En: Revista "San Francesco". 10 mayo 2021
Por: Antonio Tarallo Traducción: Daniel Ramos
“Lo envolvía un indecible amor hacia la madre del Señor Jesús, por el haberlo hecho nuestro hermano, el Señor de la majestad y porque nos obtuvo la misericordia. En ella principalmente, después de Cristo, ponía toda su confianza, y por eso la constituyó abogada suya y de los suyos. En su honor ayunaba con gran devoción desde la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo hasta la fiesta de la Asunción.”
Por esto, San Buenaventura en su Leyenda, el fraile compañero de Francisco, nos habla de la devoción mariana del Santo. Fascinan, sobre todo, estas palabras: “en ella, depositaba su confianza”. Era a la madre de Cristo a quien san Francisco miraba con tiernísima mirada. Mirada de hijo hacia su propia madre. Por tanto, encontrar en María, una verdadera y propia madre, representaba para el Santo de Asís una natural inclinación del corazón. Sabemos de sobra que la Virgen María y Francisco eran el uno para el otro. Para el Alter Christus no podía ser de otra manera.
Ahora cambiemos un poco de lugar la atención de aquel del alma de Francisco, hacia otro sitio. Estamos en Asís, la ciudad del Santo. En Plaza de la Iglesia Nueva. Este lugar que desde el siglo XVII fue reconocido como la hipotética casa paterna de san Francisco. En esta placita se encuentran dos estatuas. Representan a un hombre y a una mujer. Son Pedro de Bernardone y Pica de Bourlemont, los papás del poverello. La Señora Giovanna Pica, así era llamada en la época del pequeño Francisco. Era originaria de Provenza. No obstante que la madre había hecho bautizar al niño con el nombre de Giovanni (Juan) en honor de Juan el bautista, Bernardone dio al hijo el nombre de Francisco, un nombre obsoleto en el Asís de la época.
Francisco como los “francos”, en honor del pueblo gálico de los orígenes maternos. Mezzogiorno, en Francia era la cuna de la herejía y de los trovadores. Era la Francia inculturizada y siempre lista para recibir nuevos impulsos del exterior. Podemos, entonces, imaginar una mujer de gran perspectiva y amplio basto conocimiento de la literatura las artes. De ella, Francisco aprendió la lengua de la ternura: el francés. Lengua dulce, lengua intelectualmente profunda. Es de este hecho que podemos encontrar una característica esencial del Santo: elegancia, simplicidad y profundidad. En san Francisco de Asís vivían estas características que –hemos comprendido- no podían ser heredadas, como infundidas, sino por su propia madre Pica.
De ella, tenemos solo una que otra noticia en la Vida, escrita por Tomás de Celano. De las palabras del biógrafo se sabe que Pica tuvo por Francisco un amor especial inclusive con respecto al otro hijo, el hermano de san Francisco, de nombre Ángel. Fue propiamente la señora Pica quien se empeñó –con una indecible ternura- a hacer menos ásperas las correcciones que su padre imponía a Francisco antes de que abandonara la casa paterna.
Tomás de Celano, nos presenta a una mujer inspirada por Dios, que incluso profetiza la santidad del hijo. Si bien Francisco en sus escritos nunca habla directamente se su madre, son muchas las referencias a la centralidad de la figura de la “madre” en su experiencia.
Por ejemplo, en la Regla de vida para los eremitorios, Francisco escribe:
“Aquellos que quieran llevar vida religiosa en los eremitorios, sean tres frailes o máximo cuatro. Dos de ellos sean madres y tengan dos hijos o, al menos uno. Aquellos que hacen de madres sigan la vida de Martha, y los dos hijos sigan la vida de María. (…) Después, los hijos asuman el oficio de madres”.
En estas palabras podemos encontrar la experiencia materna vivida por Francisco y aquella del amor hacia la Virgen María. Es aquella del amor de Pica de Bourlemont.
¡Nuestro agradecimiento y admiración a todas las madres por su entrega cotidiana en la que se asemejan al Dios Creador y providente!
(Galería. En Asís con mi madre en noviembre del 2018)