De lo más fascinante que hallé en los innumerables homenajes que se realizaron en todo el mundo, pero de manera especial en México, con motivo del centenario del nacimiento de Juan Rulfo fue la expresión de Cristina Rivera Garza que late en toda su obra titulada Había mucha neblina o humo o no sé qué (Random House, Ciudad de México, Marzo 2017). Aporte que también se suma a este gran tributo de parte de las letras en lengua castellana llevado a cabo durante todo el pasado 2017: “Cada quien tiene su Rulfo privado”. Palabras sencillas pero de gran verdad. Propiamente una invitación –mejor dicho una incitación- a hacer tuyo al escritor jalisciense desde un ejercicio de introspección motivada por el placer personal de su escritura, la fascinación por su vida y por la figura toda de Rulfo a través de su obra. Invitación que tomé en serio y me sirvió de noble pretexto para terminar de sacar mi Rulfo personal, que creo siempre ha estado ahí desde mi primer acercamiento a su obra en los años escolares de la infancia.
En el ya pasado 2017 se han cumplido 100 años del nacimiento de nuestro escritor, motivo por el cual se han rendido no pocos homenajes a su obra y a su persona toda. El presente quiere serlo también. En tal empeño, me propuse releer una vez más la que ha sido por tantos considerada como su mejor realización literaria: Pedro Páramo, escrita en 1955 y que continúa hasta el día de hoy fascinando a tantos entre los que me incluyo con gran orgullo por poseer ciertas cosas en común con Rulfo: mi origen jalisciense y mexicano y la fascinación por las letras leídas y escritas posibles.
En 2008, tuve la oportunidad de pasar unos días en Apulco, Jalisco, como huésped precisamente en la hacienda que vio nacer a Juan Rulfo. El lugar se narra solo. Basta sólo despertar todos los sentidos para leer en cada mirada las frases fotográficas que conforman la obra del escritor. Con el paso de los años debo admitir que no han sido pocas las veces que he regresado a caminar aquellos antiguos andadores campiranos, a ver los dorados atardeceres cálidos y a disfrutar los olores del humo de los hornos caseros. He vuelto pero en sueños. Tengo esa semana como “santa”, no solo por el ambiente religioso del que estaban envueltas aquellas fechas sino por la “sacralidad” que le otorgamos a algo cuando queda en la memoria del corazón y de vez en cuando toca la puerta de la casa donde vivimos el presente. Tengo esa semana santa como una de las mejores de mi vida.
El Rulfo mexicano
Estas letras que estoy compartiendo recogen los pasos de un esfuerzo soñado, en el sentido del deseo de no quedarme fuera de este homenaje a nuestro Juan Rulfo. “Nuestro”, por ser Mexicano y jalisciense, pero más por ser inspirador de nuevos mundos posibles donde las realidades del mundo que vivimos sean vistas como conatos de posibilidad para transformarlo, para hacerlo más humano y más sacro.
Rulfo e sin duda el gran orgullo mexicano en todos los sentidos. Destacado desde el inicio de su caminar estudiantil y con grandes sueños editoriales desde la juventud, Juan Rulfo es el escritor mexicano probablemente más conocido en el mundo. Su obra hasta hoy sigue siendo descubierta no obstante pareciera ser poca en términos de cantidad y extensión. Sus novelas son, me atrevo a decir, más releídas que conocidas “de primera vez”, ya que la experiencia del primer acercamiento a su obra muchos mexicanos la hemos tenido en nuestra primera etapa de la vida educativa cuando en clases de educación primaria o secundaria hemos leído de voz probablemente de nuestros profesores de Español o Educación Artística aquello que dice:
“(Comala) está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del Infierno. Con decirle que muchos que allí se mueren, al llegar al Infierno regresan por su cobija”
Juan Rulfo, Pedro Páramo
Y así, Rulfo nos traslada a las calurosas tierras serreñas del sur jalisciense, no tanto por los singulares elementos descriptivos de su geografía, sino por el uso y familiaridad de algunas palabras que existen solo en aquella región de la tierra donde también el que escribe nació y se formó.
