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Es tiempo de reconstruir


«Envíame a Judá a la ciudad de las tumbas de mis padres,

para que yo la reconstruya.» (Neh 2, 5)


Cuaresma 2022

6 marzo, 2022

Domingo I Cuaresma


A todos los que hacen vida eclesial en nuestra comunidad del Templo de San Francisco de Asís en Saltillo, San Juan de la Vaquería, Providencia y Refugio de las cajas y a todos aquellos con buena voluntad. Dios reine sus corazones.


La misericordia de Dios nos ha permitido de nuevo llegar a la puerta de una nueva vivencia del tiempo santo de la cuaresma. Su amor es tanto que nos mueve a renovar el empeño de caminar con Él, de experimentar la necesidad de Él y –misteriosamente- mediante la conciencia de la realidad de nuestros pecados. De nuestras debilidades manifiestas; como ruinas de una catástrofe.


La figura de Nehemías, personaje bíblico del Antiguo Testamento, ha sido para mí siempre emblemático y sugerente cuando de hablar metafóricamente de la debilidad humana se trata.


Nehemías, de raíz judía, vivió en el siglo V a.C. hijo de exiliados de Babilonia y servidor del rey pagano Artajerjes I, es el hombre lleno de sensibilidad para con sus orígenes y animoso promotor de causas a favor de su pueblo (Neh 1-5). Es el símbolo de aquel que reconstruye desde los escombros, que no pierde el ánimo al ver la violencia de las ruinas; eco manifiesto de un movimiento violento que las origina. Es el hombre que reconstruye su ciudad: física y espiritualmente.


Nos encontramos en una etapa crucial de nuestra historia como comunidad humana, parece ser que estamos viendo ya el fin de esta etapa epidémica que ha golpeado a la mayoría de la población mundial, pero de manera paralela, en los últimos días la amenaza de la guerra se asoma irónicamente poniendo de manifiesto la precariedad del obrar humano y la notable presencia de la irracionalidad del hombre cuando busca defender sus propios intereses. En estos días ha vuelto a resonar en mi mente el comentario irónico del gran Federico Hegel –filósofo alemán- donde expresa que “las formas en la que Dios ejerce su providencia paternal para con la humanidad son la peste y la guerra.” Los días presentes parecen certificar esta cruda realidad, no tanto mediante el ejercicio de la “providencia paternal” sino más bien ante la certeza de las calamidades que afligen a la comunidad humana como realidades también actuales.


Esta etapa de incertidumbre acompaña nuestro inicio esperanzador de este año 2022, año en el cual parece estábamos destinados a recapitular una etapa en nuestra vida, un cotejar de vivencias amargas y vislumbrar un presente mejor para todos. En esta atmósfera, Cristo nos invita de nuevo a ir con él al desierto, al mismo aquel, donde –como dice el himno de sexta- “nos brinda el pan sabroso que alimentó su alma silenciosa”, pan de su Palabra y pan eucarístico recibido cotidianamente: el desierto vivencial del santo tiempo de Cuaresma.


A casi tres años de habernos visto sumergidos en un estado de emergencia por causa del covid19, seguimos aun sintiendo sus estragos, pareciera que dicha situación no termina de dejarnos, aún más clara la enseñanza de vida que debiéramos ya haber encontrado como luz en nuestro caminar como comunidad. Quién más, quién menos, ha venido a convertirse en ruinas a causa de esta situación que trasciende al simple ámbito de lo sanitario y sus riesgos, pues la afectación ha sido integral y en todos los sentidos, ha mermado muchas de las situaciones de la estabilidad personal y comunitaria.


Pienso en los que, por causa de esta pandemia, han perdido familiares y seres queridos, en aquellos que han visto ir sus trabajos o se ha minimizado su estabilidad económica. Sin dejar de lado a los que por tales situaciones, se han alejado de Dios por causa de la ansiedad y la rabia que siguen a un momento racionalmente incomprensible. Ruinas de nuestra existencia; escombros de lo que somos ante nosotros mismos y delante del Creador.


La figura de Nehemías es ciertamente sugerente y alentadora. Es aquel que sale de su estabilidad (copero y consentido del rey) y enfrenta el humano miedo de ver la destrucción de lo que es suyo, de lo que ha construido su identidad: su ciudad, el lugar de su infancia. Pero, es sugerente porque desde él surge la iniciativa originaria. Pide al rey: «Envíame a Judá a la ciudad de las tumbas de mis padres, para que yo la reconstruya.» (Neh 2, 5). Petición que le es concedida convirtiéndose en el primer episodio de una historia heroica de una reconstrucción que es motivada por el amor a lo que se es y a lo que se profesa.


Sea esta cuaresma una oportunidad para hacer renacer el deseo de ir hacia el interior de nosotros mismos, hacia las propias ruinas a las que nos ha sometido el pecado y la situación actual de pandemia. Un momento de introspección a la luz de Dios para enfrentar el imprescindible paso de contemplar nuestra fragilidad y aceptarla, así y solo así, comenzar a reconstruir nuestra dignidad de hijos de Dios y salvados por la cruz de Cristo.


Es tiempo de reconstruir. Es tiempo de edificar con nuestros propios escombros los altares vitales donde se alabe a Dios por su misericordia y las casas modestas de nuestras buenas obras a favor de los que tenemos a nuestro lado. Pues las ruinas no hablan del sentido de las piedras, ni mucho menos de la arquitectura humana. Son consecuencia de un poder superior a ellas: la violencia del lugar y el irrefrenable paso del tiempo. Factores sobre los que el hombre no tienen el dominio. Bien decía María Zambrano –filósofa española- frente a los impresionantes vestigios de los foros imperiales romanos: “las ruinas son el testimonio del triunfo del tiempo sobre la soberbia humana”. Las ruinas personales, son aquellas que deja el alejarse de Dios.


Aprovecho para agradecer a Dios y a todos ustedes por el don de este primer año al servicio de esta Rectoría del Templo de San Francisco en Saltillo. Ha sido una experiencia enriquecedora y gratificante el construir y reconstruir movidos por la fe y por amor a la Iglesia. Deseo de corazón que la pasión por Cristo y su evangelio siga alentándolos para dar lo mejor de sí en cada uno de sus grupos, fraternidades y apostolados al servicio de nuestra rectoría. En breve aparecerá la comunicación de nuevos oficios en materia de coordinaciones y apostolados de cada grupo, a lo que agradezco de corazón a aquellos hermanos y hermanas que en este año animaron a sus grupos de pastoral y que por circunstancias personales han tenido que dejar el cargo. De igual manera agradezco a aquellos que, ya en dialogo, han aceptado generosa y alegremente algunas de estas encomiendas. Gracias, Dios les pague.


Aprovecho también para poner en manos de la Virgen María, los proyectos que verán luz en esta cuaresma, a saber, la institución de dos de nuestros jóvenes monaguillos que serán bendecidos por mí para fungir como Ceremonieros en las celebraciones litúrgicas. Igualmente el inicio del Coro Infantil que ha nacido del Campus de San Juan de la Vaquería de nuestra Escuela de Monaguillos y que he encomendado al patrocino de Santa Inés de Asís. ¡Gracias a todos por su ánimo juvenil al servicio de nuestra rectoría!


Toca en esta cuaresma reconstruir, ir a nuestro centro íntimo y enfrentar a nuestras propias ruinas para edificarlas sobre la piedra angular que es el Señor.


Mi bendición y sacrificio cuaresmal. Paz y bien.



Fr. José Daniel Ramos Rocha OFM

Rector









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