"Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora:
lo comprenderás más tarde"
Jr, 1, 4-8; Sal 27; 1Tim4, 11-15; Jn 13, 2-20.
(Texto completo predicado en la solemne celebración del Cantamisa del Padre Leonardo Daniel Áceves Ayala)
Rev. Padre José Sánchez, Párroco de esta parroquia de la Inmaculada Concepción.
Estimados hermanos neo sacerdotes, hermanos religiosos,
Queridos padres y familiares de nuestro padre Leonardo, pueblo de Sayula…
Y en especial; muy querido Padre Leonardo, a todos los saludo con el saludo franciscano de:
¡Paz y bien!.
Reunidos todos como estamos, iluminados ya con la Palabra de Dios y vinculados con el mismo sentir de la alegría por el don del sacerdocio del Padre Leo, dicha alegría que desde el día de ayer se viene haciendo manifiesta en la expresión popular de esta comunidad eclesial bajo la protección de San Miguelito a quien venera y celebra, con sincera devoción alegre, invito a todos a unirnos a la acción de gracias a Dios Padre de misericordia que en esta ocasión especialísima nos viene encabezada por este a quien tenemos como hijo de esta comunidad, familiar de sangre y amigo entrañable de años: Leo, quien hoy lo vemos convertido en sacerdote y ministro de Cristo para su Iglesia. Padre Leonardo, agradezco de corazón la encomienda de ser yo el guía de este momento importante y memorial de tu primera misa solemne en su tierra, en tu barrio y entre ustedes los tuyos. Sean mis palabras alabanza a Dios y un homenaje fraterno hacia tu persona.
Nuestra tradición mexicana nos mueve a celebrar la alegría del sacerdocio. Nuestro pueblo desde tiempos memoriales ha tenido como costumbre sagrada y tradición inamovible el que el recién ordenado celebre por primera vez el sacrificio eucarístico en el lugar de sus orígenes: en la propia tierra y entre su gente. Todos los que aquí participamos del sacerdocio ministerial fuimos a nuestros lugares de origen a celebrar este gran don recibido. Estoy seguro esta memoria es una de las más preciadas y siempre presentes en nuestras vidas.
La tradición del Cantamisa, aparte de ser bella, es sabia, porque toca una gran verdad de nuestro ser. No es un momento festivo para devolver a los nuestros lo que tanto nos dieron generosamente durante el largo camino de la formación, ni solo compartir la alegría con los que amamos. La celebración de la eucaristía por primera vez, para el sacerdote que la encabeza, no es en nuestro lugar más amado, ni en los espacios sagrados que nos resultan más gratos según nuestra sensibilidad, ni mucho menos en las iglesias que nos inspiran más devoción. No. La regla a respetar es celebrarla en nuestro lugar de nacimiento; donde crecimos y desde donde Dios nos tomó para Él. La tradición del “cantar-misa” es más que devoción y empatía por un lugar sagrado. Es, más bien, un reencuentro con lo que somos, un volver a donde surgimos. Un regresar -con sabor a reinicio- al punto sagrado de donde partimos a la vida y al perseguir la vocación.
Padre Leo, has escuchado hace un momento –y nosotros junto contigo- el resonar de las amorosas palabras de nuestro Padre Dios en la afirmación que ha revelado al profeta Jeremías: “Yo te conozco” (Jr, 1,5). Palabras que seguramente nos pertenecen a todos y cada uno de los que estamos aquí presentes, pues te conocemos, sabemos de tus capacidades, de tus limitaciones y del gran amor que Dios te ha dado en tu caminar en la vocación. Tus padres, tus hermanos, tus paisanos, tus compañeros de generación, tus amigos, la gente a la que sirves, todos ¡te conocemos! ¡Dios ha hablado por todos nosotros!, ¡su Palabra también es nuestra palabra!.
La capacidad de conocer es uno de los dones más grandes que Dios nos ha dado; es la posibilidad de entrar en la verdad de los otros, en la intimidad de sus personas. Hoy en día tristemente este conocer se ha limitado solo a la imagen, a la opinión de los otros, y estas muchas veces sometidas a la empatía o antipatía natural en las relaciones humanas. Por eso juzgamos a las personas, por eso catalogamos en grupos y de ahí que vivamos más de lo que nos diferencia que de aquello que nos une.
