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Magdalena; verdadero llanto femenino.

(En basé al guión de mi podcast de "Evangelio viviente"

en Spotify para este 22 de julio 2020)




Me llena de alegría ofrecer la reflexión para este día que hace memorial no solo de la patrona de mi tierra natal, sino también, por la cercanía en el tiempo de la solemne proclamación que hizo el papa Francisco sobre aquella que contempló, escuchó y pudo mirar con sus propios ojos, una etapa inédita del maestro; es decir: presenciarlo ya resucitado: me refiero a Santa María Magdalena. A la que hoy podemos llamar con todo derecho: Apóstol.



También me llena de felicidad iniciar este Año Jubilar en el día en que celebramos el 424 aniversario de erección parroquial de mi parroquia natal del Señor Milagroso en Magdalena, jalisco, México; precisamente en el día de Santa María Magdalena, antigua patrona a ella dedicada la parroquia en tiempos de su fundación franciscana.



Es de todos sabido lo complicado que resulta trazar un perfil exacto sobre este personaje evangélico por demás especial, ya que sabemos con claridad, que la tradición de la iglesia y la predicación milenaria siempre la ha anunciado como la “pecadora” convertida, como ejemplo de radical conversión a Cristo. Este estatuto de “pecadora” ha provocado que injustamente el paso del tiempo le haya adjudicado atributos, que en ciertos sectores del pueblo fiel –incluso del clero- parecieran certezas indiscutibles. Tales atributos como el de “mujer pública” o el de la “enamorada” (entendido en sentido erótico), no solo no le hacen justicia sino que pudieran nublar su verdadero perfil dentro de las narraciones evangélicas.


Desde la óptica narrativa de San Juan, de donde viene leído en este día el evangélico de hoy, precisamente del capítulo 20, es donde nos ofrece los pormenores de lo acontecido en el alba del gran Domingo de la resurrección de Cristo. Entre la ilustrativa narración de lo acontecido esa mañana en el encuentro entre María Magdalena y el Señor resucitado, destaca que esta, aún con el corazón aturdido por la tristeza, no lo reconocía.

Entre los detalles de la escena, resalta la triple afirmación con amargo sabor a lamento:


«se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».

El pasaje de San Juan revela la aflicción de la Magdalena y su desahogo delante de aquel “desconocido”. Es lamento de dolor y confusión, de añoranza y de necesidad de certeza. Magdalena quería solo ver los despojos de su Señor, su cuerpo muerto. Necesitaba tener el consuelo de saberlo ahí presente …aunque solo su cadáver.


Magdalena es figura del dolor humano y modelo de la necesidad de certezas. El prototipo de la fe que busca comprender, y comprendiendo amar más y mejor, lo que ya se ama.


Es figura de la mujer de hoy que vive sobajada por sistemas machistas y sexistas que le impiden su realización en las sociedades.


Es emblema de tantas niñas y jóvenes silenciadas desde temprana por habérseles robado su inocencia a temprana edad por la explotación de sus cuerpos y la sumisión a los deseos desordenados de algunos tantos que son encubiertos por otros más.


Es imagen de aquellas mujeres que les han arrebatado a sus hijos de sus manos, la drogadicción y el crimen organizado que no respeta ni siquiera el dolor de una madre.


Es grito de otras tantas que viven violentadas en la esclavitud de sus hogares bajo la opresión de los verdugos a los que dieron su amor para toda la vida delante de Dios o de un juzgado civil.


Es símbolo de la iglesia que, arrepentida de los errores del pasado, quiere recuperar el tiempo perdido y amar a todos sin distinción porque está convencida que el arrepentimiento y el perdón son la salvación del hombre de hoy.




Pero también es modelo de todos nosotros, que experimentamos –al amanecer o al anochecer de nuestras vidas- el amor de Cristo y las ganas de servirlo, y tantas veces nos ha sido arrebatado, sea por motivo de las apatías de aquellos que nos predicaron un Jesús joven y vivo, o por las incoherencias de los que nos mostraron un Cristo empático y misericordioso, o, incluso, a causa los escándalos de otros más que aún hoy predican un Jesucristo lleno de amor y respeto.


La petición de Magdalena viene respondida no solo con el hallazgo del cuerpo que buscaba, sino con la felicidad de encontrarlo vivo. ¡Su esperanza es rebasada por la sorpresa de Dios!


María Magdalena es aquella que vence la confusión con esperanza, por eso exclama: ¡Maestro! cuando reconoce al Señor al solo oír mencionar su nombre: “María”. Es la que la esperanza no la aturde ni la infantiliza, sino que le da claridad de ánimo y entereza para actuar conforme a la misión a la cual ya había optado por amor. Es la que encuentra a Jesús vivo y urge en comunicarlo.


Por esta sabiduría femenina, el nuevo prefacio que se proclama en su misa no exagera en afirmar que Cristo:


“a ella dio el honor de ser Apóstol para los mismos apóstoles”

según la traducción a la lengua italiana, la cual creo es la más correcta al honor que el Papa Francisco nos recomienda a esta nueva y justa perspectiva de la figura de Magdalena.



Cada que Jesús se nos pierda a nuestra vista, como María Magdalena, pidamos a Él mismo que se nos haga ver y pronuncie nuestro nombre.



¡Buena fiesta de Santa Maria Magdalena!




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