"¿El Espíritu Santo nació o no nació?"
Para responder a esta pregunta algo extraña quiero presentarles a un personaje histórico que no es en realidad muy conocido, su nombre es Nicetas de Remesiana, un obispo católico que vivió a finales del siglo IV y a inicios del V de nuestra era (+420). Vivió y ejerció su ministerio pastoral en un poblado algo pequeño de la actual Serbia, el poblado era conocido como Remesiana, ahora y desde la llegada de los turcos es llamada Mustafa Bela Palanka (Ciudad Blanca).
Este obispo escribió muy poco, solo algunos sermones y tratados para instruir a los fieles que le habían sido encomendados. Escribe de una manera sencilla, clara y breve, a decir del historiador Casiodoro (487-583).
Después de haber escrito sobre la gran belleza del bautismo afirma que
“una vez que los hombres han sido regenerados mediante la fe y han sido santificados en conformidad al Evangelio en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, por esta profesión pueden conseguir el Reino de los cielos"
Así es como inicia el sermón llamado La instrucción sobre la fe trinitaria.
En este pequeño texto el obispo catequista empieza a explicar con mucha serenidad lo que él mismo profesa y cree firmemente sobre el Padre y el Hijo, y cuando llega el momento de hablar de la tercera persona lo aborda de la siguiente manera (explicando a personas que eran poco instruidas y que muchos de ellas además venían del paganismo):
“Me queda ahora hablar, de la forma más propicia la comprensión de ustedes, aquello que yo pienso de la Tercera Persona, es decir, del Espíritu Santo, pues se que muchos sobre este argumento tienen grandes dudas y aún más graves. Aún y cuando sea temerario hacer objeto de discusión aquél que -según lo hemos aprendido del Señor- confesamos en el bautismo asociándolo en la profesión del fe al Padre y al Hijo. Y aún más debo responder a tantos que tienen opiniones tan raras y a quien me pregunta sobre este argumento puntualizaciones concretas. Responderé como se debe, sin tomar otros argumentos, es decir, fuera de la Sagrada Escritura”
En esto, Nicetas se demuestra como un verdadero escritor que sigue la doctrina enseñada por la Grande Iglesia (así se llamaba a la Iglesia entera, las dos vertientes que conocemos ahora Católica Romana y la Ortodoxa oriental); todos los que conocemos como Padres de la Iglesia no se alejan jamás de la Sagrada Escritura para explicar, profundizar, embellecer la verdad que predicaban.
Continúa Nicetas:
“Es propio de la naturaleza humana, librarse con dificultad y esfuerzo de las opiniones que nos han insinuado las charlatanerías malvadas que nos han susurrado malignamente a nombre de personas buenas, o de las falsas noticias que prejuician el conocimiento de la verdad, y también cuando quien nos informa sobre la realidad de los hechos es digno de ser creído. Y tengo razón para creer que lo mismo sucederá a tantos, prevenidos por la exégesis perversa de ciertos doctores los cuales haciendo del Espíritu Santo una criatura, tratado como siervo o esclavo”
La fórmula del símbolo (Credo) ratificada por El Sínodo de Nicea declara:
“Y creemos también en el Espíritu Santo”. Esto bastaba entonces a los fieles, porque todavía no se elevaban las preguntas y los debates sobre el Espíritu Santo. Ojalá hubieran hecho así aquellos que enseguida agitaron la polémica, continuando en simplicidad a creer según la tradición en el Espíritu Santo, uniéndolo al Padre y al Hijo. Ojalá hubieran hecho así, por ejemplo, los Macedonianos y cuantos siguieron su curiosidades! Ellos de hecho se pusieron a elucubrar sobre las cualidades propias, sobre el orígen y sobre la grandeza del Espíritu Santo, si es nacido o creado, y así no han hecho más que dividir al pueblo fiel, provocando en la Iglesia -como dice el Apóstol- interminables preguntas.
¿No deberían honorarlo con el Padre y con Hijo, una vez que lo creían santo, por naturaleza santo? ¿Porqué igualarlo a las criaturas? Pero ellos no se contentan con esto, y proponiendo otras cuestiones, con tortuosas preguntas no hacen más que despojar de la fe a quien cree con simplicidad. No hay ninguna duda, además -creo todos estén de acuerdo- que una perversa cuestión logre hacer blasfemar a un hombre incauto sin que se de cuenta en el bordo del precipicio de la blasfemia. Por eso Pablo advertía: “Estén atentos que nadie los engañe con su filosofía y con giros vacios”.
