A mi sobrino en el día que llegó a este mundo
Primero que nada, permíteme cerrar la puerta para dejar fuera el ruido y dar paso a las emociones que comienzan a hacer ver sus rostros. No es que el ruido logre eclipsar lo que el corazón experimenta, mucho menos que desacomode las letras que desde hace tiempo tengo ya listas para ser tales. La cierro porque quiero este momento solo para mí.
Querido León, te diré algo de lo más honesto que jamás he dicho: espero seas el último eslabón de esta cadena de presencias nuevas entre los de mi sangre al que tenga que inventarle, inventándome, una nueva manera de hacerme presente. Una cadena de novedades que desde mí se han vivido como un tren de ausencias; un camino de personal ocultación. Así es la agridulce voluntad de Aquel que me tiene acá y que es el mismo que te creó. Nos pasa igual: ni tú ni yo pedimos ser, menos dónde estar.
Te doy la bienvenida a este paraíso que nos fue regalado a todos. Paraíso que en estos días convulsiona golpeado por una epidemia que flagela a sus propietarios, quienes tomando demasiado en serio –y sin conciencia- eso de ser "propietarios" lo hemos enfermado; explotándolo y olvidándonos de él. ¿Sabes?, nos es paraíso cuando queremos que lo sea, lo experimentarás cuando contemples el mar, cuando respires el aire de las montañas y cuando admires lo bello de nuestras ciudades cubiertas por los cielos guerreros, que no obstante, se aferran a absurdamente a cubrirnos con su generoso azul a los que los ensuciamos. Y se nos olvida que lo es cuando pensamos solo en nosotros y en nuestro estar bien. Sinceramente debo decirte que llegas a este mundo en un momento inédito de la historia, tan desconocido como angustiante, donde de la responsabilidad y el civismo de unos, depende la vida de otros.
Te digo “bienvenido” en un tiempo incierto, donde ni se viene, ni se va bien, y donde el decir “bien” va más cargado de resignación que de entusiasmo. Sin embargo Dios ha querido que sea así: ha querido que seas una alegría que nos hable de vida en momentos donde estamos conviviendo con una muerte tan difusa y disfrazada como nunca antes se había expresado. Perdona si lo primero que te será asignado en este mundo es un número en el hospital, no lo tomes a mal, ya de tiempo, pero hoy más absurdamente nuestras vidas se rigen por números. Nuestras estabilidades por cifras y "curvas". Los vivos y los que dejan la vida, por cantidades y porcentajes.
Te doy la bienvenida a esta especie a la que fuiste pensado para ser en este mundo. Somos una raza extraña, te lo explico: lo único que podemos experimentar como nuestro, es la vida que hemos recibido, y curiosamente con egoísmo enfermo la impedimos en su transmisión y la frenamos en su dignidad. No tengas miedo si escuchas a tantas y tantos gritar enfurecidos por las calles y de frente a las iglesias que “el cuerpo es propio y sobre éste se debe decidir como nos plazca”. Lo verás plasmado con letras groseras en las paredes. No te pido que te cubras los oídos ni los ojos, sino que veas y escuches con ternura estos equívocos humanos los cuales tú ya has saltado porque has tenido suerte y has logrado aparecer en este mundo sin que estas blasfemias te hayan siquiera tocado, un privilegio que últimamente a muchos les es negado, porque –independientemente- si fuiste o no un proyecto de tus padres, ellos te comenzaron a amar desde que supieron que eras ya, sin suspicacias tontas ni científicas, una realidad en sus vidas. Valió poco o nada que fueras ya persona, o célula, o “derecho”, ellos te amaron desde esos inicios imprecisos y un rostro te dieron: sin rasgos, sin género, sin dirección. Amor puro. Porque sentir amor sin conocer, sin negociar, sin interés, es ya amar plenamente. Así como suele ser el amor de los padres, que son privilegiados por ser los más próximos a aquello que siente Dios por nosotros.
Te doy la bienvenida, desde hoy, a la fe que desde ya hace tiempo te acompaña. Nuestra fe es trascendente, cuando la conozcas te vas a dar cuenta que tus padres no decidieron intransigentemente por ti, en qué o quién creer, menos que te incluyeron a una religión a la que tu no pediste entrar. Como ministro de esta, te digo que somos una comunidad muy débil aunque parezca todo lo contrario. Nos dejamos llevar por intereses mezquinos y por situaciones estratégicas para seguir manteniendo esa fuerza de la que muchos te van a hablar, diciéndote escandalizados. Te lo digo como tío más que como sacerdote: es solo apariencia. La única fuerza que poseemos es una que no conocemos, que predicamos diariamente y en la que ni confiamos el mínimo. Pero como tu tío sacerdote también te digo: nuestra fe es belleza y luz. Todos, quién más, quién menos, lo hemos experimentado. No te desanimes si verás malos ejemplos de los que por opción hemos elegido ser los promotores de esta fe. No te asustes de lo que escucharás que hemos cometido, porque Aquel al que hemos defraudado, es el mismo que ha dado el primer latido a tu corazón, que te ha dado unos padres que te aman y te esperaron ansiosos y agradecidos. Te lo anuncio ya desde hoy, te recibe el bautismo de la vida.
Bienvenido a la familia; al apellido y a la identidad. A la fe; en Dios y en el hombre, en ti mismo y lo que podrás lograr. Bienvenido a las mil imágenes que haremos de ti, que compartiremos de tu llegada a este mundo, ¡es un extraño vicio actual! pero que seguramente nos hará –en la distancia obligada- expresarnos mutuamente la alegría de tenerte ya entre nosotros.
Te sería deshonesto si te diera una fecha precisa para nuestro encuentro, hoy más que nunca he aprendido el sentido de la frase trillada “cuando Dios quiera”, pero debe ser pronto, porque llevo ya algún tiempo pidiéndoselo. Mientras, gózate los primeros bocados de aire y las primeras palmadas de tu mamá, que ahora son solo para que digieras mejor y para decirte cuánto te ama, después –te lo advierto- serán de correcta manera para reprenderte, que también es una forma de amar, incluso más auténtica.
El mundo al que llegas no está en su mejor momento, pero sí en su mejor posibilidad de poder ser mejor. Es un mundo que se duele, pero que está aprendiendo a extraer del dolor lo mejor de sí para volver a hacerse paraíso porque, ya que nada ni nadie le ha logrado arrebatar ese poder que le fue dado por el Creador. De mi parte y de quien lo quiera, te prometo luchar para hacerlo mejor para ti, porque tú, como los que están llegando a él, lo merecen por el simple hecho de haberle dicho "sí" a la vida y comprometerse a derrotar al "no" de muerte imperante que lo acosa. Ahora eres pequeño pero llegará el día en que te unirás a mi sentir. Tu nacer a esta vida es ya una importante batalla vencida.
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