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Sobre el lugar (parte III)

Actualizado: 21 mar 2020

“Ella filósofa de oído, frente a la filosofía visual, paisajística, teorética, de nuestra tradición sorda. Ella no compone teorías, sino que pone voz al devenir de lo que escucha. Por eso su palabra no puede separarse de la voz misma que la enuncia, so pena de perder lección de refinamiento auditiva que contiene como su aportación más propia”

Fernando Savater

Dice Zambrano en su intento de trazar el talante del filósofo y su quehacer: “Es lo que de Aristóteles quedará siempre: la experiencia o la propuesta de experimentar”[1], retribuyendo con notable reconocimiento al Estagirita y hasta con toques de justificación, el derecho del hombre pensante a andar al “más allá” aunque este sea desconocido, inseguro e incluso mal visto o sobajado. Es notable, cómo Zambrano encuentra ya en el empirismo Aristotélico las claves de la experiencia mística dentro del ejercicio filosófico[2]. La experiencia aristotélica, basada en el protagonismo de los sentidos, es en Zambrano el punto de partida de cualquier camino filosófico como ya habíamos mencionado en las líneas del primer capítulo de esta investigación.

En el libro Notas de un método publicado en la última etapa de la vida de María Zambrano, precisamente en 1989 dos años antes de morir, encontramos las referencias más explicitas a esta categoría mística como parte no sólo a considerar sino necesaria dentro de la filosofía. Hemos de decir también, que es en este tratado donde encontramos la mayor parte de las referencias al tema del lugar en su abordaje general pero, siendo ciertamente un libro producido por nuestra filosofa en la última etapa de su vida, o sea la de su bien sabida madurez intelectual, destacan las consideraciones en el campo de la metafísica, como en los terrenos de la mística en la que en este apartado me estoy dedicando[3].

Afirma Zambrano:

“La categoría de lugar, tan importante entre las aristotélicas, está repartida; está dada por un límite entre el ser que se busca y el ser que ya se es”[4].

Entonces, pretender adentrarnos al tema del lugar dentro de los terrenos de la mística, exige en Zambrano el ubicarnos en el espacio de estos dos límites del ser, es decir, en un espacio donde no se posee ya todo el potencial sensorial que nos rebota la seguridad de la certeza, donde las categorías de tiempo y espacio dejan de ser experiencias externas y nociones a priori, y donde es necesario involucrar –o detectar- otras potencias que como pensantes y sentientes poseemos, en terminología zambraniana: la memoria, las entrañas, el amor, lo sagrado, el sueño, el delirio, el corazón…mismas que se valen y se expresan revestidas con la ayuda de la metáfora, el símbolo y de lo poético[5]. Esta certeza en la incertidumbre es la mística zambraniana, es decir este movimiento entre lo que se es y lo que se busca.

Maquina de escribir personal de María Zambrano / Propiedad de la Fundación “María Zambrano” en Vélez-Málaga, España. (foto mía)

CIRCUNSTANCIAS PARA LO MÍSTICO

Lo más probable es que no sea la primera vez que hayamos leído o reflexionado sobre el tema de la mística, sin embargo, la misma complejidad de su vivencia arroja lo complejo de su abordaje y estudio. Existen ciertamente diversos conceptos sobre ésta que han venido ofrecidos de tantos académicos como también de hombres y mujeres que nos han sido propuestos como modelos de vida espiritual, es decir, vida separada de las cosas terrenas que nos rodean. Las diversas grandes religiones cuentan todas con un esquema particular y una nomenclatura propia para designar a esta “estirpe” que por lo general nos ofrecen las pautas para andar esos caminos ya que desde el plano religioso, el ámbito de la mística es de los niveles más altos que el ser humano puede acceder mientras se encuentre en este mundo. La filosofía no está para nada lejos de estas consideraciones, incluso en su nacimiento era también considerada cercana a la mística, o incluso mística pura.

