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Salir: recomenzar de cero

Actualizado: 21 mar 2020

Fue tan precipitado aquel salir, que ni me di cuenta si lo había decidido desde la conciencia; mi gran desconocida que tantas veces se deja aconsejar del deseo que propician los sueños de trascender yendo hacia lo desafiantemente desconocido, tantas veces difuminado con lo añoradamente buscado.

Pero salí, no hice el menor intento de quedarme. Hubo uno, un solo motivo para no moverme. Motivo que recuerdo, era tan absurdamente válido que en cualquier momento podía quitarse el vestido de su sin sentido para aparecer tan cierto y tan sensato como el trofeo de quien presume de verdad el obrar desde la conciencia. Ahora pienso en esa remota posibilidad de quedarme. También desearía mejor que se borrara para siempre de mi mente. Trato de ir hacia los sentimientos aún latentes que me sugerían el rechazo a salir, a quedarme en mi tierra, en la tierra misma del que era y había logrado ser hasta ese momento.

Pronto dicho motivo se mereveló como una primera advertencia. Sin pensar mostró su inconsistencia como motivo, y entonces quise continuar con el correr natural de lo que me estaba aconteciendo sin más consideraciones que mirar hacia adelante y confiar en la vida y su sabiduría, en Dios y su silencio, y en mí y mis intuiciones, éstas que he aprendido a ver mejor cuando hay más silencio y oscuridad en el presente.

Incluso antes de moverme mínimamente comencé a darme cuenta que aquel salir iba a ser el desapropiarme de algunos y la liberación del compromiso de otros para conmigo, ambas cosas poco a poco, sin darnos cuenta, probablemente incluso sin quererlo. Y es que, la amistad exige cercanía, y cercanía física, más sobre todo cuando te conviertes en algo importante en las historias de los otros. Una cercanía que no se logra entender con la distancia bajo los nobles pretextos de la comunión de sentimientos o la estrechez espiritual no obstante la distancia geográfica. Fueron tantos los que me despidieron y prometieron estar sin moverse para mi regreso. Cosa demasiado ingenua cuando no se sabe a ciencia cierta cuándo será el regreso, o si habrá regreso, o peor aún, si el que regresará es aquel mismo que se fue.

Recuerdo que alguien, lleno de sinceridad y miedo me dijo al oído mientras me abrazaba en despedida: “Todas las personas que he amado se han ido. Ido en el sentido de simplemente no estar ya conmigo, no te prometo permanencia ni espera”. Me dolió al oído pero inyectó una bocanada de paz al alma tales palabras. Lo admito. Quisiera decir que esa persona sigue esperando, sin embargo creo que hasta el día de hoy fue la primera en dar coherencia a sus palabras. Ni permanencia, ni espera: signo clave del empezar de cero una vez más, es como la vida reclama para revelar su médula más desconocida.

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