Tengo en mi mente como un hecho inolvidable aquellos tres golpes con los que abrió a la fuerza aquella puerta de la zona de emergencias del hospital mientras yo yacía casi en el piso por los terribles estragos de un vértigo que me tuvo sometido más de dos días. Estaba verdaderamente molesta con la desatención de los enfermeros que fumaban la sigaretta despreocupadamente no obstante ver las condiciones en las que llegué a pedir atención médica. Hacía un frio congelante en esa noche y era notable su preocupación por mi notable mal estado de salud. En pocos minutos, estaba ya siendo atendido por algunos enfermeros mientras ella, con actitud de “yo de aquí no me muevo”, me observaba atentamente. Su mirada era de desconcierto pero un desconcierto que transmitía paz y expresaba con silencios que no estaba solo y que esa lucha iba a ser más fácil ganarla en dos. Es Caternina … “dei frati” (de los frailes), como suele presentarse antes los demás, sea al teléfono o en persona. Es como una especie de nombre de “casada”, o mejor, como un apellido de esos que surgen de adjetivos vitales ganados que tocan más la esencia de lo que se es que de lo que se hereda.
Caterina forma parte del legado de la comunidad en las ultimas décadas de los frailes franciscanos en esta fraternidad en Tívoli, en el Lazio italiano, que tienen una importante presencia desde los orígenes de la orden hacia ya más de ochocientos años. Inició sus servicios como cocinera, como ayudante de su madre –según ella misma me lo ha referido- desde antes de 1970, “pero esos años no cuentan” siempre me corrige. Su año de inicio como servidora de la fraternidad como tal lo fijamos en 1973.
Dentro de estas casi cinco décadas ha visto pasar a no pocos frailes que han servido a la parroquia y llevado vida de fraternidad en esta ciudad que se siente íntimamente legada no solo a su iglesia tan amada de Santa Maria Maggiore sino también a la presencia franciscana de la que siempre te remiten un bello recuerdo de los tiempos pasados y de los esplendores que lleva en su memoria esta ciudad que, ante la posibilidad de ser dejada por los franciscanos por motivos de falta de frailes en la desaparecida Provincia Romana (hoy de San Buenaventura), salió a las calles a pedir en silencio devoto la permanencia de los hijos de san Francisco lo cual les fue concedido atentamente por las autoridades religiosas. Es aquí, en el 2010, donde la presencia de nosotros como mexicanos tiene inicio en esta ciudad, la cual sigue vigente hasta el día de hoy.
Caterina dei frati, lo es de verdad, y nos encanta lo sea. Su presencia perseverante y disciplinada es siempre un factor que llena de ritmo nuestra jornada y de orden nuestro trabajo como frailes y como pastores. Su llegada cada día en silencio, con tal discreción, “faccendo pian piano” (o sea, sin hacer ruido), es la que da inicio a cada jornada de fraternidad. Las primeras puertas que se abren en el convento son las que la reciben y las que dejan entrar el fresco de cada mañana que transporta hasta cada rincón de la casa el olor a caffè recién hecho que nace en la cocina como en un especie de parto cotidiano que nos regala en cada inicio una caricia ligera que llena de vitalidad cada proyecto del día.
Su cualidad –entre tantas que ostenta- es sin duda la cocina. Hay quien, con autoridad de su estancia en este país por más de diez años- dijo: “Después de la pasta de Caterina, no hay nada más en Italia”. Otro más, sentenció: “a Tívoli se va a comer da Caterina” (o sea de su cocina). Su talento al cocina es tan indescriptible que no me atrevo ni a intentar expresarlo por escrito, ya que desgraciadamente aún no llega el momento en que los medios digitales nos regalen olores y sabores. Es exacta en proporciones, sutil en los condimentos, precisa en las cocciones. Es como un don obtenido por los años pero con toda modestia ella admite que desde ragazza (joven) ya lo tenía, por eso era requerida y peleada por tantos que la querían en sus cocinas y que le hicieron apetitosas ofertas que probablemente superaban al siempre modesto sueldo franciscano. Y es que los hijos de san Francisco solemos dar otro tipo de pagos, y los mexicanos más aún, lo hacemos espontáneamente y sin pensarlo, simplemente se nos da esta forma: ser bromistas, atentos, colaboradores. Tratamos como miembros de la fraternidad a aquellos que nos hacen algún servicio. Ha aprendido con gran arte y destreza los secretos de nuestra cocina mexicana y preparar nuestras amadas tortillas. Con todo, ante propuestas buena o no tanto, Caterina ha permanecido con gusto 'dei frati'. Así de simple.
