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Amigo miedo

Actualizado: 9 abr 2020

en el día 31 de la cuarentena de aislamiento en Italia.



Hace días me ocurrió algo que me dejó bastante inquieto. Escribo esto el día 31 de nuestra cuarentena italiana, la cual a este punto ya comienza a hacer sentir no pocos estragos.


Hace algunos días, ante la posibilidad dada por las autoridades sanitarias del país de poder salir de casa –sólo en caso estrictamente necesario por actividad física o relajamiento mental, sobre todo para los niños- conscientemente hice uso de este “permiso” y decidí caminar unos metros más allá de la puerta de nuestro convento. Con un libro en la mano para leer algún buen párrafo y mi pequeño termo a medio llenar de café expreso para acompañar el posible momento que ni tenía siquiera certeza que iba a llegar a ser. Al atravesar la plaza, que siempre está llena de niños y alegría, sentí de verdad compasión por ella; sola y silenciosa, no obstante los “árboles de Judas”[1] que, como cada año en este tiempo, le dan un toque bellísimo y singular.




Atravesaba a paso lento, el sol del atardecer me vino pronto a la cara que me regaló sentir un poco de calor en todo el cuerpo e inmediatamente decidí disfrutarlo. Tomé asiento en una de las desoladas bancas centrales, abrí el libro, leí algo y apenas si recorrí unos cuantos renglones, estaba una patrulla de poliziotti (policías locales) frente a mí. Me pidieron justificar mi estar fuera de casa a la vez que me pedían documentos de identificación personal. Me defendí argumentando tranquilamente sobre la nueva disposición dada esa misma mañana por las autoridades, lo cual fue en vano. Acepté la multa que parecía ya estaban tramitando al llenar los formatos escritos. Sin ninguna identificación en el momento, fui de regreso al convento por mi “carta de identità” ya en completa resignación. No me alargo, todo concluyó con un: “somos autoridad, debemos dar ejemplo” seguido de una tímida disculpa para mí. Los encargados del orden habían visto en mi identificación que soy sacerdote y habitaba a sólo unos pasos del lugar.


La situación me dejó verdaderamente inquieto, es justo lo que se experimenta cuando pruebas lo condicionado de tu libertad más inmediata; la espacial y personal. A decir verdad también la interrupción del sabrosísimo párrafo que leía, me afectó (de Araceli, de Elsa Morente). Supe gracias a los pensamientos y sentimientos posteriores que la situación de encierro se estaba convirtiendo en un peso.

Ayer domingo, que celebramos la “Domenica delle palme” (domingo de ramos), ante la circunstancia del impedimento de celebraciones con presencia de fieles, se lanzó virtualmente la convocatoria a los niños de nuestra parroquia para expresar a través de dibujos hechos por ellos mismos, la alegría de la entrada de Jesús en Jerusalén. Muchos dibujos recibimos a través de los medios de comunicación vía chat y redes sociales. Me sorprendió verdaderamente la gran creatividad y nociones de arte (característica muy, muy de los italianos) no obstante la poca edad de la mayoría de los pequeños “dibujantes”.



Hubo una ilustración que me sorprendió de manera tajante. Un dibujo simple sobre una hoja de papel escolar que mostraba una paloma con una pequeña rama tomada sujetada con el pico (obviamente haciendo alusión a la escena del diluvio, fascinante siempre en la catequesis infantil) pero que entre las patas llevaba unas especie de pequeño frasco que decía “vaccino x covid19” (vacuna para covid19). Es imposible negar la clara conexión que la ingenua ilustración tiene con la esperanza infantil de la fe, que siempre nace, se alimenta y refuerza de las narraciones bíblicas que nos vienen dadas por nuestros formadores en la fe. Pero también es imposible negar la conexión con una situación de angustia infantil por esta situación de encierro y bombardeo de información que estamos sufriendo por conducto de los medios de comunicación. Desde ayer (7 de abril) circula una pequeña filmación casera donde un niño italiano llora a su madre, no obstante las razones lógicas que esta le da, por no poder salir de casa e ir a las actividades normales y encontrar a los amigos. Verdaderamente la situación, ya a un mes de fase 3, comienza a ser pesada. Imagino muchísimo más en situaciones de espacios más reducidos en las casas habitación cuando son habitadas por un considerable número de personas entre ellos niños.


Dibujo de Francesca de Paolis, parroquiana nuestra.


Ayer martes, durante uno de los noticieros de la mañana veía un momento en vivo de diálogo a manera de “panel”, (ya que cada participante estaba en la propia casa conectado virtualmente) que versaba sobre el tema “Gli effetti dell’isolamento su adulti e bambini” (Lo efectos de aislamiento sobre adultos y niños). Participaban en el interesante diálogo: Chiara Saraceno, socióloga, Domenico Barrilà, analista adleriano y psicólogo, Omar Schillaci, subdicretor de Sky Tg24 y Francesca Baraghini, conductora del programa.


En realidad lo que me tomó mi atención de golpe, mientras hacía la colazione (desayunaba) fue el escuchar la frase:


“se busca combatir el miedo porque no hemos entendido que el miedo es el mejor amigo del hombre”.

Fue dicha por Domenico Barrilà exactamente cuando, abierto el dialogo, se decía que esta situación pesadez en el aislamiento cuarentenal comenzó por el miedo que vino transmitido por las autoridades y los medios masivos de comunicación. Mismo miedo que ha tomado gran protagonismo en este periodo de interacción familiar dentro de casa debido a las restricciones para salir, producto del riesgo al contagio y al “morir sin ser despedido por los tuyos (como tantos testimonios, incluso de video, hay en estos momentos) y, aún más, el miedo a cómo será el momento de retomar la vida fuera de las casas, la situación económica, el riesgo latente al regreso de la ola de contagios… etc.


