Cuando era niño y esperaba viniera la mañana del día de los reyes magos resonaba siempre en mi aquel: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?” (Mt. 2,2) dicho seguramente por uno de estos de quienes se dice tanto, se cree otro tanto más e igual se argumenta en contra. Aquella pregunta reafirmaba aun más lo que había quedado claro en las ya casi terminadas fiestas navideñas: el nacido es rey, y rey poderoso; buscado y defendido. Manifiesto y misterioso. No obstante como éste, también los “santos reyes” nos visitaban de noche, en el silencio, alimentando nuestra inocencia.
“…también los ‘santos reyes’ nos visitaban de noche, en el silencio, alimentando nuestra inocencia.”
La búsqueda del nuevo rey por parte de los sabios de oriente es sin duda el “particular” más importante del evento, independientemente de tu ser cristiano. No me interesa si practicas o no, si tienes tus reservas con la jerarquía o no, si te resulta mejor para la época manifestarte católico o no. Te repito, la búsqueda de los magos prolongada en su humilde pregunta es pieza clave de nuestra humanización. De nuestra divinización.
En tierras mexicanas el otoño de 1939, la filósofa española María Zambrano (1904-1991) abrió su -tan mítico como central- tratado Filosofía y poesía escribiendo:
“A pesar de que, en algunos mortales afortunados, poesía y pensamiento hayan podido darse al mismo tiempo y paralelamente, a pesar de que en otros más afortunados todavía, poesía e pensamiento hayan podido trabarse en una sola forma expresiva, la verdad es que pensamiento y poesía se enfrentan con toda gravedad a lo largo de nuestra cultura. Cada una de ellas quiere para sí eternamente el alma donde anida. Cada una de ellas quiere para sí eternamente el alma donde anida. Y su doble tirón puede ser la causa de algunas vocaciones mal logradas y de mucha angustia sin término anegada en la esterilidad” (María Zambrano, Filosofía y poesía. 1939).
El pequeño tratado, después convertido en libro incluso para sorpresa de la autora, es hasta el día de hoy uno de los mejores en el ámbito de la promoción y defensa de la unidad del pensamiento y el sentir, que en términos más de la filósofa malagueña se debe entender entre pensamiento (filosofía) y vida (poesía). Con todo derecho y permiso podemos decir también fe y razón. En sintéticos argumentos expone la disociación trágica que estas dos realidades del hombre; las llama “formas de la palabra”, hablando del reinado de la primera y la exclusión humillante de la segunda. De la legitimidad y seriedad positiva del pensar para el ámbito de lo científico como la rebeldía y sospecha de la ciencia para con la creación poética. Pero lejos de sólo plantear la lucha entre estas “que pelean por querer para sí eternamente el alma donde anida” también Zambrano traza varias líneas de solución para lograr esta reintegración y unidad pues, desde su pensar, las dos brotan de la misma raíz medular del hombre, y esto se compraba con la necesidad imprescindible que tienen de la palabra para su expresión.
Resulta claro que filosofía y poesía son los símbolos que Zambrano usa para hablar de la ciencia y la fe. Su filosofía nace dentro de su cristianismo y pareciera servirlo a él. El hombre integral es aquel que se logra en la unidad de estas dos potencialidades humanas. Según Zambrano si el cristiano ha llegado a asimilar bien la realidad de la Encarnación de su Dios, es el más capacitado para lograrse como hombre, porque tiene en germen la verdad de su ser y estar (qué y para qué) en este mundo. Está marcado por la sed de búsqueda de sí mismo que sólo en ese Dios encarnado puede encontrar. Precisamente porque en esa realidad humana y divina, ahí y sólo ahí, se encuentra la realidad humana y divina que posee, que le fue compartida, que le ha sido encomendado descubrirla.
Los magos de oriente (del griego: μάγος, científico oriental) emprendieron esa búsqueda con un punto de partida científico, eso es innegable. No podríamos argumentar diciendo que su travesía tuvo inicio en la inquietud religiosa dada su idiosincrasia lejanísima de las profecías y esparzas de Israel, que en cambio, como comunidad, sí es el símbolo de una “búsqueda” del aquel que les fue prometido. Pero búsqueda pasiva, expectante, que poco o nada reclamaba un empuje humano al encuentro. Vemos a estos sabios salir de sus tierras motivados por el fenómeno de la estrella, astrología pura, sabiduría adquirida y desarrollada, ciencia pues.
Debe sorprendernos la capacidad de lectura de estos personajes, su virginal cálculo e incontaminado de la religión de la época y sin mengua de fanatismo, ni científico ni devoto. Su ansia de conocimiento, del conocimiento verdadero que integra el hombre y sacia verdaderamente el ansia de la existencia. Su búsqueda incansable que los lleva a sobrepasar los límites geográficos, culturales y religiosos. Porque, pertenecían a esa estirpe selecta de hombres que tienen como religión y cielo, el alcanzar la Verdad, sea cual sea. Zambrano en otro lugar de su obra filosófica los llamaría “bienaventurados”.
Dejando de lado la crítica exegética que tiene de suyo el evento evangélico, es de admirar que no obstante el prodigio de la estrella que guio sus pasos, sobresale la nota hermenéutica que viene propuesta y que versa sobre el límite de la ciencia humana y consentimiento pacífico del dejar involucrarse a la fe en esa búsqueda. La pregunta: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?” es precisa y claramente el evidente límite de la razón y del coraje humano. Del valor y del ansia de trascendencia. Es de igual modo la apertura a la ciencia divina que viene dada y revelada en medidas que no nos compete determinar a nosotros. Es el grito humano del ansia de su Dios para que este lo acoja, le revele, lo instruya. Es el momento en que se debe reconocer que “donde el Sol está, no tienen ya luz las estrellas” (Himno litúrgico de la Epifanía). Es el momento de entregar sin fijarse lo realizado y dejar que sea Dios que termine de indicar el camino.
La escena tradicional de los magos postrados ante un niño indefenso es perfecta para hacer plástica la escena humana de la búsqueda de la Verdad: la razón que da paso, postrándose, habiendo hecho todo a sus posibilidades, a la fe, a lo dado en la luz de la revelación. Es un inclinarse, no sometida, sino reverente. No esclava ni minimizada, sino encontrada y reconstruida. “Y cayendo de rodillas lo adoraron” dice el texto evangélico para manifestar el rol de cada uno en la escena y para poner de manifiesto que la nueva lógica del nuevo Dios habría de ser inédita: lo grande se esconde y lo poderoso se abaja, la luz se hace tiniebla y la tiniebla revela la luz. La ciencia resplandece con la luz de la fe y el amor divino se hace logos pero
“la verdad quieta, hermenéutica, todavía no la recibe… En el principio era el logos (Jn 1,1). Si pero… el logos se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad” . (Filosofía y poesía, 1939).
Unió el pensar y el amar, filosofía y poesía como formas de la palabra, las hizo una sola cosa. Se hizo hombre.
“… y cayendo de rodillas lo adoraron”
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