DANIEL RAMOS

6 de ago de 201910 min.

Sobre el lugar (parte III)

Actualizado: 21 de mar de 2020

“Ella filósofa de oído, frente a la filosofía visual, paisajística, teorética, de nuestra tradición sorda. Ella no compone teorías, sino que pone voz al devenir de lo que escucha. Por eso su palabra no puede separarse de la voz misma que la enuncia, so pena de perder lección de refinamiento auditiva que contiene como su aportación más propia”

Fernando Savater

Dice Zambrano en su intento de trazar el talante del
 
filósofo y su quehacer: “Es lo que de
 
Aristóteles quedará siempre: la experiencia o la propuesta de experimentar”[1],
 
retribuyendo con notable reconocimiento al Estagirita y hasta con toques de
 
justificación, el derecho del hombre pensante a andar al “más allá” aunque este
 
sea desconocido, inseguro e incluso mal visto o sobajado. Es notable, cómo
 
Zambrano encuentra ya en el empirismo Aristotélico las claves de la experiencia
 
mística dentro del ejercicio filosófico[2].
 
La experiencia aristotélica, basada en el protagonismo de los sentidos, es en
 
Zambrano el punto de partida de cualquier camino filosófico como ya habíamos
 
mencionado en las líneas del primer capítulo de esta investigación.

En el libro Notas
 
de un método publicado en la última etapa de la vida de María Zambrano,
 
precisamente en 1989 dos años antes de morir, encontramos las referencias más
 
explicitas a esta categoría mística como parte no sólo a considerar sino
 
necesaria dentro de la filosofía. Hemos de decir también, que es en este
 
tratado donde encontramos la mayor parte de las referencias al tema del lugar
 
en su abordaje general pero, siendo ciertamente un libro producido por nuestra
 
filosofa en la última etapa de su vida, o sea la de su bien sabida madurez
 
intelectual, destacan las consideraciones en el campo de la metafísica, como en
 
los terrenos de la mística en la que en este apartado me estoy dedicando[3].
 

Afirma Zambrano:

“La categoría de lugar, tan importante entre las aristotélicas, está repartida; está dada por un límite entre el ser que se busca y el ser que ya se es”[4].

Entonces, pretender adentrarnos al tema del lugar dentro de los terrenos de la mística, exige en Zambrano el ubicarnos en el espacio de estos dos límites del ser, es decir, en un espacio donde no se posee ya todo el potencial sensorial que nos rebota la seguridad de la certeza, donde las categorías de tiempo y espacio dejan de ser experiencias externas y nociones a priori, y donde es necesario involucrar –o detectar- otras potencias que como pensantes y sentientes poseemos, en terminología zambraniana: la memoria, las entrañas, el amor, lo sagrado, el sueño, el delirio, el corazón…mismas que se valen y se expresan revestidas con la ayuda de la metáfora, el símbolo y de lo poético[5]. Esta certeza en la incertidumbre es la mística zambraniana, es decir este movimiento entre lo que se es y lo que se busca.

Maquina de escribir personal de María Zambrano / Propiedad de la Fundación “María Zambrano” en Vélez-Málaga, España. (foto mía)

CIRCUNSTANCIAS PARA LO MÍSTICO

Lo más probable es que no sea la primera vez que hayamos
 
leído o reflexionado sobre el tema de la mística, sin embargo, la misma
 
complejidad de su vivencia arroja lo complejo de su abordaje y estudio. Existen
 
ciertamente diversos conceptos sobre ésta que han venido ofrecidos de tantos
 
académicos como también de hombres y mujeres que nos han sido propuestos como
 
modelos de vida espiritual, es decir, vida separada de las cosas terrenas que
 
nos rodean. Las diversas grandes religiones cuentan todas con un esquema
 
particular y una nomenclatura propia para designar a esta “estirpe” que por lo
 
general nos ofrecen las pautas para andar esos caminos ya que desde el plano
 
religioso, el ámbito de la mística es de los niveles más altos que el ser
 
humano puede acceder mientras se encuentre en este mundo. La filosofía no está
 
para nada lejos de estas consideraciones, incluso en su nacimiento era también
 
considerada cercana a la mística, o incluso mística pura.

