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¿Por qué Unamuno atacó la devoción al Sagrado Corazón?

Actualizado: 21 jun 2020




El pasado enero en la ciudad española de Salamanca, durante las incontables caminatas que hice del convento a la universidad, mientras hacia algunos cursos de profundización y actualización en materia filosófica, había algo que tomaba particularmente mi atención: la impresionante casa de la Compañía de Jesús sobre la avenida Paseo de San Antonio, que ostenta el llamativo JHS esculpido sobre la cantera del frontal de la bella fachada a la vista de los paseantes. Su parroquia, su colegio y su plaza, todo con los títulos populares y citadinos “de los jesuitas” me hicieron caer en la cuenta del relevante papel de la Compañía en la historia y vida de la ciudad salmantina.


Es de todos sabido que Miguel de Unamuno (1864-1936) fue condenado y llamado “El mayor hereje español de todos los tiempos” por Don Antonio de Pildain, obispo de Canarias, mediante una carta pastoral con motivo de la inauguración de la Casa-museo que llevaría su nombre, evento dentro del marco del VII centenario de la fundación de la Universidad de Salamanca. Dicho documento fue emitido por el obispo el 19 de septiembre de 1953 y en el cual se enumeran las aproximadamente 45 de “ofensas a la fe católica” que habría cometido el filósofo vasco en la publicación de su mítico libro “Del sentimiento trágico de la vida”, obra que fue condenada por Don Enrique, Obispo de Salamanca, Arzobispo preconizado de Toledo, el 20 de marzo de 1942. Dicha condena viene recogida e inserta en su redacción completa dentro del documento.


Unamuno, quien en su tiempo fungió como rector de la prestigiosa universidad de Salamanca y decano de su facultad de filosofía, siempre mostró una actitud notablemente reacia hacia los principios jesuitas y las formas de relación con el régimen imperante en la España de su tiempo. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús la había expresado de una manera bastante crítica en algunas de sus obras filosóficas y literarias, hecho que le valió el “entredicho” de la autoridad eclesiástica. Pero, ¿fue verdaderamente “herético” su pronunciamiento?. Digo, porque desde los terrenos semánticos unamunianos “hereje” y “herejía” no tienen significado con carga negativa, sino al contrario. Pues como escribiera, dando conocidos argumentos históricos:

“todas las ortodoxias empezaron siendo herejías”

La agonía del cristianismo


Y tiene razón, la historia lo convalida.

Sabemos que desde siempre el corazón es el símbolo de la vida humana: de su sentir y de su capacidad de amar. Centro de potencias y vulnerabilidad: símbolos perfectos de los alcances humanos y divinos que el hombre posee. De aquí su fuerte e imprescindible peso simbólico.


Miguel de Unamuno, a quien ignorantemente se le clasifica como agresor de la fe, conocía bastante bien lo mismo los estatutos dogmáticos del catolicismo y las expresiones de devoción popular, que los procesos históricos que recorrieron esos dogmas y devociones. La devoción al Sagrado Corazón, al menos en España, fue difundida de forma notable por los discípulos de san Ignacio de Loyola (juesuitas) quienes a lo largo de la historia de ese país han acompañado muy de cerca al pueblo no solo en el ámbito religioso sino también civil y político.


Es cierto, el filósofo argumentaba que algunas formas de expresión litúrgica y popular habían sido predicadas y difundidas en formas “atontadas” llevando a la infantilización de la fe. Afirmó:

“El culto al Sagrado Corazón de Jesús, la hierocardiocracia, es el sepulcro de la religión cristiana”

La agonía del cristianismo


Esta afirmación es exactamente donde recae la condena número 44 del documento del cual he mencionado al inicio. Y es que, escuchar así la afirmación de Unamuno, sin previo aviso o reflexión detenida, suele resultar agresiva e incluso –para otras almas más sensibles- ofensiva. No escribo para estas “almas sensibles”, aunque si llegan al final de este escrito creo que ya estarán en el camino de una fe más documentada y sólida, propia del querer unamuniano y también mío. Debería ser el de todos.


Hay un dato interesante del que Unamuno conocía perfectamente el contexto socio-cultural, por lo que se explica el uso del término “hierocardiocracia” (culto al corazón en diversas formas y expresiones), tenía presente la carga extra-religiosa que poseía esta tendencia, además de otros aspectos de tipo político y propaganda que adquirió al institucionalizarse dentro del catolicismo. Sabemos que la devoción y fiesta del Sagrado Corazón tienen sus orígenes en el siglo XVII con las revelaciones de la santa francesa Margarita María Alacoque (1647-1690) pero es interesante que la historia de España nos regala un dato simpático que versa entre las mismas líneas.


Resulta que la reina de Navarra Ana de Austria (1601-1666) quien traería al mundo al famoso Luis XIV, heredó algunos gustos exóticos de quien fuera su padre. Y es que, en sus últimos años de vida se aficionó a coleccionar de notables personajes de la época, no necesariamente santos o algo de similar, nada más y nada menos que sus corazones, que exponía para su placer (¿veneración?) en un imponente, impresionante y lujoso relicario que llamó: “corazonario”.


