XXXI aniversario de los mártires de la UCA, de El Salvador.
El 16 de noviembre de 1989, fue asesinada la comunidad de sacerdotes jesuitas y dos colaboradoras, de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, de El Salvador, tierra de mártires; hombres y mujeres víctimas de la injusticia y testigos de la verdad.
Cuando nos referimos al martirio, nos vamos a la historia de las persecuciones de cristianos, en los siglos primeros de la Iglesia. Cristianos que se identifican con Cristo que da la vida, en un estricto seguimiento del Señor, muchas veces como un signo de resistencia frente a los “dioses” del mundo, como expresión de una absoluta libertad frente a los poderes absolutos. Era mártir quien moría víctima por "odio a la fe". No podemos olvidar que el martirio es una gracia, de asumir la cruz de Cristo, con la plena confianza en la esperanza de la resurrección.
Durante los casi 30 años que duró el conflicto armado, con el testimonio de una Iglesia encarnada desde el ministerio de Monseñor Romero, nuestro santo centroamericano, pastor, profeta y mártir…La Iglesia salvadoreña apostó, por historizar el evangelio en sus opciones. Y se implicó en una transformación de la sociedad desde la mirada del Reino de Dios.
El evangelio empezó a leerse en clave de interpretar los signos de los tiempos, y la esperanza se generó desde opciones proféticas. En esos momentos la UCA se convierte en un faro de luz, de denuncia y de propuestas para cambiar un sistema de muerte, desaparecidos, asesinatos, hambre, dolor…La fe se mira desde la búsqueda de la justicia.
¿Por qué los asesinaron? Al estilo de Jesús, por poner a la luz el pecado estructural, por defender a los pobres, el pecado que provoca egoísmo y que los intereses de unos pocos, pasen por encima de la dignidad de otros. Pero sobre por identificarse con el amor de Jesús, con sus sentimientos de compasión, es interesante porque se genera una imitación creativa respondiendo a la realidad de la época. En una acción de anonadamiento personal, a la vez contradictoriamente, estas víctimas, generan más cristianos desde su testimonio, generan y hacen Iglesia, hay toda una dimensión sacramental.
Mártires en el sentido popular, Monseñor Romero decía:
"Son mártires en el sentido popular, naturalmente. Yo no me estoy metiendo en el sentido canónico, donde ser mártir supone un proceso de la suprema autoridad de la Iglesia que lo proclame mártir ante la Iglesia Universal”.
Se refiere sobre todo a los verdaderamente justos, a los cristianos comprometidos, que se les asesina, que se les roba la vida.
22 días antes del bautismo de sangre de San Óscar Romero, volvió a referirse a esta denominación del martirio:
“Ellos, desde el Reino que los perfecciona en el amor, siguen amando las mismas causas por las cuales murieron. Lo cual quiere decir que en El Salvador esta fuerza liberadora no solo cuenta con los que van quedando vivos, sino que cuenta con todos aquellos que los han querido matar y que están más presentes que antes en este proceso del pueblo".
La comunidad de los padres jesuitas, Elba y Celina, representan a tantos hombres y mujeres, religiosas, catequistas, delegados de la Palabra, que son fueron perseguidos en América Latina, por denunciar el atropello de los derechos humanos de los gobiernos dictatoriales. Ellos usaban el arma de la verdad, y la fuerza de la razón, y acompañaban las luchas y esperanzas del pueblo por su liberación. Se dejaron conmover por el dolor, uno de los mártires Ignacio Ellacuría (rector de la UCA), con dolor veía como el Gobierno trataba a los pobres como despojos: "estos despojos, en cuanto son llenos del Espíritu y buscan no su instalación personal en el banquete de este mundo, sino la desaparición de las condiciones reales del despojo violento, son el verdadero pueblo que, movido por el Espíritu de Cristo, puede llevar adelante la salvación histórica y con ella la liberación".
La UCA se convirtió en los años 80 en un refugio de pensamiento, donde el análisis de la realidad, volcaba las masas positivamente y concretizaba de todo lo que sucedía. Los jesuitas criticaban constructivamente y eran propositivos desde la óptica del Bien Común de la Doctrina Social de la Iglesia.
“No fueron asesinados por sus ideas sino por su compromiso personal con la causa de los pobres”,
como indicaba el P. José Tojeira, SJ (provincial en esa época de la Compañía en Centroamérica).
Su servicio al pueblo era el rigor intelectual. La dimensión política de su reflexión no era inmiscuirse ideológicamente sino todo un servir a un conjunto social que podía, ser purificado desde el Evangelio.
“Felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios”
Mt 5,9.
Y por ello ponían la universidad al servicio sistemático de la paz, de la justicia y de los derechos humanos. En los jesuitas de la UCA, urgía una pasión por la verdad de la realidad, para la “mayor Gloria de Dios”.
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