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Parresia y Confesión: dos vías para la verdad sobre sí mismo

Parresia y Confesión: dos vías para la verdad sobre sí mismo

Michel de Foucault y María Zambrano




“La confesión ha surgido en busca de una verdad que aplaque a la vida

y la reduzca, que la someta”

María Zambrano

 

Contenidos:

Introducción La forma confesión La forma parresia Parresia política Parresia ética El sujeto confesante y el sujeto parresista Conclusión

 

Introducción

Casi quince siglos son los que separan en el tiempo a dos grandes figuras que tengo hasta este día como filósofos brillantes: Agustín de Hipona [1] y María Zambrano [2]. El primero, conocido en el mundo entero probablemente más por el atributo de “santo” que de filósofo, mismo que generalmente se le antepone a su nombre, ya de por sí sobresaliente no solo en el ámbito de la filosofía y de la teología sino en diversas áreas humanas y científicas. Y la segunda, mucho menos conocida y estudiada, que aún es tenida entre la dura prueba del placet institucional que pareciera ser tantas veces el determinante punto de partida hacia la difusión y promoción de cualquier pensamiento. A diferencia de San Agustín, ésta es muy cercana a nuestros días en el tiempo. Dos figuras pertenecientes a dos realidades diversísimas que surgieron en distintas etapas del pensamiento humano y que obviamente cada una tuvo sus distintas preocupaciones y objetivos en el hacer filosofía.

Si intentáramos exponer de los puntos de unidad entre el pensamiento de San Agustín y María Zambrano requeriríamos de bastantes paginas para lograrlo. Diremos también que existe una gran variedad de trabajos académicos en circulación sobre los puntos de encuentro entre estos dos personajes y sus peculiares formas de quehacer filosófico como respuesta a las inquietudes apócales con notable originalidad cada uno para con los tiempos que los vieron vivir. Sin embargo, enfocándonos en algunos puntos concretos, es posible -y bastante atrayente- el tratar de unir dichas formas de filosofar en ciertos rubros. Para esta ocasión intentaremos rescatar la confesión como forma de filosofar y de lectura ontológica del ser pensante. La propuesta y base son del filósofo de Hipona, la perspectiva de recuperación, rescate y novedad, de la filósofa andaluza.

En las pasadas décadas, el mundo del pensamiento filosófico conoció uno de los poseedores de las mentes más críticas y propositivas sobre las realidades sociales, culturales y religiosas que han sido y son, fundamentales para la configuración no solo de la comunidad europea sino del todo el mundo occidental: Michel Foucault [3].

El filósofo francés reutilizó el vocablo “parresia” para establecer una vía posible de acceso hacia la posibilidad de mirar sobre sí mismo. La propuesta de reutilización de este término vendrá supuesta de la realidad del deber despejar la atención sobre diversos factores que en las últimas décadas han distraído al hombre de este autoejercicio vital del mirar hacia dentro de sí y acceder, sin frenos ni inhibiciones, a la propia verdad [4].

Procuraremos acercarnos a la confesión agustiniano-zambraniano, y a la parresia foucaultiana, para esclarecerlos como ejercicios auténticamente filosóficos, y posibles bases de una nueva manera de hacer filosofía por ser estos los iniciantes de la verdad personal del hombre como productor del pensamiento y la reflexión filosófica.

Sobre la forma Confesión


El libro de Las Confesiones, obra agustiniana conocida mundialmente al que Zambrano entiende como una obra magistral que describe una forma de unificación cristalizada a través de la escritura de los elementos que a su entender fueron separados violentamente desde memorables tiempos antiguos: razón y vida. Según la filósofa, dicho divorcio dio origen al pensamiento griego después permeado a todo el occidente cristiano.

Para Zambrano, esta obra es un compendio que muestra por primera vez y probablemente única -en su entender- una de las maneras ocultas para reconciliar al hombre en su integridad, es decir, que le ofrece las directrices para la reconciliación interior y las fórmulas para el hallazgo de su verdad perdida y divagante.

