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Soy feminista: exijo mi derecho a tener a mi hija.



Mientras realizaba por la mañana el turno de cuidado y atención en nuestra iglesia, improvisadamente apareció una mujer de mediana estatura y con actitud imperante. Se dirigió hasta el altar de la iglesia donde me encontraba pidiendo la presencia de un sacerdote. Inmediatamente me puse a su servicio y relajando un poco su expresión del rostro, me miró, tomó del brazo a la joven que venía con ella y me dijo tajante: “ella necesita hablar con usted”. La muchacha, de cabellos sueltos y rizados, sonrió tímidamente y se dirigió a mí con un silencioso: “caio”, apenas si alcancé a escucharlo.


La invité a pasar a la sacristía y a tomar asiento para poder conversar, inmediatamente me percaté de que estaba embarazada. Su semblante era tranquilo; hablaba con calma y seguridad. Su voz se escuchaba perfecta no obstante el cubrebocas que en estos tiempos estamos obligados a usar.


Inició diciéndome que no era precisamente el sacramento de la confesión el que necesitaba, sino un consejo y mucha escucha para lo que quería exponer. Inmediatamente me hizo notar su estado de gravidez con una sonrisa aún más tímida que aquella del inicio sobre el altar de la iglesia. “Estoy embarazada y todos quieren que aborte”, me dijo en una sola frase. Me quedé frío en un instante.


Me contó cómo ya estando en la fase ultima de su embarazo, estaba cansada de luchar contra corriente; de no encontrar ya en tantos meses ni uno solo que la apoyara aunque fuera con un ánimo de tipo moral. Tenía 23 años y había tenido un descuido en su vida íntima con su novio, quien al enterarse de que sería papá, la puso a elegir entre seguir con su relación o tener a su hijo. Ante la negativa de proceder al aborto, este se alejó por completo de ella.


Inmediatamente agradecí su confianza y su disponibilidad al consejo, por haber elegido venir a una iglesia y ante un desconocido, aunque fuera después de haber pasado por clínicas, doctores y amigos, coincidiendo todos en el aborto como su única y posible solución.


Recuerdo sus palabras textualmente, quedaron impresas en mi memoria. Me describía que siendo psicóloga titulada, no lograba comprender cómo existe una determinación seguida por las mayorías cuando la maternidad no se presenta en las “condiciones” que la sociedad de hoy ha establecido como un estándar intransigente, es decir: edad, condición social y laboral, situaciones económicamente determinadas. Lo que no encuadra con esos parámetros, hace imposible lo posible.


Me describía cómo la experiencia del embarazo le había hecho comprender tantas cosas de la vida de una mujer y de la forma de pensar femenina.


“Soy feminista. Siempre me he declarado como tal”

me dijo sonriendo. Con un gesto en las manos, agregó:


“Y porque lo soy, exijo mi derecho a tener a mi hija, a la que ya amo aún sin conocerla”.


Su sonrisa fue a menos cuando me expresó que jamás se había sentido tan pisoteada y sobajada como en este transcurso de los meses que era vista con lastima y como “incapaz” para salir adelante. Como una especie de fracaso anunciado. “Creo que la sociedad de hoy pondera demasiado el valor de la mujer, que la hace olvidar que en la dificultad es donde se construye nuestro valor. En cómo afrontamos las situaciones radica nuestra grandeza”. Sinceramente, no sabía qué decir. Escuchaba con atención; y es que, no siempre se está ante alguien que pide consejo y con su debilidad te aconseja, te ilumina.

Después de la plática; de recibir algunas de mis sugerencias y obviamente invitarla a bautizar a su hija en nuestra iglesia, recinto mariano por excelencia, me hizo saber que su madre ha sido su único apoyo en este periodo de dificultad. Ella la había llevado hasta la iglesia. Había sido su consejera en pedir una “tercera o cuarta opinión” como hacen las personas sensatas.



No puedo no compartirles que, conmovido por su testimonio de lucha y convicción, le agradecí como sacerdote el habérmelo compartido. Le expresé que el discurso pro-vida es concomitante a nuestro ser cristiano y –obviamente- a mi ser religioso y sacerdote. Sin embargo, ante el grito desenfrenado y la poca tolerancia que estos temas desatan, no es fácil entrar en dialogo con aquellos que se obstinan en presentar el aborto como un derecho femenino y como una consolidación de su valor como persona. Es verdaderamente triste como el discurso actual sobre la vida y su defensa se haya estereotipado tanto y haya caído en luchas automáticas, llevándonos a polos tan opuestos basados en la ignorancia y en la poca reflexión. En el dialogo inteligente.


Después de una “bella benedizione” a los pies de la Virgen de las gracias, quien en su fiesta pasada permanece sobre el altar para un novenario posterior, la despedí y acompañé hasta la puerta donde su madre salió a su encuentro y, entonces, las vi coincidir en la misma sonrisa y en un “Grazie” mutuo que me quedará como recuerdo de un testimonio de defensa a la vida, por ética y por fe, como pocos los he visto.



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