Dicen las malas lenguas que la comunidad franciscana, que si no me fallan los datos sería la misma de Tierrahermosa, en el reino de Aragón en España, vivió un gran incremento de solicitantes y candidatos a llevar la vida de san Francisco en dicha hermandad debido a una noticia que circulaba por toda la región: la excelente fama de la cocina de Fray Pascual.
Y no es que sea que la vocación franciscana lleve “de suyo” el saber o querer comer bien (aunque en lo personal creo que algo hay de eso), sino que verdaderamente el talento en la cocina de este distinguido y humilde fraile nacido en 1540 había traspasado los grandes muros del convento. Con sus guisos alagaba tanto los paladares más selectos como a los más simples. Deleitaba lo mismo a los jerarcas que los visitaban en el imponente refectorio monumental, que a los pordioseros que pedían cualquier cosa en la portería. Me resulta fascinante pensar el mismo sazón en tan diferentes platos y formas de comensalidad, pero así era.
Se tiene el dato histórico de que hubo un cierto momento, en el esplendor de aquella comunidad franciscana a la que Pascual comenzó a formar parte en el año de 1564, que vio un notable incremento de sus miembros. Incremento en número y variedad, pues la constituían desde grandes catedráticos universitarios, distinguidos intelectuales de la época, sacerdotes simples que curaban las almas en las iglesias y frailes del campo que pastoreaban rebaños, ordeñaban las vacas y hacían labores de limpieza dentro del claustro conventual. Pascual era de estos últimos. Su talento lo había hecho estar en la simpatía de los padres superiores y de no pocos hermanos de la comunidad … y es que, ¡¿quién con esos dotes no podría serlo?!. Me consta que un fraile que agasaja paladares y llena estómagos es bien tenido por muchos, es como un amor fraterno y consideración especial lo que se les tiene. Repito: no es que la vida franciscana implica amor al comer, pero es cierto que ya lo mencioné hasta aquí dos veces.
Es de todos sabido que a Fray Pascual su fama en la cocina lo introdujo en algún momento en una cierta crisis. Desde joven novicio fue muy devoto y asiduo en su vida de oración comunitaria, mostrando una gran devoción en la santa misa y en la adoración eucarística, misma que lo fascinaba al punto de permanecer horas y horas delante del Santísimo Sacramento y perder por completo la noción del tiempo. Defino a esta como “crisis” porque el aumento del número de frailes en la comunidad, aumentó la demanda en la cocina: de calidad, variedad y … tiempo.
Su tiempo personal comenzó a verse robado por las exigencias de su oficio como cocinero. Su mente y su corazón estaban más angustiados por la leche que hervía y el fogón que estaba encendido, sin dejar de lado las harinas en proceso de fermento y los intransigentes tiempos medidos de los postres ya dentro del horno. Era ya todo cocina y poca oración.
Se cuenta que con gran pesar pidió a Dios lo perdonara por sus descuidos para con Él y que previera la manera de hacerlo frecuente, como antes, a estar en su presencia. Lo sabemos todos, Dios que es bueno y sí, “cumple antojos y endereza jorobados” como dice nuestro popular dicho mexicano, de modo que le concedió “participar” (ojo a las comillas) de la adoración eucarística que se realizaba en la iglesia del convento, ¡desde la cocina! en una suerte de visión donde en la pared de la misma contemplaba con sus propios ojos a Jesucristo eucaristía y lo adoraba. De modo que mientras pelaba papas alzaba un “Adoro te devote”, mientras meneaba los pucheros un Ave María en buen castellano y mientras condimentaba los guisos se le podía escuchar: “Bendito sea Dios, bendito sea su santo Nombre, bendito sea Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre …”. Pienso que más de alguna vez le puso inconscientemente más sazonador –y cantando- a algunos platillos movido por la emoción de estar siendo mirado por su Señor.