En 1943, mientras María Zambrano se encontraba en Puerto Rico, escribió La confesión: como género literario y método donde expone magistralmente, bajo estas dos premisas –género literario y método- el ejercicio de la confesión mediante las directrices de matiz agustiniano, pero con la originalidad que caracteriza siempre su propuesta.

Iniciamos diciendo que Zambrano en la apertura de su estudio esclarece la realidad del hombre occidental de todos los tiempos: “La filosofía persigue la verdad según la razón. Pero es un hombre quien esto hace y sucede que puede buscarla y que puede huirla por lo pronto; la verdad trasforma la vida.” [5]

Define la confesión así: “no es sino un método de que la vida se libre de sus paradojas y llegue a coincidir consigo misma. No es el único, pero sí tal vez el más inmediato, el más directo” [6].

Es de dominio general la certeza de que Las confesiones es uno de los libros más leídos dado su gran número de traducciones y estudios que a lo largo de más de quince siglos se han hecho sobre sus contenidos, mismos que han sido leídos y –siguen siendo hasta hoy- abordados desde distintos campos humanos y religiosos. Este hecho lo ha convertido en un libro muy amado por un gran número de aquellos que tienen acceso a su lectura, especialmente los cristianos católicos, debido al estatuto que Agustín de Hipona tiene de “Santo” y “Padre de la Iglesia”. En suma, es un hecho que Las confesiones viene citado tanto en los campos científicos y religiosos, como por la gente sencilla y piadosa en el diario vivir.

Zambrano nos presenta al autor de Las confesiones diciendo:

Hubo un filósofo, nada moderno, que manifestó la conversión que lleva consigo el disponerse a buscar la verdad, la transformación que significa para la vida su entrega a ella; por tanto lo que de religioso hay bajo la filosofía: la religión en que se asienta y sin la cual la verdad, y su búsqueda por la razón, quedan flotando a merced de alguna justificación apresurada o sin justificación [7].

En La Agonía de Europa (1945[8]), Zambrano manifiesta los alcances de San Agustín a través de sus confesiones donde ella, entiende al filósofo de Hipona como ejemplo de un proceso de conversión verdadera manifestado en dos vertientes: la conversión personal y la conversión histórica, que como sabemos, persona e historia van implicadas íntimamente una a la otra a lo largo de toda su obra filosófica. Señala: “Sus Confesiones, en verdad, nos muestran en estado de diafanidad el doble proceso coincidente de una conversión personal que al propio tiempo es histórica. La historia misma se confiesa en él.”[9]


Sobre la forma Parresia


Podemos iniciar diciendo que parresia es un término griego (παρρησία) que se entiende comúnmente como hablar con sinceridad, siempre apoyado sobre la base de la total libertad que supone la veracidad. Implica algo externo, que es la libertad de palabra, pero sobre todo algo interior, el de la verdad. Podemos afirmar que la veracidad del discurso debe por fuerza ser conteniente de la verdad de la vida, que irremediable y automáticamente implica relación con los otros y con un mismo. Dicho planteamiento supone un escenario de exigencia moral sea desde la misma verdad que motiva a su expresión como la expresión misma –en fondo y formas- de esta verdad.

Michael Foucault en su obra La hermenéutica del sujeto, escrita entre 1981 y 1982 escribió de forma aclaratoria:

El término 'parrhesia' se refiere a la vez, según creo, a la calidad moral, a la actitud moral, al ethos, si lo prefieren, y por otra parte al procedimiento técnico, a la 'techné', que son necesarios, indispensables para transmitir el discurso de verdad a quien lo necesita para su autoconstitución como sujeto de soberanía sobre sí mismo y sujeto de veridicción de sí para sí. [10]

A esta clara definición podemos sumar el hecho de que la parresia es el fondo y la forma del decir la propia verdad, no solo de aquel que la dice sino también de aquel al que se le participa. Sin embargo, el parresista (apelativo del sujeto que la practica o la toma como forma vitae), que es aquel que está dispuesto a decir todo cuanto hay en su mente y pretende no quedarse nada para sí, sino canalizarlo mediante el trámite de su discurso abriendo su verdad a los demás que lo escuchan a través de sus palabras, como especifica el mismo Foucault.