María Zambrano, formada en una familia creyente y bajo los parámetros de la enseñanza cristiana católica,[6] nos deja ver a lo largo de toda su obra el esquema de pensamiento adquirido que tiene como punto de partida y que jamás desechó, sino por el contrario, se sirvió de él incluso en el uso de algunos términos a los cuales ella dio una nueva interpretación desde una visión originalísima y propositiva. Zambrano entiende la filosofía como una forma de mística y al filósofo propiamente como un místico en formación.

Desde la biografía de nuestra filósofa la “mística” la encontramos en la etapa que va de su regreso a Europa en 1953[7] (aún en condición de exiliada), después de su exilio vivido en el continente americano. Dice Julieta Lizaola, profesora e investigadora mexicana de la Universidad Autónoma de México, que sus cambios de intereses es notable tras la vuelta de su exilio americano a Europa. “Pasa entonces de ocuparse del análisis de la cultura, de la historia de las religiones y de la problemática del racionalismo hacia una escritura más alusiva y alegórica. En ese sentido se produce un acercamiento de su discurso a la práctica místico-poética”[8].

Resaltemos todavía una vez más que la filosofía zambraniana no es filosofía de la vida sólo a nivel de propósito u objetivo, o mejor aún como método, sino fruto de las vivencias mismas a lo largo de su historia personal por el mundo. Entonces la inclusión de la mística en su ejercicio filosófico, sobre todo con este carácter de apertura que le caracteriza, le viene dado precisamente como resultado de su salida forzada de España; su suelo natal o “lugar primero” y su paso por tierras americanas (Cuba, Puerto Rico, Chile, México, Estados Unidos de América) y aún más su regreso a Europa (Italia, Francia, Suiza). Esta Europa a la que reflexionó desde una perspectiva muy distinta a partir de este tiempo. Esta circunstancia personal de su salida, a la que ella llama su “exilio” es tenida desde su experiencia personal e intelectual como un espacio de visibilidad, propiciador de una mística particular que sólo se logra mediante el padecimiento de un “desgarro patrio” y que mediante un ejercicio de aceptación pacifica[9] viene después una claridad de visión propia de los que observan desde fuera.

Este carácter de vivir y pensar ad extra es lo que Zambrano pondera como elemento distintivo de una vida de bienaventuranza, es decir, liberada de toda antinomia, de disposición al conocimiento de “lugares” únicos, de claridad de visión y ya sin contradicción alguna, o sea de mística[10].

Revista de 1936 con publicación de María Zambrano / ropiedad de la Fundación “María Zambrano” en Vélez-Málaga, España. (foto mía)

LA MÍSTICA

Dice Jenny Haase, de la Universidad Humboldt de Berlín, exponiendo las semejanzas de la escritura zambraniana al lenguaje místico en su estudio “María Zambrano y la mística”, que existen dos elementos particulares que nos permiten hablar propiamente de mística dentro de la obra dela filósofa, estos son: “el uso de términos y símbolos centrales del pensamiento místico” y que: “el discurso de Zambrano comparte –sobre todo en la etapa tardía- el modus loquendi de la mística”[11] asegurándonos así que el discurso zambraniano nos ofrece las formas de la mística y comparte los modos de su expresión. Sin embargo, independiente a las consideraciones de tipo semántico, o sea de forma, que el pensamiento de María Zambrano tiene, diremos que podemos encontrar de igual modo algunas consideraciones de fondo, es decir a manera conceptual o de aproximación teórica a lo que se debe entender como lo místico. Intentaré ofrecer un acercamiento.

