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77 días de aprender a ser hermanos




El canto del Regina coeli hoy tuvo un toque especial. No sé si era el ajetreo de las personas que comenzaban a llegar a la iglesia o el sonido de los camiones del aseo que iniciaban la jornada de labor en la plaza. De lo que sí estoy seguro es que cantamos esta antífona de saludo pascual a la virgen María con una profunda moción de agradecimiento a la etapa que terminaba, y de encomienda amorosa a aquella que comenzaba. Hoy, abrimos de nuevo las puertas de nuestra iglesia a la participación de los fieles a las celebraciones. Hoy queda atrás un periodo por demás especial en nuestras vidas; 77 días de dedicarnos a buscar lo mejor de nosotros.


Orden y distribución en la cocina, dialogo compartido en la mesa, homilías para nosotros y oración comunitaria. Eso, intensa oración comunitaria. Creo que jamás en mi vida he orado con la fraternidad tanto como en este periodo. No creo que el culpable de todo esto sea el confinamiento en casa.


Estas cosas mencionadas fueron el trazo del ritmo comunitario llevado en este periodo de cuarentena. Ritmo que nos sorprendió en su obligatoriedad y su exigencia de respeto a fin de sostener la concordia y el bien llevar una situación para nada fácil de enfrentar. El encierro de este tipo suele ser un desgarro a la libertad pero también una oportunidad para sanar las heridas que ni siquiera sabemos que están en nuestros cuerpos. No está de más traer a la memoria el referente del apóstol san Pablo del cuerpo como símbolo de la iglesia. La fraternidad franciscana, con sus formas y sus matices propios es también en esencia un cuerpo.


El uso del término “heridas” parecería ser radical y dramático pero, a decir verdad, es el más propio para describir algo que impide el normal y buen funcionamiento de un todo que debe cumplir una función de conjunto, en armonía. Piénsese por ejemplo en el cuerpo humano; un simple rasguño se hacer detectar por cualquier miembro que lo padece de alguna forma y considera a su manera.


Desde que comenzó el confinamiento hemos visto desfilar un sin fin de reflexiones sobre el tema de todo aquello que ha develado este encierro obligado. Reflexiones poetizadas que te llenan de fuerza y valor para mantener viva la esperanza, y otras más que, crudas en su aporte, te hacen volver los pies a la tierra en advertencia de la necesidad de ser mejor persona para transformar la sociedad. Discursos y reflexiones; son tantas, incluso esta puede ser una más. Experiencias vitales, en cambio, muchas; lo digo con honestidad esto que plasmo aquí es lo segundo.


Y creí de verdad necesario escribirlo porque a alguien le puede ser útil saber que no bastan pocos o muchos años de profesión de vida franciscana para poner a prueba la medula vital del carisma, ni tampoco una limitada o vasta experiencia en el ministerio sacerdotal para poner al crisol las verdaderas convicciones fraternas y … de fe.


En tierra extranjera como estamos, en lejanía de los nuestros –frailes y familiares- y en medio de una sociedad que cuenta con la memoria histórica de las grandes epidemias europeas. Que se comporta en total obediencia y siempre en atención a los procederes de las autoridades civiles y eclesiásticas, decidimos de manera voluntaria y responsable confinarnos dentro los límites del convento y actuar a la par, desde el claustro, con la sociedad que luchaba con su obediencia contra la amenaza de la pandemia. Pasaron los días y, sin actividad pastoral y sacramental de ningún tipo y sin excepción, vino a cada quien la obligada y concienzuda pregunta: Y ahora ¿a qué nos dedicamos?. Al menos yo me la hice, y más de una vez me la respondí: “a ser hermanos”.


Entonces comenzamos a ser un poco menos radicales en nuestros personales puntos de vista y opiniones, a ser más moderados en el uso de los víveres, que aunque jamás hubo escasez –no obstante la amenaza- fue decisión de pobreza y solidaridad por los que no la estaban pasando bien allá afuera.


Iniciamos también a aumentar la presencia en los espacios sagrados de la iglesia parroquial para el rezo comunitario de los oficios litúrgicos de la jornada. Nos comenzamos a dirigir a nosotros las reflexiones de la homilía sin la presión del idioma y mejor anteponiendo el posible aporte al crecimiento de la comunidad.


Comenzamos también a tolerarnos en los descuidos humanos que jamás faltan y que en situaciones como esta se hacen más visibles e incomodos. Pudimos ver ciertas partes de nuestras personas que seguramente ningún discurso habría podido expresarlas. Partes débiles que no necesitan dialogarse, sino aceptarse, agradecerse, entregarse a Dios. Supimos que cada uno tiene necesidades, unas manifiestas y otras ocultas, pero todas requirentes. Valoramos el trabajo de casa, el estudio y la lectura, el desvelarse y madrugar por el otro. Vimos películas y series completas sin el celular en la mano, no cabe duda que el interés y gusto del otro puede ser contagioso y más potente que la simbiosis terrible que hemos desarrollado con el móvil.


En mi blog, uno de mis colaboradores escribió hace algunos días:


“Dentro de casa hemos tenido momentos muy complicados, pero en todos no ha dejado de estar presente esa misteriosa chispa de certeza de sentir que nos estamos civilizando”

Getulio Bueno, 29 abril 2020.



Le doy toda la razón. ¡Bella convicción intuida de un proceso de civilización franciscana que ningún libro nos había aportado, y si lo hizo, no nos había convencido.


Hoy, el confinamiento ha quedado atrás, han venido nuestros parroquianos con una sonrisa más contagiosa que el mismo virus enemigo. Les he dicho que “hemos cuidado su casa como si fuera nuestra”, que en la iglesia no se ha dejado de orar y que hemos acompañado a la Madonna delle grazie en todo este tiempo con gran amor y devoción. Quise decir además, pero decidí guardarlo un poco para escribirlo e inmortalizarlo: estar en casa con el hermano es la única y verdadera posibilidad del encuentro con uno mismo, en la contradicción que te ofrece su ser diferente e incómodo y en la paz que te otorga su presencia y tolerancia. Hoy concluye una etapa vital y comienza otra de prueba, de un crisol inédito. Viene toda una vida posible para hacer operativo lo que este tiempo nos enseñó, lo que aprendimos en estos 77 días que aprendimos a ser hermanos, o por lo menos, supimos lo que es serlo.


Tivoli, Italia. 18 mayo 2020, día 77 del confinamiento.


Imagen de portada. Fotografía de los frailes franciscanos del Santo Sepulcro. En: El diario de Sevilla. Publicada el 7 de abril del 2020.

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