La distancia es noche en nuestras vidas. Este viaje fue en mí un alba llena de sol y de sentido.
Me encontraba girando sin parar sobre mí mismo eje entre los vagones cinco y siete. Iba con un notable retraso en el tren de las 19:00 que si dirigía al aeropuerto. Cada parada que hacía este me parecía un abismo de horas en el vacío de aquellas estaciones desconocidas aún en las inmediaciones de la ciudad eterna. El frío tenía aun olor a Navidad, o así lo sentía yo, porque la navidad para mí apenas comenzaba. Mi corazón latía con más arritmia cada que sonaba el silbato de aquella joven que bajaba del tren a cerciorarse que ninguno estuviera sobre el andén y daba la señal al maquinista siempre mirando su viejo reloj de pulso.
“Estoy ya en el aeropuerto. La gente me parece muy extraña” leí un mensaje en la pantalla bloqueada de mi móvil y algo en mí se desbloqueó; dos años y medio de soledad. Y el invierno todo.
Me parecía que el tren iniciaba a andar más rápido tanto que al cabo de unos minutos me encontraba ya en el lugar de todos y de nadie como lo es una terminal de arribos de un aeropuerto. Y entonces, en un instante en medio del tumulto, buscaba entre aquel gentío a la persona que me encontró entre la multitud de la humanidad. Fijaba los ojos en todos y cada uno de los desconocidos buscando aquellas dos lumbreras que ahora guiaban mis alegrías y alumbraban mis temores. Alzaba la cabeza en búsqueda ansiosa, casi desesperada, tratando de localizar a quien con la cabeza a tierra y los ojos al frente me había regalado la primera mirada de honestidad en este mundo. Justo ahí, en un lugar similar, hermanado esencialmente, tan de todos y de nadie; una central de autobuses.
Un silencio, un abrazo y un “ya estás aquí”, fue el inicio de ese viaje que hizo lo eterno de Roma se revelara como presente continuo y mágico; un ahora todavía hoy, presente eterno y eternidad que se siente. Un lugar donde la vida se hace viaje y el viaje otorga vida.
Los caminos de Roma dieron inicio a las innumerables rutas que trazamos por la Italia. Las fuentes romanas con su belleza y movimiento eterno dieron inicio a grandes guías que había preparado para acompañar de historia y anécdotas memoriales tantos monumentos que habríamos de encontrar de camino. Aquel sol tenue que nos hablaba de una inédita navidad, acompañaba nuestros desayunos improvisados en cualquier bar pueblerino de la Toscana o en las terrazas umbras que otorgaban selectos perfumes medievales… o así nos parecía.
Cuando nos vimos caminando por vías que jamás imaginamos, cierto es que, el pensamiento se nos dio sincronizado, el sentir entrecruzado y nuestras personas todas en un mundo oculto como conocido y deseado por el resto de la humanidad. Italia tiene eso: es lugar de todos y escondite perfecto. Luz de historia y sombra para el encuentro con su esencia, con la tuya propia y con la de las personas con las que la compartes.
Aquella ciudad medieval impregnada de historia y de presente, conoció un “gracias” jamás mencionado. Era un año que terminaba y otro que comenzaba. En su intermedio, atando uno y otro, era el agradecimiento aquello que empujaba a la alegría y a la dicha de estar en tan bella tierra, rodeados de los indescriptibles acantilados, observados por las místicas iglesias medievales y los rayos del sol toscano que acarician aún como los frases mismas de Dante. Jamás imaginé en una mañana de año nuevo verme recorriendo una montaña. Subida y bajada deleitándonos los ojos con los paisajes que cada ángulo nos regalaba. Nos ensordecía el silencioso canto lejano de los pájaros mañaneros. Y a mí en lo personal, el tenue olor al humo de las chimeneas caseras me transportaba a mundos siempre soñados. Ese transportarme no era extenso, era sólo un breve viaje hacia el darme cuenta que estaba ya en esos paisajes y momentos dibujados a los que desde niño tracé. Después de aquel silencio mientras retomábamos la respiración, vino una foto inolvidable; impresa en el alma, fijada para siempre en esta memoria nuestra que crece y crece al ritmo también del valor que uno al otro nos otorgamos sin descansar jamás. Era un año nuevo de verdad.
Después Umbría, Romagna, Lombardía y Véneto. La lógica de la geografía indicaba subir, eso sentía también el alma. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Al caminar los monumentales callejones medievales umbros nos venían espontáneamente algunas anécdotas de personajes siempre conocidos por nosotros: poetas, escritores, filósofos, artistas y santos. Estos últimos siempre dominando la escena de nuestro hablar. Era satisfactorio saber que después de cada museo con los ojos tocado, cada iglesia con la vista respirada, cada ventana, cada flor, cada pedazo de cielo límpido con el alma fotografiados, vendrían reconstruidos por nuestro compartir de emociones en la mesa al olor del tartufo y el sabor del vino rojo.
Tengo como revelador el primer momento en Venecia. El movimiento del tren me llevó a tal profundidad de sueño que no me percaté de estar ya en medio a las aguas vénetas. Sólo el algarabío de los inquietos pasajeros que tomaban sus abrigos ansiosos por bajar a tierra firme logró traerme al mundo de nuevo. Adormilado, con el intenso frío a la espalda y envuelto por los variados olores de los infinitos cigarrillos ya fumándose, observé el agua del canal mayor de la legendaria Venecia apenas uno que otro escalón descendido al salir de la estación. La emoción no fue menor a la de recordar que venía en compañía de quien siempre deseo caminar esa ciudad como quien quiere para siempre caminar la vida sin perder la inocencia del mirar y la ingenuidad de la belleza que suele esconderse ante lo terrible de este mundo, o que se hace encontrar por aquellos de verdad la necesitan. Venecia estaba ahí, tan inmóvil como agitada, tan sola para nosotros como invadida por el mundo. Estaba ahí “la ciudad que nació como lirio de las aguas”. En la dificultad del terreno, en el tumulto de la confusión, en el dolor del lugar; como suele nacer lo verdadero, lo bueno y lo bello en este mundo.
La vida me ha dado el viajar no pocas veces. He conocido tantos lugares, con no pocas personas. También los viajes solamente en compañía de mis ganas de conocer el mundo y lo que sus mundos posibles suelen regalar. Pero debo decir que ese viaje ha sido el más completo y el más perfecto. Completo porque desde su planeación se nos fue descubriendo como si el universo mismo quisiera juntar de nuevo aquellos caminos que un día dos geografías existenciales distanciaron. Como una conspiración a favor de la justicia. La distancia es noche en nuestras vidas, este viaje fue en mí un alba llena de sol y de sentido. Perfecto también porque, aunque cualquier lugar puede ser cielo si se vuela con las personas justas, no encuentro otra palabra para expresar lo vivido en aquellos días y los recuerdos que hoy tengo de todo lo que experimentaba en aquel caminar que otorgó tanto sentido al caminar mismo de mi vida. Amanecí.
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