En su libro, hoy en día ya no editado como tal, aunque por fortuna hace dos meses ha salido a las librerías el tomo II del Volumen IV de las Obras completas que lo contiene, Los bienaventurados[12], en uno de los primeros tratados de este aporte de Zambrano donde expone la realidad del exilio como experiencia precisamente al desglosar al sujeto que lo vive al que ella llama “exiliado” y desarrolla el porqué de este apelativo mucho más allá de ser solamente un sujeto adjetivado automático con una cierta circunstancia geográfica impuesta sino por la vivencia, aceptación y promoción de su condición que sólo se logra mediante una actitud reflexiva y de cierta “pasividad”. Yodas estas son condiciones propiciantes de la “revelación” que le viene y que lo transforma, es decir que lo hace destacar del común del resto de los demás hombres y mujeres y lo lleva a pertenecer a esa “estirpe”. Los define así:

Y aparecen así en ronda, en una especie singular de danza que es a la par quietud, los bienaventurados según nos han sido dados. Hombres sin duda, seres humanos habitantes de nuestro mundo, nuestro mismo mundo y de otro ya a la par; corona de la condición humana que al quedarse sólo en lo esencial de ella, en su identidad invulnerable, se aparecen como criaturas de las aguas misteriosas de la creación a salvo de la amenaza del medio y de la desposesión del propio ser[13].

Anteojos de María Zambrano utilizados en la ultima etapa de su vida / propiedad de la Fundación “María Zambrano” en Vélez-Málaga, España.

EL MÍSTICO

Para Zambrano entonces, existe el místico, el sujeto como tal que posee la capacidad de trascender a las realidades superiores, a la visión más allá de la física y la metafísica precisamente porque “están a salvo de la desposesión del propio ser”.

Existe una aproximación aún más exacta y útil para considerar en este momento. En su descripción teórica de la realidad del exilio y del exiliado, Zambrano expone que existe un cierto punto alcanzable sólo para algunos de los que han vivido la experiencia de ser exiliados y que así, y sólo así, pueden decir que han sido exiliados ya que poseen la certeza del “exilio logrado”[14]. Dice Zambrano: “Es ante todo ser creyente ser exiliado (…). Pues, ¿qué es genéricamente ser místico sino este modo de existir en que el ser creyente o el ser del creyente va transformándose todo para sí, para un sí mismo que está siempre más allá?”[15]. De modo que el místico es aquel que transmuta en sus adentros, que aprende a observar para pensar y pensando contempla. Es el ser mismo salvado de “la amenaza del medio”, realidad terrible que somete a las intransigentes reglas de la lógica y sujeta a los sentidos hasta la sumisión de convertirlos en simples proveedores de imágenes del exterior para un servil y pragmático conocimiento en cuanto a sus formas y sus relaciones.

El místico es entonces, un ser pensante en cuanto que contempla razonando, pero este pensar el entorno – según Zambrano- no es su estructuración racional que lo esclaviza a la pretensión de poseerlo debido a que lo conoce, sino que contempla mediante esa “activa pasividad”[16] que lo hace también observador de las realidades místicas, es decir, perceptibles mediante las potencias del corazón[17]. En suma, la actitud mística viene a ser la actitud receptiva de la realidad circundante que se expresa y se hace leer e interpretar, el místico entonces es ese que vacía su ser para llenarse a sí mismo con toda intención, “un sí mismo que no es trasunto sino más bien su acabamiento y aun su aniquilación progresiva”[18].

Es este ser pensante y sentiente que se mueve en el espacio amplísimo de los límites del “ser que ya se es y del ser que se busca”[19], espacio –desde la óptica zambraniana- de revelaciones. Con todo esto podemos ya entender en una misma sincronía a la persona del místico dentro de la categoría zambraniana de lugar (explícitamente expuesta en Notas de un método) y, desde esta sincronía teórica expresada, entenderlo como el hombre que contempla sin jamás suprimir el ejercicio racional sino precisamente siendo este el propiciador de tal y su garantía de certeza. Todo esto, necesario para exponer la misticidad de lugar.

En el museo de la Fundación “María Zambrano” en Vélez-Málaga, España. 2017.

 

[1] M. Zambrano, Los Bienaventurados, Siruela, Madrid, 1990, p. 46.