Según el filósofo francés, basándose en la trayectoria histórica del término, la parresia puede ser de dos formas:


1. Parresia política

Foucault la contextualiza en el marco de las cortes griegas, donde los reyes exigían para el fomento y la promoción de la democracia; el hablar bien. Los expositores debían hablar con la verdad y sin interés alguno, enfrentándose obviamente al riesgo, primero de ser interpelados, después de ser ignorados o incluso juzgados por causa de sus discursos. Las asambleas de escuchantes solían estar conformadas por los sabios de aquel tiempo y por los versados en distintas áreas del saber de la época.


2. Parresia ética

Más posteriormente, la parresia ética comienza a promocionarse y proponerse como práctica de los epicúreos en las relaciones maestro-alumno y entre amigos. El expresarse siempre con la verdad, la honestidad al hablar y la sinceridad reciproca viene a ser como un estatuto obligatorio en la construcción de las relaciones interpersonales de este tipo. En las relaciones de amistad, la parresia –dice Foucault – viene a ser todo un reto debido al compromiso que conlleva el hablar con la verdad siendo que con las personas que queremos siempre buscamos comprensión y consuelo, elementos que pudieran no andar de acuerdo con la verdad persona.


El sujeto confesante y el sujeto parresista


Tanto la confesión como la parresia son elementos del ser pensante y sentiente. Dice Luis Roca en un aporte sobre el tema, que en su último curso Michel Foucault dejó clara una diferencia entre la veracidad de la parresia con otras dos formas antiguas de veracidad, es decir, la del profeta y la del sabio. Para el filósofo francés el ejercicio del profeta conocido tradicionalmente como profecía, se ejecuta mediante enigmas y transmite la verdad de un Otro[11], en cambio, el parresista lo hace de manera clara y habla por sí mismo. Por otra parte el que ejerce la sabiduría se asemeja al parresista en el hecho de que habla claro y habla por sí mismo. Su hablar es simple y medido, incluso el no hablar pudiera ser un elocuente discurso, mientras que el parresista solo cuenta con su palabra[12].

Dice Foucault que el parresista: “puede ser un filósofo, puede ser el cuñado del tirano, puede ser un cortesano, puede ser cualquiera. Por consiguiente, lo importante y necesario no es el estatus.”[13] Sino la práctica de la parresia en sí.

María Zambrano por su parte, establece que el sujeto de la confesión es aquel hombre que piensa y se piensa a sí mismo. Dice: “La confesión es el lenguaje de alguien que no ha borrado su condición de sujeto; es el lenguaje del sujeto en cuanto tal. No son sus sentimientos, ni sus anhelos siquiera, ni aun sus esperanzas, son sencillamente sus conatos de ser.”[14] Por lo que diremos que, el acto de pensarse a sí mismo y de expresar lo pensado será una forma suprema de lenguaje que da identidad al sujeto, porque en sí mismo es donde se encuentra la verdad.


Conclusión


Diremos que tanto la parresia expuesta por Foucault como la confesión por Zambrano son formas de expresión de la verdad intima del hombre, lenguajes auténticos del sujeto. Filosofía en sí.

La filosofía será para Foucault una parresia, en la medida en que asume una función crítica. Como para Zambrano de igual modo la filosofía es una confesión, ya que parte del tiempo que se tiene, y mientras dura, habla desde él. Porque es ejecutiva, es decir, alcanza algo que quiere transmitir, todos al escuchar o leer una confesión, nos sentimos de alguna manera partícipes de lo confesado. Existe un impulso implícito hacia el verla actualizada o vivenciada [15].