La singular devoción de esta, es bastante conocida en la historia española y de las cortes mundiales, pues no pocos de los que sabían de esta afición, se inspiraron en ella y se procuraron también para sí mismos algunos corazones de personas insignes para gusto personal o devocional sea en iglesias que en sus palacios. En esta tónica conozco personalmente, aunque no precisamente en España pero sí con una estrecha influencia cultural, por ejemplo el caso de la Iglesia de la comunidad lombarda Sant’Ambrogio e San Carlo Borromeo en Roma, la cual custodia y expone a la veneración de los fieles y curiosos, el corazón de San Carlos Borromeo (1538-1584). Y la otra en México, en la ciudad de Guadalajara, capital del estado de Jalisco, el monasterio de la Purísima Concepción de las monjas capuchinas, quienes en su capilla comunitaria resguardan el corazón de Fray Antonio Alcalde OP (1701-1792) quien fue Arzobispo de la ciudad y escribiera expresamente en su testamento que al morir, dicha víscera fuera dada en regalo a sus monjas tan amadas para su permanencia y custodia entre ellas. Yo mismo he visto con mis propios ojos estas dos particulares reliquias.


La crítica que Unamuno hizo a dicha devoción y celebración, bien contextualizada y engranada dentro del argumento completo, así como en la tónica de la generalidad de su pensamiento, no es una crítica despiadada ni desparpajada, sino una invitación al despertar del infantilismo religioso, a la pasividad del gozo de los sentimientos y la idolatría del amor sin formas vivas de operatividad para con la vida. Actitudes que han sido siempre aplaudidas pero, donde no se trasciende a acciones concretas para hacer vital dichos sentimientos religiosos, situaciones donde el cristianismo –dice- “no agoniza”[1], donde no permea en la realidad carnal a la que fue traída la doctrina del Cristo –movida precisamente por el Amor- al que obedeció y por el que murió para dar vida.

Aunado a esto, el momento social y político que le tocó vivir a Don Miguel no fue precisamente el del testimonio de ejemplaridad en relación entre Iglesia-Estado. Periodo de complicidad y oscurantismo ambicioso que traicionó principios civiles y convicciones religiosas. Es justo en este momento cuando el grito jesuita se alzaba bajo el slogan del “reinado del corazón de Cristo sobre todos”, quedando su simbolismo –según Unamuno- banalizado y politizado, destinado a su celebración y expresión mediante la piedad. Momento críticos de la historia de España que han dejado heridas profundas en el pueblo fiel que hasta hoy no han sanado.


El corazón es símbolo bastante mal usado hoy en día, incluso en el ámbito eclesial, es mucho de sentimiento y piedad y poco de práctica y operación. La crítica de Unamuno dista mucho de ser una predica romántica o discurso que busque cuidadosamente no salir de la ortodoxia. Don Miguel se sabe “ortodoxo” más que tantos devotillos sin compromiso y fanáticos del discurso embelecante,

“porque aun cuando heterodoxo ortodoxo no fuese una contradicción muerta, en que los términos contrapuestos se destruyen, porque otra –heteros- doctrina puede ser derecha –orthos-, ya que lo que es otro es uno, herético es más claro.

La agonía del cristianismo


Acepta su ser “hereje” porque:

Herético es más claro. Porque herético (haereticus) es el que escoge por sí mismo una doctrina, el que opina libremente -¿libremente?- y puede opinar libremente la doctrina derecha, puede crearla, puede crear de nuevo el dogma que dicen profesar los demás”

La agonía del cristianismo



En suma, hacer vivir y dar operatividad al dogma bajo el criterio supremo de la caridad y el bien del prójimo, es para Don Miguel, el único empeño del que se dice cristiano. El “hereje” que vive y motiva a vivir a los demás el mandamiento del Amor es el verdadero profesante del dogma. No obstante María Zambrano (1904-1981), en su infinita letanía de adjetivos que otorgó al filósofo vasco, gustó siempre de llamarlo:

“Hereje de su época”

Unamuno


Zambrano, discípula de su mística y pupila de su forma, siempre halagó esa manera coherente y comprometida de “heretizar” la fe; de limpiarla de sentimientos que no llevan a la vida, como pasa de igual modo en la filosofía.


El corazón es también elemento importante en el discurso zambraniano, en la misma tónica de Unamuno, la filósofa explica su poder metafórico y sus alcances para la verdadera religión:

“Es metáfora, en suma, de comunión, de culto dionisiaco, de embriaguez vital, en el que se transfunde una vida divina a quien la bebe; metáfora de una sed infinita, una sed por esencia inextinguible. (…) El corazón en llamas, o el fuego del corazón, es la metáfora en que se ha revestido en sus apariencias históricas”

Hacia un saber sobre el alma


 

[1]Agonizar” en Unamuno significa la lucha que tiene de suyo el cristianismo, la batalla vital que lo hace vivo, auténtico y merecedor de las gracias divinas. Agonía es lucha.

 

Escena de la reciente película "Mientras dure la guerra" (España, 2019) del director Alejandro Amenábar. El ìcónico discurso de Miguel de Unamuno en el paraninfo de de la Universidad de Salamanca.

 

Cementerio de la ciudad de Salamanca. Tumba de Miguel de Unamuno. Enero 2020.



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