
“Esa ‘suficiencia’ en el desapego se me fue revelando necesaria y urgente”
Cuando llegué a la tierra donde (aún) me encuentro ahora, ya lo describí con dolor una vez y lo hice palabras: “Era todo tan extraño y amenazante a la vez. Me sentí indefenso”. Era no sentir ya aquel que conocía de mí. La emoción de saberme ya ahí no ayudaba mucho. Apenas llegado todo era algarabía y novedad, era fascinación de la mano del comparar.
Fueron días a este ritmo, de caminar sin rumbos fijos porque lo nuevo no necesita dirección, simplemente nos atrapa con su inexplicable envolver. Sentía que mis ojos no podían asimilar tanta belleza y perfección al mirar hacia lo alto, y no me refiero los cielos de las tardes fascinantemente azules sin interrupción de nubes, sino a las alturas impuestas por los techos de las iglesias aquellas que conocía ya desde la teoría antes de llegar. Sentía se me dilataban las pupilas ante la imposibilidad de concebir tanta simetría. Lo mismo le ocurría al lente de mi cámara fotográfica que, aunque sofisticada, la sentía estremecer a cada disparo que le ordenaba como temerosa de robar un terrón de belleza aquello que seguramente –como yo- jamás imaginó contemplar, mucho menos eternizar. Eso fui aprendiendo desde el principio: una mirada acá posee la potencia de convertirse en un instante en cuadro de belleza sin límites para ir a la eternidad. Mi memoria hoy está llena de esos instantes de eternidad y de esas pizcas de cielo que aguardan para ser tocados.
Cuando hube llegado a mi primer residencia en aquella tierra ajena, vino a menos inmediatamente aquella algarabía. Fue el primer instante de oscuridad. Cuando se cerró aquella puerta llegó a mi mente algo que recuerdo dijo todo mi cuerpo: “creo que no fue la mejor decisión venir”. Tales palabras, como cita textual del alma, las llevé a alguien que sabía, metería claridad a tal momento tan oscuro. “Yo creo, fue la mejor decisión de tu vida”, me respondió desde el teléfono aquella persona que forma parte de aquel grupo de los que aún hoy permanecen en la espera con la alegría de saber que vuelvo, y este volver que tiene sabor a un jamás me fui.
Pronto, aún sin estar ya en el lugar que me vería vivir tres años de mi vida, al menos en un primer proyecto, me percaté de la dificultad de eso que ya venía escuchando de tiempo atrás resumido con la palabra interculturalidad.
Creo la esencia de la propia tierra se revela cuando, ante el que es diverso a ti se muestra consciente o inconscientemente como tal.
Recuerdo como día memorable aquel 29 de agosto, mi primera misa celebrada en otra lengua, curiosamente en la misma fecha en la que 4 años atrás había celebrado en mi tierra la primera en medio de mi gente; suceso alegre de mi vida que aún recuerdo y me estremece y que pareciera escucho aquellas voces infantiles a coro y por largo tiempo de deleite seguían tan presentes. Ese día, a diferencia de aquella otra celebración, fue entre gente desconocida, breve y sin decir casi nada de palabra, en una iglesia casi vacía. ¿Aquella otra?, todo el contrario a esta letanía que he traído a mi memoria aún con una especie de dolor confuso. ¡Ah!, la conjetura de las fechas la expresé a algunos que estaban por ahí, y no, no fue ciertamente el idioma que apenas comenzaba a intentar hablarlo, sino que simplemente a nadie le importó. Al momento comprendí que no me había ido lo suficiente de aquella mi tierra y de aquellos –personas y recuerdos-cercanos a mí. Esa “suficiencia” en el desapego se me fue revelando necesaria y urgente. Debía invertir un poco más de fuerza a hacer disminuir la importancia de las vidas que habían quedado allá y poner más atención a las vidas posibles para mí acá
Comencé a sentir consideración por las cosas más simples de mi cultura y tradiciones. Admito que la mayoría de las veces era en defensa propia de ataques que probablemente yo me fabricaba en el escenario de batalla que monta el sentirse amenazado o contradicho. Sin hablar mi lengua, sin las formas de toda la vida y con la terrible certeza creciendo a pasos grandes de que ya todo aquello contaba poco, o contaba nada, fui ubicándome en una realidad totalmente nueva. Hay tierras que hicieron surgir ciudades a manera de jardines donde vienen a ser plantadas tantas formas de vida, tan diversas que, con vida brotada del mismo suelo, se alimentan de diversos nutrientes y con diversos papeles en su existir, todas manifiestan un solo don que es el de la multiplicidad.
Ahora me brota fácil el recuerdo pero con él viene unido también el sentimiento confuso –todavía aun imposible de describir- que creo sea el mismo sentimiento que me hace plasmar aquella experiencia ahora por escrito, para darle vida por las letras y un poco de eternidad al ser leídas. Para deshumillarlo de su silencio. Para salvarlo en la luz del compartirlo.
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