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Háganle saber a Fray Pacífico. (by. Rodrigo Briones)

Mi muy querido y recordado “fray paz”:


Me encantaría saludarlo no solo con el saludo franciscano del “paz y bien” que todos los admiradores de san Francisco –de profesión o de corazón- usamos, sino también inclinarme respetuosamente hasta el suelo y besar sus pies, como usted hace a todos los visitantes de los eremitorios que con tanta alegría y sacrificio construyó y donde, este que escribe, tuvo la dicha de convivir con usted. Un saludo que se torna aun más especial cuando viene dado a los que llevamos en algún momento el hábito de san Francisco de Asís.


Aún recuerdo aquel momento a mi llegada a mi experiencia eremítica siendo un novicio para la vida religiosa. Entre emoción y nerviosismo, un beso a mis pies, dos gotas de agua bendita en mi frente y una letanía de los santos que escuchaban escasos árboles y las escuetas flores que nos miraban pasar devotos subiendo hacia el “Sacromonte”. Recuerdo perfectamente su voz, débil y armoniosa que nos invitaba a desear ya estar con Dios cara a cara.


Déjeme decirle, aunque nunca tuve el tiempo e imposible casi sería el encontrarlo por estos medios virtuales para decírselo, que aquellos días en el eremitorio de Guadalupe, Zacatecas, llegué a considerarlo mi maestro en turno. Es cierto que la dinámica de la experiencia dentro del “año de prueba” así lo indica, pero por elección personal decidí adoptarlo como mi maestro, -sin a usted decírselo- y maestro para siempre, pues aquellos días y su ejemplo marcaron mi vida de una manera muy profunda. Gracias a usted debo la pasión y la gracia que ahora poseo por el análisis profundo de los datos finitos y principalmente de los datos infinitos; una mezcla de amor a lo que se razona y pasión por lo que se cree. Un color especial a mi religión, profundamente cristiana e indeleblemente franciscana. Esa es mi profesión actual, mi voto existencial.


He de expresarle también que con gran trascendencia, hoy día vivo mi vida personal gracias a la contemplación y enseñanzas que obtuve de usted en el corto tiempo que me encomendaron como su discípulo y que disfruté al máximo.


Parece que fue ayer cuando vestido al modo franciscano, con toda mi actitud de “eremita”, me encontraba recorriendo los rincones desiertos del eremitorio aquel, al que recuerdo como un bendito lugar dedicado a la oración, enclavado en la rocosa montaña zacatecana, formado de cuevas a base de rocas y cavidades naturales propios de esta zona natural, ¡sin duda una belleza poco común!.


De forma personal me planteé el santo objetivo de vivir una experiencia con Dios en el silencio y la contemplación, más allá del plan formativo de la etapa en la que me encontraba, quería fuera una experiencia de convicción personal, como en realidad lo fue. Sin contacto con el exterior y alejado de todo, fui encomendado su cuidado y sabia mentoría. Quisiera también agradecerle aquella hospitalidad pues, fui recibido en la intimidad de su espacio, en la familiaridad de su casa y en lo íntimo de sus aposentos. Es un don que llevo impreso en mi ser y que de vez en cuando lo recuerdo para retomar fuerzas y seguir en este camino no siempre fácil llamado “vida”.


Quisiera aclarar algo, pero en clima de gratitud. Lo más probable es que usted ni lo recuerde, pues somos tantos los que pasamos por aquellas experiencias, pero comoquiera se lo expreso. Sucedió que al no estar acostumbrado al silencio y la oración, me parecía muy difícil estar arrodillado ante el Santísimo Sacramento junto a usted durante un gran lapso sin hablar. Pasaron los días de mi estancia en aquel santo lugar y cada vez más me desesperaba por sentir que hacía nada y no lograba ni por poco escuchar a Dios. Usted, simplemente callaba y sonreía.


Recuerdo que para distraer aquella frustración realizaba actividad física; caminaba por la montaña, practicaba un poco el tiro de piedras para probar mi fuerza y leía mucho. Un pensamiento me asaltaba: “¿cómo alguien que no habla podía dirigir y dar cauce a una mente tan inquieta como la mía? ¡Qué ingenuo era! No alcanzaba a observar aquello de que el ejemplo era más fuerte que la palabra.