María Zambrano, formada en una familia creyente y bajo
 
los parámetros de la enseñanza cristiana católica,[6]
 
nos deja ver a lo largo de toda su obra el esquema de pensamiento adquirido que
 
tiene como punto de partida y que jamás desechó, sino por el contrario, se
 
sirvió de él incluso en el uso de algunos términos a los cuales ella dio una
 
nueva interpretación desde una visión originalísima y propositiva. Zambrano
 
entiende la filosofía como una forma de mística y al filósofo propiamente como
 
un místico en formación.

Desde la biografía
 
de nuestra filósofa la “mística” la encontramos en la etapa que va de su
 
regreso a Europa en 1953[7]
 
(aún en condición de exiliada), después
 
de su exilio vivido en el continente
 
americano. Dice Julieta Lizaola, profesora e investigadora mexicana de la Universidad
 
Autónoma de México, que sus cambios de intereses
 
es notable tras la vuelta de su exilio americano a Europa. “Pasa entonces de
 
ocuparse del análisis de la cultura, de la historia de las religiones y de la
 
problemática del racionalismo hacia una escritura más alusiva y alegórica. En
 
ese sentido se produce un acercamiento de su discurso a la práctica
 
místico-poética”[8].
 

Resaltemos
 
todavía una vez más que la filosofía zambraniana no es filosofía de la vida sólo
 
a nivel de propósito u objetivo, o mejor aún como método, sino fruto de las
 
vivencias mismas a lo largo de su historia personal por el mundo. Entonces la
 
inclusión de la mística en su ejercicio filosófico, sobre todo con este
 
carácter de apertura que le caracteriza, le viene dado precisamente como
 
resultado de su salida forzada de España; su suelo natal o “lugar primero” y su
 
paso por tierras americanas (Cuba, Puerto Rico, Chile, México, Estados Unidos
 
de América) y aún más su regreso a Europa (Italia, Francia, Suiza). Esta Europa a la que reflexionó desde una
 
perspectiva muy distinta a partir de este tiempo. Esta circunstancia personal
 
de su salida, a la que ella llama su “exilio” es tenida desde su experiencia
 
personal e intelectual como un espacio de visibilidad, propiciador de una
 
mística particular que sólo se logra mediante el padecimiento de un “desgarro
 
patrio” y que mediante un ejercicio de aceptación pacifica[9]
 
viene después una claridad de visión propia de los que observan desde fuera.

Este carácter de vivir y pensar ad extra es lo que Zambrano pondera como elemento distintivo de una vida de bienaventuranza, es decir, liberada de toda antinomia, de disposición al conocimiento de “lugares” únicos, de claridad de visión y ya sin contradicción alguna, o sea de mística[10].

Revista de 1936 con publicación de María Zambrano / ropiedad de la Fundación “María Zambrano” en Vélez-Málaga, España. (foto mía)

LA MÍSTICA

Dice Jenny Haase, de la Universidad Humboldt de Berlín,
 
exponiendo las semejanzas de la escritura zambraniana al lenguaje místico en su
 
estudio “María Zambrano y la mística”, que existen dos elementos particulares
 
que nos permiten hablar propiamente de mística dentro de la obra dela filósofa,
 
estos son: “el uso de términos y símbolos centrales del pensamiento místico” y
 
que: “el discurso de Zambrano comparte –sobre todo en la etapa tardía- el modus loquendi de la mística”[11]
 
asegurándonos así que el discurso zambraniano nos ofrece las formas de la
 
mística y comparte los modos de su expresión. Sin embargo, independiente a las
 
consideraciones de tipo semántico, o sea de forma, que el pensamiento de María
 
Zambrano tiene, diremos que podemos encontrar de igual modo algunas
 
consideraciones de fondo, es decir a manera conceptual o de aproximación
 
teórica a lo que se debe entender como lo místico. Intentaré ofrecer un
 
acercamiento.