Conocer como Dios conoce, es tener una visión lejos de una definición; una visión de completa aceptación de las luces y las sombras, de las riquezas y pobrezas de aquel que camina conmigo: como Dios a Jeremías, que antes de que este argumentara, Él ya sabía de su incapacidad de expresarse y de su juventud (cfr. Jr 1, 4-10) porque ante estas limitaciones Dios ya veía en él una boca sabia, que fuera el origen de palabras sabias, para un pueblo hambriento de sabiduría. Dios conocía al Jeremías joven e inexperto, como al profeta e iniciador de una nueva era. Así es como conoce Dios: ni la limitación eclipsa la grandeza, ni la grandeza niega la debilidad.
Estamos contigo en este momento especial de tu vida y queremos unirnos a la alegría que te acompaña desde el pasado 27 de diciembre, día en que recibiste la sagrada ordenación sacerdotal, que estoy seguro es una alegría inmensa que se suma a las tantas alegrías que tiene en sí misma tu vida.
Me llena de orgullo haber sido elegido por ti para la predicación de esta tu primera misa, y creo sin presunción, que en gran parte esta elección se debe a mi ser franciscano. Pues como tal destacaré algunos elementos que son para mi bastante reveladores para este momento.
No me parece que sea consecuencial el hecho de haber ejercido tu diaconado y que tu primer destino como sacerdote sean parroquias dedicadas al Seráfico Padre San Francisco. Más bien, lo veo desde una óptica bastante inspiracional para tu caminar vocacional y para el inicio de tu ministerio sacerdotal, dado que en repetidas veces me has confesado tu admiración devoción al pobrecillo de Asís.
Padre Leo, seguramente sabrás que Francisco se opuso rotundamente al acceder a las ordenes sagradas precisamente por su extrema devoción y alta estima al sacerdocio y al sacramento de la eucaristía. Su amor por los misterios del Santo Sacramento del Altar era tanto, que sobre el ejercicio ministerial de los sacerdotes de su tiempo –con bastante qué desear por cierto- expresaba un notable respeto y reverencia al punto de afirmar que si se le manifestara una aparición celestial de algún ángel y a su lado pasase un sacerdote, aunque pecador, diría a aquel esplendente ángel: ‘perdona la interrupción, pero está pasando un sacerdote a mi lado’ y después de atenderlo con su reverencia, proseguiría gozándose aquella manifestación celestial. Atestigua la biografía escrita por Tomás de Celano.
Me agrada la bella conjetura geográfica que reúne este amado y legendario pueblo de Sayula, de indudables orígenes franciscanos, que como en otras ciudades y comunidades han configurado definitivamente su ser, su devoción y su práctica religiosa.
Padre Leo, Jalisco es tierra de vocaciones, jardín de mártires y lugar bendecido por Dios. Con tu “sí” al sacerdocio, estás haciendo valer el esfuerzo tantos que en nuestras tierras entregaron su vida por la causa del evangelio, y no me refiero solo a aquellos y aquellas que padecieron violentamente a causa de la persecución religiosa, sino a tantos y tantas que desgastaron su vida predicando el evangelio e instaurando el reino de Dios en estas tierras, sea como religiosos, como catequistas, como miembros activos de las comunidades.
Y, una de las más destacada es este contexto en el cual se está llevando a cabo –desde ayer- estas celebraciones en torno a tu primera misa, es decir, la devoción al San Miguel Arcángel, a quien el padre San Francisco llamaba “príncipe de la milicia celeste” y al que se sabe por sus documento biográficos, amaba profundamente. Toda esta bella expresión de devoción popular hacia esta tierna imagen del siglo XVII. (refiriéndome a la imagen de San Miguelito)
Padre Leo, sin exagerar, considero que una de las más grandes devociones del Padre San Francisco era sin duda, aquella al Arcángel San Miguel, ya que aconsejaba con toda autoridad a los frailes y a todos los de buena voluntad que:
“cada persona debe ofrecer a Dios algún elogio especial o un regalo en honor del príncipe tan grande”.
