¿Que si le temo a la muerte? Sí, le temo. Temo a su sorpresa que asfixia a la alegría, que escalofría mi mente con su repentina sonrisa y entumece mis sueños de eterna felicidad.
Sí, le temo, porque me asusta no conocerla. Sentirla en el otro, con los otros, fuera de mí. Le temo por desconocida, por ajena. Por su inyección del frío cuando la observamos.
Le temo porque sé nada de ella y lo que sé, sólo es discurso y fe. Discurso que la mitifica y engrandece. Fe que embalsama su incurable herida.
Le temo porque vive en mis huesos, Porque se peina en mi cabello, Porque habla en mi voz. Le temo, sí, pero la desconozco.
La muerte es irónica, juega y ríe. Se goza difuminándose a los ojos, distorsionándose en ruido a los oídos y confundiendo su aroma al olfato.
¿Que si le temo? No me avergüenza. Porque en el fondo de mi temor habita la ansiedad de la sorpresa ante nuestro inminente encuentro.
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