Al miedo se le ha definido de distintas formas y desde innumerables perspectivas. Desde mi experiencia puedo decir, con la idea de San Hilario, Padre de la Iglesia, que es:


"la debilidad humana ante la amenaza de un posible sufrimiento"


Es cierto, el miedo es para todos enemigo. Yo mismo lo tengo como convicción. Las últimas palabras exactas a mi familia antes de partir a Italia para realizar los estudios de especialización en el verano del 2014, ante la nueva misión a mi encomendada y el hecho de salir por primera vez de mi tierra, fueron: “Tengo mucho miedo. Miedo a muchas cosas, no sólo a la lejanía. Pero, con miedo, nada se hace”. Las dije desde la entraña de mi angustia, lo juro. Mi familia lo puede testificar. Sin embargo, las palabras del psicólogo en la televisión me resultaron un desafío conceptual y vivencial. ¿Me sería posible siquiera considerar la viabilidad de comenzar a tener el miedo en mi vida como un amigo?, ¡¿el mejor amigo?!. Me es difícil incluso tratar de escribirlo.


Sin embargo, desde hace ya un mes, nos encontramos conviviendo no solamente con un virus invisible, ni con la angustia social que se grita desde el silencio de la ciudad. Se respira el miedo apenas abres la ventana. Sin embargo, esta “convivencia forzada” con un enemigo desconocido, como casi siempre todos los enemigos lo son, nos ha regalado momentos inéditos en nuestras vidas hasta el día de hoy. Momentos de verdadero enfrentamiento cara a cara con este enemigo y algunas veces sentir cómo pasa –o posa- su fría mano sobre nosotros.


La realidad del miedo, ha tomado diversas facetas en lo que va de esta cuarentena. Ha mostrado varias caras y distintos tonos en sus voces. Comenzó siendo una amenaza, prosiguió distanciándonos y aislándonos, haciéndonos sentir el absurdo de “estar alejados para estar unidos”, y hoy se muestra mediante la incertidumbre del cómo será el volver a salir a las calles a seguir la vida normal, las insostenibles posibilidades de una economía estable y el riesgo a una nuevo coletazo de la furia de este enemigo que queremos que ya muera definitivamente.


En lo personal, el miedo que hoy día me invade es el de salir y darme cuenta que de nada sirvió este duro periodo que a todos nos ha sacudido. De salir y seguir siendo yo el mismo indiferente ante el otro y los otros para conmigo. Que el virus se haya terminado de llevar los pocos gestos de educación que andaban por las calles, en las avenidas y sobre los autobuses, y las casi extintas sonrisas que había en circulación, pues la distancia -física y personal- ha sido mucha. Ha sido ya demasiado on line en estos días, que hasta a Dios le hemos hecho distintos perfiles en los social de las redes cibernéticas.


Confieso que desde que esto comenzó, hubo un rostro del miedo al cual temí desde el inicio. Hoy me ha mordido. Ese rostro del miedo es el de perder a alguien querido –por el virus o por cualquier cosa-. ¡Las imágenes y testimonios de muertos en Italia han sido tantas y permanecerán en la mente de todo este pueblo y del mundo! Me afligía sólo pensarme participante de una escena de estas. Curiosamente, este articulo ha sido escrito en dos momentos, y la división entre estos es precisamente el haber recibido la noticia de la muerte de alguien importante para una persona importantísima en mi vida. El miedo, es cierto, fragmenta y nubla, pero puedo decir por experiencia propia que su “amistad” viene de lo que con golpes enseña, se adueña de nosotros con lo que con dolor educa y de eterniza en nuestra existencia con lo que con incertidumbre proyecta hacia infinidad de futuros. Porque es sí, tiene un don especialísimo:


Hoy comprendo a la pequeña que realizó tan conmovedor dibujo. Un alma pura y sensible, inofensiva y aturdida por el miedo de verse encerrada en casa por motivos que no logra entender seguramente, pero de cara a este, -el miedo- con sueños venideros posibles, auspiciados por la fe que debe y por fuerza tiene que ser inocente, ingenua, confiada. Así tal cual: que a lo viable y lógico de la rama de olivo en el pico venga la fábula el antídoto para el mal que nos aqueja, que nos llena de miedo, pero que también nos ha despertado a soñar.


Hoy sueño despierto, proyecto futuros jamás imaginados, escribo letras de desconocidos alfabetos … gracias miedo, amigo. Te invito esta noche un chianti, de la cantina de casa.


(7:48 pm, hora Italia)



Algunos dibujos de niños parroquianos nuestros con ocasión de la invitación a expresar su "presencia" en la Iglesia para el Domingo de ramos, impedidos por la emergencia sanitaria del covid19


 

[1] El llamado popularmente "árbol de Judas" es un arbusto del tamaño común de un árbol cualquiera, que destaca por su infinidad de semillas que florecen en este tiempo de primavera (coincidiendo con la semana santa) y que tiene origines en el mediterráneo occidental. Se le conoce así porque la creencia popular afirma que bajo un árbol de estos fue entregado Jesucristo por Judas y que una vez habiendo reconocido su error, se ahorcó en uno de estos arboles también. La plaza de Tivoli está rodeada de estos árboles.

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