Su devoción al Arcángel iba desde la ternura de su protección siempre presente, hasta su efectiva lucha contra el mal. Lo invocaba para crecer en el celo de la lucha por ganar almas, así como para sentenciar las consecuencias para aquellos de sus hermanos que no acataran los principios de vida que habían profesado. De hecho, es importante destacar que el contexto en el que viene estigmatizado en su cuerpo con las heridas de la pasión del Señor en aquel 17 de septiembre de 1224, fue el de la vivencia de una cuaresma espiritual en honor a San Miguel Arcángel.
Pero sin duda una de las experiencias más fuertes y coloridas a la vez en torno al tema del sacerdocio y su devoción, es aquella que narra el pintor Antonio de Torres en su magnífica obra pictórica de 1720 y que se encuentra hasta nuestros días en la sacristía de nuestro convento en Guadalupe Zacatecas. La obra, inspirada en las biografías oficiales, muestra al santo en un coloquio con un ángel, con características muy similares a las de San Miguel, con una redoma (especie de ámpula de cristal) llena de agua limpia en sus manos. El ángel le está describiendo el status de pureza que necesita el alma del sacerdote, su transparencia de espíritu y su capacidad para derramarse en abundancia. Esto como en actitud de querer convencerlo de optar por ser sacerdote de Cristo.
Padre, tú has ya optado por Cristo siendo su sacerdote, y esta decisión la has tomado para siempre y para hacerla operativa lavando los pies (Jn 13, 2-20) a su pueblo, como lo escuchamos en la narración de la Ultima Cena en el evangelio de esta celebración.
Haz que tu vida sacerdotal sea un ejercicio de sanación para su pueblo que necesita ser ungido con la misericordia, con la escucha de su problemática y con la empatía de sus sentires. Lavar los pies a su pueblo, debe ser tu principal objetivo a partir de hoy. Dios te ha conferido mediante el sacerdocio ministerial de su Hijo, el agua limpia de los sacramentos que vas a administrar, para darla a beber a los sedientos del amor de Dios que gusta de hacerse perdidizo en las situaciones de la vida como la pobreza y la marginación. Lugares existenciales de tantos y tantas que desean ya ser lavados de esas lepras con tus propias manos, pero también con tus palabras y con la fuerza de la gracia que fortalecerá tu sacerdocio.
Vive intensamente lo que vas a celebrar, la liturgia es de lo más santo que la Iglesia aún posee, esta adquiere más esplendor, belleza y sentido cuando la celebres entre los más olvidados y entre aquellos que no cuentan para la sociedad de hoy, contaminada de pandemias ya estables de clasismos sociales y de escandalosas diferencias económicas. Usa la liturgia, y permite a la liturgia te use, para crear puentes en las situaciones de división social y en la Iglesia. Para sanar heridas entre los hombres y mujeres que buscan a Dios a su manera, y para hermanar a tantos que han heredado el veneno de Caín y en sus fondos buscan la verdad de la fraternidad verdadera entre los que buscan la Verdad.
Padre Leo, la redoma transparente y limpia de la imagen de Antonio de Torres, metáfora del alma del sacerdote, no hace referencia solo a la pureza moral del siervo de Cristo, sino a esa pureza en miras al servicio generoso y desmedido hacia su Iglesia, a esa “pureza de corazón” que recomienda el evangelio, donde el agua contenida es su símbolo. El que ha sido llamado personalmente por Cristo a trabajar hombro con hombro en su sacerdocio no es perfecto y tal vez, jamás lo será, porque ha elegido al hombre para esta misión, y lo ha elegido porque en el radica la fuerza y el amor que él necesita para seguir manifestándose presente en medio de los hombre y mujeres en este mundo. Si te ves débil en tus fuerzas y frágil en tus capacidades, no olvides que Cristo miró desde el inicio la pureza de tus intenciones y el poder escondido de llevar el agua de su presencia a los sedientos de Él en estos tiempos.
Te deseo un fructífero y feliz ministerio, y que Dios pague tu generosidad.
¡Bienvenido al sacerdocio de Cristo y a las sorpresas que te esperan!
Fr. José Daniel Ramos Rocha OFM
Sayula, Jalisco. 6 enero 2022
Comments