“El martirio posee en grado máximo el elemento voluntario de la acción humana”.
¿Tiene el martirio el mismo valor cuando es una experiencia que se busca?
Nicolás Tavelic (Croacia, 1340-1391), misionando en Tierra Santa dentro de un clima de paz y serenidad, sintiéndose movido por el deseo de San Francisco de Asís -siempre actual y desafiante- de ganar almas para el cielo, ideó un plan demasiado audaz para su tiempo y arriesgado para su entorno: anunciar públicamente la fe cristiana en medio a los musulmanes que poseían en ese tiempo la ciudad de Jerusalén. No obstante el peligro, convenció a otros tres intrépidos como él y emprendieron la empresa. Advertidos de la ofensa pública que eso implicaba a la religión de Mahoma y eclipsado del todo su mensaje pacífico de amor cristiano, fueron obligados retractarse. Obstinados en lo predicado, los sometieron por tres días a impensables torturas y a la muerte por medio del fuego, que terminó con sus vidas y con sus restos mortales. Casi seis siglos después la Iglesia los canonizó.
El martirio como uno de los valores supremos del cristianismo desde siempre ha sido entendido como una suerte de fin para ciertos y muy seleccionados espíritus capaces de afrontarlo. Pero, ¿buscarlo no obstante la advertencia del peligro de muerte? La incógnita se intensifica cuando se tiene también como valor supremo la vida y su defensa. La búsqueda de la muerte por sí misma es su contradicción. El sufrimiento por el sufrimiento es masoquismo. El riesgo buscado por sí mismo es locura. Detrás del heroico acto de fe de Fray Nicolás, está el sentir originario que impulsó, que marcó camino y determinó su historia: la predicación del amor que tiene en sí misma la fe cristiana y la necesidad de su reconocimiento.
La búsqueda y promoción del Reino con la certeza terrena de su construcción, es el valor supremo que movió a estos hombres valientes a no intimidarse ante la “añadidura” a dicha búsqueda -una carga fuerte de adrenalina aceptada-, aunque fuese un fin desventurado y trágico como solemos entender la muerte. La tragedia –como apuntaría el gran Nietzsche- descubre las verdades más insospechadas y hace nacer las auroras más resplandecientes de la vida humana.
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