Tanto parresia como confesión son ejercicios del hombre completo, o que está en vías de serlo. Su riesgo acerca al hombre a la vivencia de una de las grandes verdades de la vida humana; el peligro, expresado en vulnerabilidad y valor. El deseo de verse completo jamás será saciado, es deber suyo el caminar las vías de la existencia siempre movido por este empeño. Destaco una de las más bellas y profundas convicciones que Zambrano ofrece para explicar esta compleja realidad vital:

La mayor necesidad de todas las biológicas y psicológicas es sentir que alguna vez coincidamos con nosotros mismos; sentir, aunque sea de momento, que el personaje que camina delante de nosotros se ha hecho visible y se ha dejado alcanzar por este otro que nos hemos encontrado siendo, sin haberlo buscado [16].

Finalizo destacando algo que escribí en el 2017 en un apéndice a mi trabajo de investigación final para la obtención del grado de Licenza:

A ser hombres auténticos en este mundo nos deben siempre motivar las necesidades de la vida, ésta que se mueve como sierpe sobre la tierra buscando veneros de sentido ante un mundo que, tanto el de su tiempo como el nuestro, se mueve entre lo efímero y lo que se palpa como diluido. Nuestro entorno se encuentra en situación similar, cabe preguntarnos: “¿No estará necesitado de una verdadera e implacable confesión?” [17].

Hoy agrego: También es necesario ejercer más la parresia, en honor a la verdad que todos llevamos dentro y que estamos llamados a construir.

José Daniel Ramos Rocha

Universidad Pontificia de Salamanca

Julio 2020

 

[1] Filósofo y teólogo cristiano. Nombrado “Padre de la Iglesia”. Nacido en Tagaste en el años 354 y muerto en Hipona en el 430. [2] María Zambrano, filósofa y literata española, nació en Vélez-Málaga en 1904. Fue distinguida discípula de José Ortega y Gasset, Xabier Zubiri y Antonio Machado. Seguidora confesa de la corriente filosófico-poética de Miguel de Unamuno. Creadora de un sistema nuevo de hacer filosofía apostando por la reconciliación de la razón y el corazón, de la poesía con la filosofía. Exiliada de su patria por más de 45 años. Murió en Madrid en 1991. [3] Michel Foucault nació el 15 de octubre de 1926 en Poitiers, Francia. Desde joven se distinguió por su agudeza de pensamiento y su espíritu crítico. Lo conocemos como filósofo, sociólogo, historiador y psicólogo, profesor de la cátedra "Historia de los sistemas de pensamiento" en el Collège de France (1970-1984). Murió el 25 de junio de 1984. [4] Cfr. Foucault, M. La hermenéutica del sujeto. Curso en el Còllege de France (1981-1982) Madrid, 2005, p. 214. [5] Zambrano M., La confesión: género literario y método, en M. Zambrano, Obras completas, Vol. II, Gutenberg, Barcelona, 2016, p. 77. [6] Zambrano m., La confesión: género literario y método, 88.

[7] Zambrano m., La confesión: género literario y método, 74. [8] Me basé en la edición contenida dentro de las Obras completas, de Gutenberg, Vol II, del año 2016. [9] Zambrano M., La agonía de Europa, 363.

[10] Foucault, M. La hermenéutica del sujeto, 348. [11] En el caso concreto de la profecía del pueblo de Israel, ese “Otro” es el Dios creador y pastor del pueblo. Yavhé. [12] Cfr. L. Roca Jusmet, La parresía y el coraje de decir la verdad, en “Rebelión”, 29-11-2018. [13] Foucault, M. El gobierno de sí y de los otros. Curso en el Còllege de France (1982-1983) Madrid, 2005, p. 81. [14] Zambrano m., La confesión: género literario y método, 82. [15] Cfr. Zambrano m., La confesión: género literario y método, 83. [16] Zambrano, La agonía de Europa, 371. [17] Ramos Rocha, J. Daniel, El lugar zambraniano como clave de lectura del ‘spostamento’ de san Agustín en el libro V de las Confessiones, Apéndice de tesina, Pontificia Università Antonianum, Roma 2017.

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