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Foto del escritorDANIEL RAMOS

Diego, el peregrino servidor

Actualizado: 3 abr 2020

De frente a mis escuchantes que participaban de la misa de la tarde, expresaba mi sentir franciscano al celebrar al que definí como: “una de las más bellas flores del jardín de san Francisco”, San Diego de Alcalá.


Es por su insigne y heroica simplicidad, que Diego, nacido en 1400 en San Nicolás del Puerto, en la Andalucía Española y muerto en Alcalá de Henares en 1463, haya sido puesto como patrón y modelos de los hermanos que, profesando la regla y vida franciscana, eligen no acceder a las ordenes sagradas. Aunque personalmente es más acertado pensar que el hecho histórico de haber sido el primero de entre los hijos de san Francisco no sacerdote en ser canonizado, haya sido la motivación principal para darle tal oficio celeste y terreno.  



Decía a los que participaban de la celebración, algunos de ellos de profesión en la Orden Franciscana Seglar, que gran parte del camino franciscano es salir victorioso de la imprescindible lucha entre lo ideal del carisma y nuestras capacidades para hacerlo real. Es bien sabido que hasta los grandes santos imitadores de Francisco de Asís han llegado al final de sus vidas con la incertidumbre de haber vivido en pleno el carisma y la forma de vida del evangelio. No obstante la variedad de formas y matices dentro de la familia franciscana es una de las más extensas entre las familias religiosas de la iglesia, incluso fuera de ella, en el sector protestante y … ¡hasta el no cristiano!. Tenemos noticias de grupos que toman el modelo y la forma de vida muy “a prescindere” de la figura de Jesucristo.



Lo decía porque, en la figura de Diego de Alcalá, quien proviniendo de una familia pobre, decidió por opción personal y amorosa el seguir siéndolo y seguir dedicándose a los suyos, a los que poco tienen y los que nada exigen. Convicción a realizar dentro de la observancia franciscana ya floreciente en el sur de España para aquel entonces.  Acto de verdadera heroicidad en un España del siglo XV donde los conventos eran ya verdaderos palacios y focos de opulencia que distaban mucho de la idea primigenia del pobrecillo de Asís para sus hijos.



 

Y lo recalqué como modelo perfecto del ideal franciscano precisamente porque sabemos que, inquieto como era, viajó hacia algunas partes de Europa para fortalecer su fe y su vocación, de modo que sabemos con certeza histórica que visitó Roma con ocasión del Jubileo universal en 1450 convocado por el Papa Nicolás V del cual participó como peregrino y devoto. De igual modo como hermano en la solemne canonización de San Bernardino de Siena en el mismo año, que para este tiempo era ya un figurón de la santidad en todo Europa y más allá de ella. Según las referencias históricas, la llegada multitudinaria de peregrinos a estos festejos trajo a la ciudad eterna el brote de una peste que golpeó fuertemente a tantos de estos y a los mismos locatarios romanos, creando pánico en la ciudad y una fuga masiva de esta. Según sus biografías, Diego, lejos de huir, se puso a servir en los lugares donde albergaron a los apestados de los cuales se dice que había incluso frailes franciscanos a los que también sirvió con gran caridad y atención. La enfermería no le era ajena ya que en Alcalá, a las puertas del convento dedicaba buena parte de su tiempo a la atención médica –del alma y del cuerpo- a tantos que llegaban con él precisamente en su búsqueda. Hecho que originaba gran celotipia por parte de sus hermanos entre los que destacaban eminentes sacerdotes y flamantes intelectuales con facultades y títulos para “servir al pueblo”. Diego servía en los más inservibles.



La desaparecida “provincia romana” (fusionada en el 2017 con la provincia de Abruzzo, hoy llamada provincia de “San Buenaventura”) cuenta entre sus tantos tesoros memoriales el haber hospedado en el legendario convento de Santa María en Aracoeli al santo, quien permaneció cerca de tres meses, periodo en cual acontecieron los eventos que he descrito anteriormente en la ciudad de Roma.


Las memorias del pueblo romano como de los frailes versan sobre el gran ejemplo de servicio y disposición hacia los enfermos enfrentando el riesgo que conllevaba. Disposición y servicio que desempeñó no obstante no saber la lengua italiana, lo que corrobora que su espíritu generoso vio la oportunidad de hacer presente el evangelio con otro tipo de predicación liberada de las palabras, tanto en aquella situación apremiante como en la tranquilidad del estar en el propio convento y en las comodidades de la patria natal.



Pensar en esta acción concreta de la vida de san Diego afianzó en mi la convicción descrita por la tesis principal (a mi manera de ver) del libro de Fray Giuseppe Buffon OFM, profesor de franciscanísmo en el Antoniano de Roma, “Francesco, l’ospite folle” (Francisco, el huésped loco) publicado apenas hace unos meses, la cual es: la posibilidad de evangelizar y predicar el evangelio cuando se es huésped, con actitudes más que con palabras, como hizo Francisco con el sultán.



Diego es el generoso y disponible en casa y fuera de ella, con los suyos y con los que encuentra por casualidad. Es el fraile del pan hecho poema de santidad y la santidad transformada en pan de ejemplo para ser comido y saboreado. En Diego, Alcalá de Henares no sólo tiene un puerta en aquella histórica, símbolo de la ciudad y sus glorias, sino también en el santo de la sencillez, el que fue puerta para muchos y puerta para Cristo, al que siempre manifestó abierto, ansioso de recibir a todos.



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