Debo decir que este don especialísimo, que no es solo una devoción franciscana a la hora de predicar sobre su vida, ni mucho menos una linda y devota “florecilla”, sino una verdad aprobada por la Iglesia de la que hablan los documentos oficiales de su proceso de canonización emitidos por el papa Alejandro VIII y en aquellos donde fue proclamado patrono de la adoración eucarística y de los congresos, escritos por el gran León XIII (franciscano también, terciario). Es un don que le fue concedido por parte de Dios y del que se sabe, no solo sació su deseo de adorar, sino que de esa adoración obtuvo grandes beneficios en materia de ciencia teológica y veracidad racional de la fe. Pues tampoco es desconocido que se ponía al “tú por tú” (en sentido de nivel igualitario de diálogo) con los grandes teólogos del convento, lo cual le valió tanto respeto y admiración.
El hecho de ser receptor de este maravilloso regalo de Dios, adorar en “visión” desde un lugar distinto a la presencia física delante del Santísimo Sacramento, debería decirnos tanto en estos tiempos en los que la emergencia sentiría mundial de la amenaza covid-19 nos ha hecho cerrar las iglesias (al clero) y privarnos de la participación –en la iglesia- (a los fieles) de las celebraciones de nuestra fe. Sin embargo, hay algo que esta pandemia no desplazó del todo, y es que, llegó a nosotros en tiempos de una realidad virtual que comenzaba a bien posicionarse en nuestras vidas.
La transmisión virtual; sea televisivamente o mediante redes sociales, nos ha acompañado de manera fiel y constante en esta situación tan inédita en nuestras vidas: para el clero como para los fieles. “Streaming” quiere decir:
Tener acceso a contenidos de manera visual y auditiva desde un lugar alejado de donde se realizan.
Defino la palabra porque últimamente ha pasado a formar parte de nuestro vocabulario independientemente de qué idioma hablemos. San Pascual Bailón experimentó esta realidad “virtual”, pues gran parte de su vida religiosa la vivió de esta forma, no por poco este es el distintivo por el cual es conocido en todo el mundo.
Hoy, domingo 17 de mayo, fue el último día de celebrar para nuestros fieles parroquianos, y más allá de los límites de nuestra parroquia, la misa “in streaming” o “in diretta”, como se dice en italiano, es decir, transmito en vivo. A partir de mañana reabrimos nuestras iglesias y nos encontraremos con nuestros fieles ya sin necesidad de un celular o una pantalla de computadora. Esta crisis ha puesto a pensar a todos, al menos a mí personalmente, en qué validez tiene esta forma de “participación” en los actos sagrados . O, qué efectividad ejerce sobre quién la recibe en su casa y es víctima de un sin fin de distracciones y quehaceres propios del entorno en el hogar. Sinceramente me cansa ver tantas transmisiones de misas y actos de piedad en mis redes sociales, pues todo el que posee un celular con acceso a internet puede hacer una transmisión de este tipo. No ha habido regulación en este sentido porque simplemente no tenía por qué haberla, ya que la emergencia nos sorprendió en el tiempo de estas facilidades. El espíritu generoso –y a veces de lucha por conservar la presencia y protagonismo- de tantos sacerdotes produjo esta esta masividad de celebraciones en “streaming”.
La bondad de este recurso es indudable, no obstante cualquier objeción que pudiera haber. Sin embargo, pienso a san Pascual Bailón como un verdadero ejemplo del aprovechamiento de ese don. Su participación activa en la adoración eucarística está atestiguada en sus biografías; activa en cuanto al corazón volcado a la devoción y sus manos al trabajo. Activa en cuanto a su concentración a la difícil escucha del silencio de Dios y a la más difícil escucha de los gustos de sus hermanos frailes cuando estaban a la mesa. Activa en cuanto a su aprendizaje como recepción del amor de Dios susurrado y la promoción de su amor –expresado en las verdades de la fe- mediante la palabra simple que articula discursos profundos y convence a los incrédulos. Palabra de hombre sencillo que habla del amor de Dios y conquista a los que de este amor dudan o simplemente no creen.
Pascual, fue fraile “streaming”, adorador virtual, devoto “en directa”. Supo llenarse de Dios a través de estas realidades consecuenciales y aprovecharlas para después poner en práctica toda esa experiencia que construía con obra concretas para con los demás. Ese es el reto hoy que en Italia –y pronto en todo el mundo- abrimos las iglesia: venir a dar lo que Dios nos regaló a través de estas transmisiones de su amor y de su perdón.
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