Por eso, los personajes con personas reales; de todo especial en “Niño”, porque ya de por sí, cualquier recién nacido inspira ternura hasta en el corazón más duro. Pero un elemento que toma mi atención es el de los animales pensados a la literalidad de lo que la tradición cristiana afirma: borregos (implícitamente adjuntos por el dato de “los pastores”) y el buey y el asno a los lados de la “cuna” acondicionada para aquella ocasión.

 

La tradición cristiana siempre ha señalado la presencia de estos dos animales de trabajo dentro de la escena del Nacimiento. Criaturas distinguidas entre las demás por su poca inteligencia y amplia resistencia a la carga de trabajo. Animales que sirven al hombre en total sumisión en las labores y faenas del campo. De hecho “pesebre” significa “ lugar de las bestias. Ahí, en medio de estos, como de sus padres, ubicamos al Niño de Belén. Es una imagen fija que tenemos en nuestra mente y corazón desde las navidades de la infancia.  

 


A lo largo de todo lo escrito por el mismo Francisco y los datos que arrojan las biografías, nos cercioramos de que poseía la convicción de que el don de la contemplación de lo divino, era también una potencia de los animales. Un gusano le hizo considerar al Cristo maltratado camino a la cruz (2CtaF 45-46; cf. 1 Cel 80), las alondras eran signo de la alabanza perfecta al Creador (3C 32; LM 14, 6; Lm 7, 6; LP 14a; EP 113c.) y es muy sabida la anécdota de aquella oveja que fue introducida entre los hermanos y él mismo la proponía como modelo de perfecta oración. Por tanto, la mancuerna buey-asno en la escena del pesebre, es un signo de inclusión de todo aquello irracional pero que también es contemplante de lo divino a su manera y forma particular, no sólo de la interpretación inmediata que se ha dado siempre debido a la proporción de calor que ofrecen sus cuerpos y alientos. En Francisco, su estar dentro del pesebre es más de tipo simbólico que práctico.

 

Dice la narración de lo ocurrido en Greccio: “Llegó, en fin, el santo de Dios y, viendo que todas las cosas estaban dispuestas, las contempló y se alegró.” Pienso a Francisco en este momento y no puedo no traer a consideración al Padre Dios, que cuando crea todo cuanto existe, cosa a cosa, criatura a criatura, se deleita en su belleza y perfección. Mira que “todo es bueno” (Gn1, 12) y se alegra de ello. Así Francisco, imitando al Creador, prepara con detalle, coloca con exactitud y se deleita en lo armónico del resultado. Como en el Paraíso primigenio, todo es bueno y bello: las criaturas irracionales y los que se transformarán en sus hijos. Ninguno aventaja en belleza y ninguno sobra en ese espacio. Por eso el Papa Francisco, en su Carta Apostólica “Signo Admirable” de 2019 afirma que “El hermoso signo del pesebre, causa siempre asombro y admiración”.

 

Ese paraíso fue preparado por Dios con arduo cuidado y amor para ser el escenario que recibiera a su primer hijo: Adán. Francisco, siempre ardiente de deseos de imitación de Dios, lo mismo: prepara con esmero aquel pesebre montado sobre un lugar ajeno para cuna actualizada del Hijo de Dios, el nuevo Adán.

 

Entonces, la llegada del Hijo de Dios no sólo al lugar de la humanidad necesitada de Él, sino también al lugar determinado por el tiempo y el espacio, un pesebre humilde escondido en el anonimato y rodeado de criaturas irracionales, es el signo de los albores de la redención total a la Creación.

 

Francisco, amante de lo creado y sensible a su salvaguarda, entiende –con el entendimiento de la fe- que Cristo nace para todos y para todo, por eso la gruta de Greccio es vértice de las criaturas todas; el hombre, el animal, los ángeles. El espacio es en la tierra pero lo impregna de Cielo con su voluntad expresa de celebrar sobre ese suelo la Santa Misa, como renovando el gesto de la promesa del Padre a su criatura manchada por el pecado de enviar a un Salvador. Greccio recuerda a Belén y, al antiguo Paraíso genesiaco. Y Francisco, renueva la promesa de Dios y su providencia de salvación con la palabra cumplida de la presencia de su Hijo como hombre y sacramento.

 


En sueño infantil del precioso y tierno “Niño de Belén”, como gustaba llamarlo, yo veo un preludio de su obra salvadora, pues al dormir el pequeño Cristo ya anunciaba al Cristo que dormirá tres días en otra cueva, para surgir de ahí con la vida plena para la creación completa. Lo escribí así en la pasada Coral-Poetica para nuestra gente de Saltillo en la víspera de este VIII Centenario:

 

“Shhhh… silencio. El Rey duerme. Está probando el sueño al que irá para redimirnos a todos. Está ensayando el ser rey en este mundo. Shhhh… déjenlo dormir.”

 

Mis mejores deseos para esta navidad y el 2024 que ya está cerca y que nos traerá el VIII Centenario de la Estigmatización de Nuestro Padre San Francisco, el cual celebraremos como hemos aprendido: a la grande y en fraternidad.  

Mi bendición



Fr. José Daniel Ramos Rocha OFM

Rector Templo San Francisco de Saltillo

Asistente Federación de Clarisas "Sta. Ma. de Guadalupe y NP San Francisco"



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