Rulfo es “el gran señor del mexicanismo” y “maestro del neologismo” según Jorge Edwards, escritor y periodista chileno, miembro de la Academia chilena de la lengua, quien conoció en persona al escritor y quien desde los inicios de su caminar como amante y promotor de la literatura hispana conoce bastante la escritura rulfiana.
La obra de Rulfo es sin duda una develación y promoción de este así llamado “mexicanismo” que sobre la base de la lengua castellana se expande hacía horizontes nuevos mediante la inclusión a la literatura de tantas palabras de uso popular llenas de raíces y significaciones propias. Palabras y expresiones completas de uso común y proliferado que, precisamente por su uso corriente y cotidiano, logran expresar la realidades narradas en su obra que siempre tiene una ubicación geográfica bien precisa y delimitada.
Su creación es neologística, o mejor aún, es develadora y promotora. Ha descubierto los modos de ser y de expresarse de una región concreta de México, expresión singular del México entero. Nación que ha sabido ganarse un lugar en el mundo, y que en el ámbito de las letras continúa haciendo camino con gran esfuerzo para ganarse también un puesto dentro del terreno literario, el cual es desde siempre espacio de fertilidad para nuevos nacimientos, creaciones venideras y sorpresas que enriquecen. En Rulfo se descubre una buena parte del rostro del México de principios del siglo XX, latente en una atmósfera revolucionaria y sacudido aún por el dominio imperante de la religión y el machismo, realidades que en su obra forman una mancuerna imperante casi irrompible.
El Pedro Páramo
Pedro Páramo es la Novela de Rulfo. Para su escritura ha desarrollado un lenguaje que va desde lo canónicamente permitido hasta las formas jamás imaginadas. Los expertos le han dado ubicación dentro del “realismo mágico”. La riqueza de las expresiones coloquiales y el rescate de tantas palabras de las lenguas habladas antes del castellano en México, que ya hoy en día han casi desaparecido, dan a esta obra la importancia y el interés necesario para seguir atrayendo a su relectura. Debo confesar que yo mismo cada vez que la releo me resucitan ciertos recuerdos de mis antepasados –tanto familiares y conocidos- traídos al presente mediante expresiones que escuchaba en mi infancia, en casa de mis abuelos o en las vivencias con las personas del pueblo en el que crecí.
La maravillosa aventura de Juan Preciado, quien en la agonía de la madre viene enterado de la existencia, el nombre y la posible ubicación del que es su padre, es el leitmotiv de toda la historia, la cual tiene como palpitar latente el tema de la búsqueda de la identidad jamás poseída y de la necesidad de hallazgo de esta que solo se siente en los adentros y que reclama ser encontrada. “Se llama Pedro Páramo y vive en Cómala. Encuéntralo” es el punto fijo de llegada y objeto final de una vía incierta que transcurrirá en el vaivén de los límites de la espacialidad geográfica y temporal y en los juegos inciertos de los terrenos de este mundo y los otros mundos inimaginables; lugares desconocidos ansiosos de ser visitados para aniquilar su sufrida soledad mediante las revelaciones de la propia identidad tan ignoradamente configurada en las vivencias prenatales, en las experiencias de la infancia y en las personas que nos iniciaron a vivir este mundo. Cómala es el escenario. El tal “Pedro Páramo”, el objetivo.
Rulfo es escritor creador. Ha creado no sólo mundos nuevos e inimaginados, como dimensiones sobrenaturales o seres de presencia fantástica que actúan más humanamente que aquellos que se tienen al lado, sino también mundos fascinantes con el mismo barro de esta tierra. Ha logrado llevarnos, mediante su narrativa, de lo fantástico a la tierra y de lo terrenal a la fantasía. Dio luz a las letras mexicanas; nacidas de la tierra, del sudor jornalero y de los sueños de cielo. Mexicanismo puro.
Mi Rulfo es este, el que se escribió a sí mismo en Pedro Páramo; en cada frase, en cada párrafo, en cada página. En sus personajes. Este aporte mío es esto: una aventura bien vivida, mi homenaje a mi Rulfo. El Rulfo personal.
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