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Estos son

(Podcast para "Evangelio viviente" en Spotify. 22 septiembre 2020. Texto completo)


“Mi madre y mis hermanos son estos”

Lucas 8, 19-21


Es muy sentido en gran parte del mundo cristiano, el papel de padrino en un acontecimiento especial de nuestras vidas, casi siempre en la recepción de un sacramento. La mayoría tenemos un gran recuerdo de aquellos y aquellas que nos acompañaron sea en el bautismo, en la confirmación, en la primera comunión, en la ordenación sacerdotal, de igual modo en la conclusión de alguna etapa escolar o en el inicio de un proyecto.


A decir verdad no sabemos con precisión cuando y donde surgió esta usanza de agregar a alguien para hacerlo participar de un momento de vital importancia con miras a sabernos acompañados por dicha persona. Me atrevo a decir que, es en San Agustín de Hipona donde se vislumbra, si no el origen concreto, sí uno de los orígenes del padrinazgo.


El mismo Agustín narra en sus Confesiones que Ambrosio, obispo de Milán, mediante su predicación y ejemplo, lo hizo nacer a la vida de la fe. La fascinante escena de su bautismo, es propiamente una fotografía que se parece tanto a las actuales que conservamos como recuerdos del día que fuimos bautizados. Ambrosio es “padre” de Agustín, lo engendró para Cristo, lo dio a luz a la fe. Es “padrino”: segundo padre; padre por voluntad.


Escena del bautismo de san Agustín por manos de san Ambrosio, acontecido en MIlán en el año 387.

El breve pasaje evangélico de hoy, dado por san Lucas en el capítulo 8, es la certificación del ejercicio libre de la voluntad para estrechar lazos familiares verdaderos y la invitación a hacer uso del poder creador que nos ha dado Dios, pues que poseemos el poder de crear lazos estrechos e irrompibles mediante su Palabra y la nuestra voluntad personal, estas dos siempre auxiliadas por el amor.

“Mi madre y mis hermanos son estos”,

es la respuesta de Jesús a una pregunta no hecha. Una respuesta de pronunciación que responde y aclara anticipadamente a un sin fin de preguntas posibles y una multitud de dudas por gestarse. El gentío que lo rodea en la escena evangélica, es símbolo de la confusión sobre quién merece ser amado por nosotros, quién venerado y a quién serle agradecido, pues que nada hay en este mundo más libre que el elegir a quién amar y amar a quien nos ha elegido.


Los lazos de hermandad, paternidad y filiación verdaderos son, en Jesucristo, creados por la escucha y cumplimiento de la Palabra de Dios, y su puesta en práctica. El lazo es sobrenatural, desafía las reglas de lo que existe a simple vista, pues para la escucha se necesita un hablante: es decir, quién la predique. Para el cumplimiento, uno que sea inspiración y modelo: o sea quién nos permita darle cumplimiento a esa Palabra. Y uno que nos sea de campo de acción para su puesta en práctica: es decir, quien nos la deje hacer vida.



Todo aquel que nos permita ejercer la caridad, -que es el denominador común de toda la Palabra de Dios-, es nuestro hermano, hermana, madre, padre e hijo. Al hacer real la utopía de la caridad, nosotros también pasamos a ser todo eso.


Por este fuerte sentido creacional, es que Francisco de Asís, no exageraba al afirmar que poseemos la capacidad de ser madres, esposos y hermanos de Cristo (2CtaF 50-53), cuando cumplimos la voluntad de Dios y damos a luz nuevas vidas nacidas a la alegría de ser cristianos, cuando nos comprometemos fielmente con el ideal de la caridad y cuando, con obras concretas, nos hacemos hermanos de todo y de todos.


Por eso en solo unos días más el mundo escuchará la voz del Francisco de estos tiempos que, inspirado por el Francisco del medioevo, ha querido traerlo al presente para que sea él mismo quien nos recuerde, con la autoridad apostólica de una encíclica, que somos “todos hermanos”.

Escucha su palabra, hazla real en tu día. Compártela oral y vivencialmente con el que tienes al lado: conviértete en hermano de Cristo.

Paz y bien.


 

Podcast. ¡Escúchalo!

 

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