¿Se acuerda lo que ocurrió el tercer día? Usted se acercó y me dirigió las primeras palabras (¡Sí, las primeras palabras después de tres días de convivir!) Con sus ojos azules brillando, una media sonrisa dibujada en su cara y con voz casi inaudible me dijo:


"Mi fray, le gusta comer mucho, hacer mucha actividad y es muy ruidoso, por eso no puede escuchar la voz del Señor. Haga silencio y escúchelo. Dios nos habla en el silencio. Ya cuando regrese al convento podrá hacer muchas cosas"

Y terminó de dibujar por completo su sonrisa.

Sépalo: esas palabras dichas en aquel tono fraterno y pacífico fue algo que me marcó para siempre

.

Aprendí dos cosas que hasta hoy en día son clave de mi felicidad y trascendencia gracias a este gran maestro que Dios me dio.


La primera es el analizar mis acciones sin prejuicios ya que fui testigo de cómo con gran facilidad me dijo que me gustaba comer mucho sin siquiera un afán de crítica, sino como una acción simple y llana, sin más. Sin la más mínima mala intención. A saber que cada acción tiene una respuesta o consecuencia independientemente de la moralidad de ella.


La segunda a poseer la convicción del acceso al gran mundo de la contemplación, el cual, como me dijo en otra ocasión, es el lugar de encuentro del Creador y con lo creado.


Quiero además reiterarle mi profunda admiración y agradecimiento por su carisma singular a la vida de eremita, a sus ayunos constantes y reparadores para con el mundo. Por su silencio y su paz interior que gustaba compartir consciente o inconscientemente, pero siempre generosos sobre todo para los que llegaban a aquellos lugares de soledad en busca de un poco de paz; frailes y no frailes. Gracias por tantos Padres nuestros y Ave Marías que interrumpían discretamente aquel silencio de su ser.


Agradezco tanto a Dios nuestro Padre por haberme permitido formarme aunque sea por un cortísimo tiempo con su ejemplo y su alegría sincera, porque ese tiempo dejó en mí el propósito de luchar siempre por ser imitador de su Hijo Jesucristo. Quedando marcado para siempre como hijo de san Francisco, pues ya alguien lo dijo alguna vez: “se es novicio solo durante un año, pero se permanece en ese amor primero por toda la vida”.


Tengo como un gran don el haber formado parte de la seráfica orden del padre san Francisco y, aunque mi opción vital y camino personal fueron por otro rumbo, ahora, felizmente casado con la mujer de mi vida, debo confesarle que ella misma en más de una ocasión me lo ha repetido, haciendo resonancia con usted, en aquello que me dijo como verdadero hermano, que en su momento me observó.


Son las doce horas con veintitrés minutos del medio día de este 29 de abril del 2020, momento en el que, a los pies de la Madre Santísima de Santa Anita se encuentra su cuerpo tendido no para ser depositado a la tierra en despedida, sino para homenajearlo mediante el agradecimiento a Dios por el don de su vida, de su vocación y de su santidad. Sí, porque no soy el único que te considera santo real de nuestros tiempos.

Dios dispuso que los de su sangre y tierra, como sus hermanos de habito, su provincia franciscana a al que sirvió con tanto amor, y los que tuvimos la dicha de conocerlo, le agradezcamos desde la distancia. No es una desgracia su muerte en medio de esta situación de pandemia con la que lucha el mundo entero, sino un canto de esperanza que se eleva a Dios. Hoy concluye su camino por este mundo, tal como lo caminó en vida: en silencio y total discreción.


Estoy seguro que nos acompaña desde el Reino a todos los que con cariño nos llamaba “mi fray”. Debe estar algo disgustado seguramente porque ahora no podrá negarse a comer todos los días junto al Hijo en el banquete que ahora el Padre Omnipotente le sirve Él mismo. Usted en los eremitorios nos disponía la mesa, hoy son los ángeles sus comensales y servidores. Hasta siempre Fray Paz.


Le agradece de corazón quien fue novicio de la vida consagrada y ahora novicio de la vida esponsal.


Si alguien lo encuentra antes que yo, entréguele por favor, este mensaje. Gracias.

Ing. Edgar Rodrigo Briones Reyes


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