Por eso rebeldes al Espíritu Santo, se preguntan: ¿El Espíritu Santo nació o no nació? Es un lazo doble, se puede estirar a derecha o a izquierda, y de cualquier lado que estires el lazo quedarás atrapado. Si respondes que nació, te dirá: entonces, el Hijo de Dios no es unigénito, pues ya que hay otro nacido del Padre. Y si respondes que no ha nacido, te dirá: Entonces hay otro Padre no engendrado, no hay entonces “un solo Dios Padre del cual todo proviene”. Pero tirando de uno u otro lado te quitará la posibilidad de responder, haciéndote ir directamente aparentemente la vía recta, te hará caer en la fosa de esta conclusión: “Si entonces no nació del Padre ni es como El ingendrado, no queda otra vía, llamar el Espíritu Santo una criatura”.
Esto es digamos lo que los estudiosos llaman el status quaestionis, es decir, la exposición del tema que se va a tratar. Y aunque parezca demasiado, era necesario en ese tiempo, pues acababan de pasar cuarenta años, cundo el Concilio de Nicea, en el 325 había definido el primer símbolo de fe cristiana, es decir la parte central de nuestro actual Credo. Y Nicetas como todos los padres ortodoxos, es decir, fieles a la fe recta, expone la fe contra todos los que se desviaban de la misma por no instruirse bien.
SOLO LA SANTA ESCRITURA NOS REVELA LO QUE ES PROPIO DEL ESPÍRITU SANTO
¿Qué será ahora de la fe eclesial, metida así en este dilema estrecho? ¿Seguirá la vía tortuosa de la filosofía, y abandonará aquella de la Sagrada Escritura, sea del Antiguo Testamento, creyendo, contra todas las convicciones allí expresadas, que el Espíritu Santo de Dios sea una creatura?
Será mejor entonces, a despecho de todas las vías racionales sin salida que nos proponen las cuestiones humanas, anclarnos a la autoridad del Señor, que en el Evangelio efectivamente dice de donde procede el Espíritu Santo. Fue El quien dijo a los Apóstoles: “Yo les mandaré desde el Padre el Espíritu de la verdad” (Jn. 15, 26), pero de esta expresión no vienes a conocer de donde sea el E. S., si quieres saberlo, escucha sus mismas palabras: “Él procede del Padre” (Jn.1 15, 26). ¿Entonces qué hacemos queridos hermanos? ¿Escucharemos a Cristo o a los hombres?
Y Nicetas continúa el argumento demostrando que en la Sagrada Escritura no se expresa jamás que el Espíritu Santo haya sido creado. Y entre las afirmaciones que explica el santo obispo, siempre provenientes de la Sagrada Escritura, sobre el E.S. son: El Espíritu Santo creador no es siervo sino Señor. El Espíritu Santo de la verdad procede personalmente del Padre, y su atributo es la santificación. La naturaleza del Espíritu viene revelada por sus obras. El Espíritu Santo es Dios creador y santificador. El Espíritu Creador es distinto del Verbo. La vida proviene de las tres Personas. El Espíritu Santo conoce y se revela junto al Padre y al Hijo. El Espíritu está presente con Cristo y con el Padre en el hombre y en el cosmos. El Espíritu Santo juez con el Hijo y con el Padre. El Espíritu Santo es bueno como el Padre y el Hijo. El Espíritu Santo es paráclito como el Padre y como el Hijo.
Sobre esto último Nicetas es explica de esta manera y me parece justo exponerlo por las curiosidades que pueda provocar al lector moderno ya que nosotros estamos más acostumbrados a llamar Paráclito solo al Espíritu Santo:
“De hecho el mismo Señor cuando dice a los Apóstoles que a ellos: El Padre dará otro Paráclito”, indudablemente, mientras llama el “otro Paráclito”, declara también así mismo Paráclito. Pero este nombre de Paráclito también pertenece al Padre, en cuanto que denota no la esencia sino la acción benéfica. Pablo escribe a los Corintios. “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, que siempre nos consuela” y este texto en griego es: καὶ θεος πὰσες παρακλέσεος. No obstante que el Padre sea llamado consolador, consolador el Hijo y consolar el Espíritu Santo, todavía la consolación emana de la Trinidad, fuente única, como única es el perdón de los pecados de lo que el Apóstol afirma: “Han sido lavados, han sido santificados, han sido justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios”(2 Cor. 6, 11).
Quizás esto sea algo técnico, pero aun en la atmósfera de la celebración el Pentecostés, es necesario que profundicemos más en la grandeza de esta divina Persona; una en divinidad, eternidad y santidad con el Padre y con el Hijo, razón y centro de nuestra fe.
Imágenes antiguas de Nicetas de Remesiana , Obispo.
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