(Caterina preparando la Polenta, platillo típico del norte de Italia/Limoncello hecho por ella (¡una delicia!)/Pasta con tocino y calabaza, ¡mi favorita!/Refectorio)
Estamos concluyendo una etapa verdaderamente especial en nuestras vidas, lo digo de manera personal y como comunidad franciscana en este lugar, y me extiendo no solo a nuestra presencia como mexicanos en Italia, sino hermanado a la orden franciscana presente aquí desde hace ocho siglos. Es cierto, ha habido periodos de guerra, de hambre, de otras situaciones más que la historia nos reporta, pero este periodo singular como es, también lleva una carga de esa visión inédita que revela grandes cosas y desvela verdaderos valores que vale la pena compartir de palabra y con la escritura, para que sobrevivan por años y alcancen a más personas. Este es el tiempo de la lucha y convivencia con el Covid19.
Quiero rescatar tantas vivencias que están pasando ya a mi zona personal de recuerdos, tantos que no quiero dejarlos ir sin untarlos un poco de inmortalidad y proveerlos ya de este ser merecedores del compartirlos para decirle al mundo que aun hay gente que verdaderamente vive para los demás y que predica con la vida y el riesgo un amor grande a Dios y a la humanidad. A ese grupo pertenece Caterina. Creo tiene un gran lugar dentro de esa estirpe.
Han sido casi tres meses de esta emergencia que ha llevado a toda Italia al confinamiento personal y a la restricción social, al ansia y a la convivencia con la angustia. Periodo que nos ha llevado a todos a probar el sabor del miedo, por si alguien ya lo había olvidado.
Me es grato recatar que en este periodo la presencia de Caterina no ha venido a faltar, al contrario, su presencia ha sido más que solo física y en el servicio. No obstante la difícil etapa de la fase 3, donde el confinamiento fue radical bajo amenaza de sanciones legales a quien no cumpliera con la orden de permanencia en casa por motivos no justificados, su constancia no vino para nada a menos. Su provisión de víveres tanto necesarios como secundarios también siempre estuvo presente. Su servicio en cocina como en toda la casa siempre puntual y sin sufrir ningún cambio, un elemento verdaderamente dador de equilibrio y fuerza para nosotros. Debo reconocer que las mil preocupaciones que ocupaban nuestros pensamientos desaparecían ante un rico plato de pasta que, uno a uno, a gusto de cada hermano, era preparado cada día, organizando magistralmente el complacimiento de todos. Es por eso que escribo esto y lo comparto; quiero ser un modesto homenaje a su inquebrantable e incondicional servicio en medio de esta situación difícil para todos, donde a pesar del riesgo, sea al contagio o a alguna sanción, no dejó de brindárnoslo y hacerlo siempre con amor, pues al final de cuentas sus razones eran también sensatas: “es mi trabajo y es también esencial para la sociedad”. Decía. “Ustedes necesitan estar bien para cuando esto pase poder recibir a los fieles en la parroquia”. No pocas veces también me insinuó que lo hacía en nombre de nuestras madres y familiares que se encuentran lejos.
Recuerdo que por aquellos días Sara, una de mis colaboradoras en este blog escribió sobre los amantes de la cocina, citando a Paola Thrace:
"Creo que también nos da esta sensación de ser autosuficientes y por lo tanto aptos para sobrevivir. Lo que siempre me ha atraído de la cocina es que tienes el control. Sin importar lo que esté pasando en el mundo, la clara de huevo espuma cuando la bates".
Eso pasa con Caterina, es otro de sus grandes dones: su sentido de sobrevivencia, que es tal, que llega a convertirse en amor hecho obras concretas que van desde la complejidad de una pasta hecha en casa, la practicidad de una completa cena con invitados, hasta la simplicidad de una costura en la orilla del pantalón. Es sentido de sobrevivencia que lo hace vida cotidiana y lo comparte de forma simple, ni siquiera se lo propone.
Es bien sabido que es de hombres verdaderos y de auténticos cristianos el ser agradecidos, porque a estos el amor nos redime; el amor que se padece, que se recibe, por eso debemos agradecerlo y anunciarlo a los demás. Hoy he querido dedicar esta página de la historia de este espacio virtual que me ha llevado a expresar mi voz en las distintas formas en cómo nace dentro de mí, y entre estas, una de las expresiones más clara y más sincera es la de la gratitud. A nombre de mi fraternidad y de mi ser fraile mexicano en Italia agradezco a Dios el don de Caterina; su persona toda, su alegría y su servicio. Con la convicción de las palabras de su coterráneo del Abruzzo, el jóven poeta de las redes sociales:
“La vita è un ‘Sí’ moltiplicato all’infinito”
(La vida es un ‘Sí’ multiplicado al infinito)
Nicolas Paolizzi
Gracias Caterina ese ‘Sí’ siempre presente, por tu perseverancia en ser "dei frati" y que eso te haga feliz. Nosotros lo somos.
¡!¡ EXELENTE¡!¡
MI agradecimiento a Caterina por el amor y atenciones hacia tí ( uds ).
Y lo que reafirmo es el "Don" para expresar con letras tus sentimientos y pensamientos. Tu tía QK.