En su libro, hoy en día ya no editado como tal, aunque
 
por fortuna hace dos meses ha salido a las librerías el tomo II del Volumen IV
 
de las Obras completas que lo
 
contiene, Los bienaventurados[12],
 
en uno de los primeros tratados de este aporte de Zambrano donde expone la
 
realidad del exilio como experiencia precisamente al desglosar al sujeto que lo
 
vive al que ella llama “exiliado” y desarrolla el porqué de este apelativo
 
mucho más allá de ser solamente un sujeto adjetivado automático con una cierta
 
circunstancia geográfica impuesta sino por la vivencia, aceptación y promoción
 
de su condición que sólo se logra mediante una actitud reflexiva y de cierta
 
“pasividad”. Yodas estas son condiciones propiciantes de la “revelación” que le
 
viene y que lo transforma, es decir que lo hace destacar del común del resto de
 
los demás hombres y mujeres y lo lleva a pertenecer a esa “estirpe”. Los define
 
así:

Y aparecen así en ronda, en una especie singular de danza que es a la par quietud, los bienaventurados según nos han sido dados. Hombres sin duda, seres humanos habitantes de nuestro mundo, nuestro mismo mundo y de otro ya a la par; corona de la condición humana que al quedarse sólo en lo esencial de ella, en su identidad invulnerable, se aparecen como criaturas de las aguas misteriosas de la creación a salvo de la amenaza del medio y de la desposesión del propio ser[13].

Anteojos de María Zambrano utilizados en la ultima etapa de su vida / propiedad de la Fundación “María Zambrano” en Vélez-Málaga, España.

EL MÍSTICO

Para Zambrano entonces, existe el místico, el sujeto como
 
tal que posee la capacidad de trascender a las realidades superiores, a la
 
visión más allá de la física y la metafísica precisamente porque “están a salvo
 
de la desposesión del propio ser”.

Existe una aproximación aún más exacta y útil para
 
considerar en este momento. En su descripción teórica de la realidad del exilio
 
y del exiliado, Zambrano expone que existe un cierto punto alcanzable sólo para
 
algunos de los que han vivido la experiencia de ser exiliados y que así, y sólo
 
así, pueden decir que han sido exiliados ya que poseen la certeza del “exilio
 
logrado”[14].
 
Dice Zambrano: “Es ante todo ser creyente ser exiliado (…). Pues, ¿qué es
 
genéricamente ser místico sino este modo de existir en que el ser creyente o el
 
ser del creyente va transformándose todo para sí, para un sí mismo que está
 
siempre más allá?”[15].
 
De modo que el místico es aquel que transmuta en sus adentros, que aprende a observar
 
para pensar y pensando contempla. Es el ser mismo salvado de “la amenaza del
 
medio”, realidad terrible que somete a las intransigentes reglas de la lógica y
 
sujeta a los sentidos hasta la sumisión de convertirlos en simples proveedores
 
de imágenes del exterior para un servil y pragmático conocimiento en cuanto a
 
sus formas y sus relaciones.

El místico es entonces, un ser pensante en cuanto que
 
contempla razonando, pero este pensar el entorno – según Zambrano- no es su
 
estructuración racional que lo esclaviza a la pretensión de poseerlo debido a
 
que lo conoce, sino que contempla mediante esa “activa pasividad”[16]
 
que lo hace también observador de las realidades místicas, es decir,
 
perceptibles mediante las potencias del corazón[17].
 
En suma, la actitud mística viene a ser la actitud receptiva de la realidad
 
circundante que se expresa y se hace leer e interpretar, el místico entonces es
 
ese que vacía su ser para llenarse a sí mismo con toda intención, “un sí mismo
 
que no es trasunto sino más bien su acabamiento y aun su aniquilación
 
progresiva”[18].

Es este ser pensante y sentiente que se mueve en el espacio amplísimo de los límites del “ser que ya se es y del ser que se busca”[19], espacio –desde la óptica zambraniana- de revelaciones. Con todo esto podemos ya entender en una misma sincronía a la persona del místico dentro de la categoría zambraniana de lugar (explícitamente expuesta en Notas de un método) y, desde esta sincronía teórica expresada, entenderlo como el hombre que contempla sin jamás suprimir el ejercicio racional sino precisamente siendo este el propiciador de tal y su garantía de certeza. Todo esto, necesario para exponer la misticidad de lugar.
 

En el museo de la Fundación “María Zambrano” en Vélez-Málaga, España. 2017.


[1] M. Zambrano, Los Bienaventurados, Siruela, Madrid, 1990, p. 46.