[2] Diremos que ya Aristóteles consideraba la contemplación como la parte más alta del ejercicio filosófico, en efecto la definía como “filosofía primera” o “teología”.

[3] Todo el apartado I titulado: “El Sujeto” aborda los temas del movimiento, la búsqueda del lugar: social, histórico y en el cosmos, así como la mención a la noción aristotélica de este y la necesidad de rescatarse en la actualidad. También aborda la categoría de espacio, la idea de trascendencia como lugar y los lugares de paso de esta, entre otros temas más que ya hemos venido desarrollando.

[4] M. Zambrano, Notas de un método, Tecnos, Madrid, 2011, p. 100.

[5] No está de más mencionar que Zambrano, lejos de un espontaneo y obligado sentido de patriotismo, cuenta entre los más grandes místicos a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa de Ávila, a quienes otorga desde su propia y singular manera de entender la mística como: “místicos” propiamente. Zambrano enfatiza muchas veces cómo estos supieron llevar el ejercicio de la contemplación de las cosas que se nos presentan en la cotidianidad hasta el mundo de las esencias. Cabe destacar el reconocimiento que hace de estas dos figuras de la edad de oro española pero sin influir su papel e importancia dentro del mundo católico al cual ella jamás renegó y admitió hasta el final de su vida. Cfr. Zambrano, Los Bienaventurados, 71-76.

[6] En el próximo capítulo abordaremos más a detalle sobre su formación familiar y académica en sus primeros años.

[7] Según Jesús Moreno Sanz y Sebastían Fenoy en su artículo “Cronología y geografía del exilio”, en la revista Archipielago de la edición número 59 en el año 2003.

[8] J. Lizaola, Lo sagrado en el pensamiento de María Zambrano, México D.F., 2008, p. 18.

[9] Cfr. Zambrano, El exilio como patria, XL.

[10] Cfr. Zambrano, Los bienaventurados, 63-70.

[11] J. Haase, María Zambrano y la mística. Leyendo a una filósofa moderna con Santa Teresa de fondo, uni.kiel.de (http://www.uni-kiel.de/symcity/ausgaben/04_2013/data/Haase.pdf), p. 3.

[12] Sus contenidos se han adherido a otros libros y estudios para su mejor ubicación, lo que ha hecho que como un solo manual no se edite ya y sea difícil su consulta como tal o su adquisición como obra unitaria.

[13] Zambrano, Los bienaventurados, 64.

[14] Desarrollado en todo el apartado III que lleva el título de: “El exiliado” En: Zambrano, Los bienaventurados, 29-44.

[15] Zambrano, Los bienaventurados, 43-44.

[16] “Activa pasividad” expresión de la ya citada Jenny Haase donde nos explica los paralelismos de la concepción filosófica con la concepción mística desde la óptica zambraniana en su artículo: María Zambrano y la mística haciendo referencia y citando la página 91 de la edición del 2011 que forma parte de la amplia introducción al libro Claros de Bosque, de María Zambrano publicado en 1977.

[17] El corazón en la filosofía de María Zambrano es de imprescindible importancia. Sobre el corazón existen varios tratados de los que podemos citar aquí solo dos para darnos una idea de lo que Zambrano quiere expresar cuando habla del corazón, su figura y su alcances. Estos dos han sido titulados de una misma manera por la filósofa como: “La metáfora del corazón”. El primero lo ubicamos dentro del libro Hacia un saber sobre el alma y corresponde al artículo escrito por Zambrano para la revista Orígenes en 1944 y el segundo que encontramos en el capítulo V del libro Claros del bosque publicado en 1987. Diremos que estos tratados sobre el corazón antes mencionados y otros más sobre el tema, nos revelan la gran importancia que nuestra filósofa concede a esta realidad humana tan importante e indescriptible que solo la metáfora la auxilia en el empeño de transmitirla.

[18] Zambrano, Los bienaventurados, 44.

[19] Véase página 21.

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