[2] Diremos que ya Aristóteles consideraba la contemplación
 
como la parte más alta del ejercicio filosófico, en efecto la definía como
 
“filosofía primera” o “teología”.

[3] Todo el apartado I titulado: “El Sujeto” aborda los
 
temas del movimiento, la búsqueda del lugar: social, histórico y en el cosmos,
 
así como la mención a la noción aristotélica de este y la necesidad de
 
rescatarse en la actualidad. También aborda la categoría de espacio, la idea de
 
trascendencia como lugar y los lugares de paso de esta, entre otros temas más
 
que ya hemos venido desarrollando.

[4] M. Zambrano, Notas de un método, Tecnos, Madrid, 2011, p. 100.

[5] No está de más mencionar que Zambrano, lejos de un
 
espontaneo y obligado sentido de patriotismo, cuenta entre los más grandes
 
místicos a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa de Ávila, a quienes otorga
 
desde su propia y singular manera de entender la mística como: “místicos”
 
propiamente. Zambrano enfatiza muchas veces cómo estos supieron llevar el
 
ejercicio de la contemplación de las cosas que se nos presentan en la
 
cotidianidad hasta el mundo de las esencias. Cabe destacar el reconocimiento
 
que hace de estas dos figuras de la edad de oro española pero sin influir su
 
papel e importancia dentro del mundo católico al cual ella jamás renegó y admitió
 
hasta el final de su vida. Cfr. Zambrano,
 
Los Bienaventurados, 71-76.

[6] En el próximo capítulo abordaremos más a detalle sobre su
 
formación familiar y académica en sus primeros años.

[7] Según Jesús Moreno Sanz y Sebastían Fenoy en su artículo
 
“Cronología y geografía del exilio”, en la revista Archipielago de la edición número 59 en el año 2003.

[8] J. Lizaola,
 
Lo sagrado en el pensamiento de María Zambrano, México D.F., 2008, p. 18.

[9] Cfr. Zambrano,
 
El exilio como patria, XL.

[10] Cfr. Zambrano, Los bienaventurados, 63-70.

[11] J. Haase, María Zambrano y la mística. Leyendo a una
 
filósofa moderna con Santa Teresa de fondo, uni.kiel.de (http://www.uni-kiel.de/symcity/ausgaben/04_2013/data/Haase.pdf), p. 3.

[12] Sus contenidos se han adherido a otros libros y estudios para su mejor
 
ubicación,
 
lo que ha hecho que como un solo manual no se edite ya y sea difícil su
 
consulta como tal o su adquisición como obra unitaria.

[13] Zambrano, Los bienaventurados, 64.

[14] Desarrollado en todo el apartado III que lleva el título
 
de: “El exiliado” En: Zambrano, Los bienaventurados, 29-44.

[15] Zambrano, Los bienaventurados, 43-44.

[16] “Activa pasividad” expresión de la ya citada Jenny Haase donde
 
nos explica los paralelismos de la concepción filosófica con la concepción
 
mística desde la óptica zambraniana en su artículo: María Zambrano y la mística haciendo referencia y citando la página
 
91 de la edición del 2011 que forma parte de la amplia introducción al libro Claros de Bosque, de María Zambrano
 
publicado en 1977.

[17] El corazón en
 
la filosofía de María Zambrano es de imprescindible importancia. Sobre el corazón existen varios tratados de los
 
que podemos citar aquí solo dos para darnos una idea de lo que Zambrano quiere
 
expresar cuando habla del corazón, su figura y su alcances. Estos dos han sido
 
titulados de una misma manera por la filósofa como: “La metáfora del corazón”.
 
El primero lo ubicamos dentro del libro Hacia
 
un saber sobre el alma y corresponde al artículo escrito por Zambrano para
 
la revista Orígenes en 1944 y el
 
segundo que encontramos en el capítulo V del libro Claros del bosque publicado en 1987. Diremos que estos tratados
 
sobre el corazón antes mencionados y otros más sobre el tema, nos revelan la
 
gran importancia que nuestra filósofa concede a esta realidad humana tan
 
importante e indescriptible que solo la metáfora la auxilia en el empeño de
 
transmitirla.

[18] Zambrano, Los bienaventurados, 44.

[19] Véase página 21.

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