"cuando vivimos distraídos de la consciencia de ser amados por Dios,
nos comportamos de forma egoísta."
Ayer que mediante la predicación –porque también soy sacerdote y tengo feligreses- daba inicio a una semana de ejercicios espirituales con motivo de tiempo de Cuaresma, me asaltó de repente la inquietud de dejar de lado llamada por nuestros frailes antiguos la sancta repetittio tan practicada y valorada por nuestro pueblo cristiano sobre todo en este tiempo entendido siempre de penitencia, recogimiento y sacrificio.
Debo decir que no pocas personas de edad me han dicho que escuchar la misma predicación en cuaresma y en las celebraciones de la semana santa es un verdadero sacrifico, pero que siempre han tomado con espíritu humilde y mucha actitud de paciencia. Al menos mi abuelo paterno siempre me lo decía, refiriéndose a la predicación de los ejercicios de encierro por parte de los frailes franciscanos en nuestra Guadalajara. Más de 50 años de asistencia ininterrumpida le daban autoridad para dicha afirmación llena de profunda devoción y respeto a los grandes predicadores hijos de san Francisco.
Yo, fraile franciscano y sacerdote, predicador por una semana, en tierra extranjera y con la memoria presente de mi abuelo, y con todo el peso de emociones que esto conlleva, decidí tomar otro rumbo al discurso. Estar bajo el pontificado de Francisco invita a eso, invita a venerar la “santa repetición”, pero también invitarla a descansar un poco.
“¿Cómo vivieron los días pasados de carnaval?”, “¿Eran bellos y majestuosos los carros alegóricos de los desfiles dominicales?”, pregunté a todos los feligreses apenas terminé de leer el Evangelio. En realidad fue una pregunta retórica de mi parte, ya que sé, porque me lo han dicho, que el carnaval de Tívoli no es ya el que fue antes.
Después de las respuestas obtenidas, hice referencia al monumental y famoso carnaval de Venecia, el cual siempre llama la atención de todo Italia y de Europa, ya sea por la antigüedad y tradición de sus desfiles como por la majestuosidad de sus carros y vestuarios que lucen con una particularísima elegancia por ser –más que carros- barcas de carnaval, mismas que desfilan por el mítico Canal grande de la ciudad.
De entre las creaciones artísticas exhibidas hubo una que se robó la atención de los asistentes y de los medios de comunicación: una inmensa ballena que se exhibía sofocada por residuos plásticos que salían de su boca lo mismo que estaban adheridos cruelmente a todo su cuerpo. El grito emergente del sufrimiento del planeta manifestado más claramente en el sufrimiento de la fauna, hoy día ha llegado hasta los terrenos del arte y la cultura. No es más un tema de páginas relegadas de los diarios donde se protesta y se pide misericordia para el planeta. Es hoy en día un tema presente en diversos ámbitos.
El eje de guía para la predicación de esta semana lo decidí en apego fiel –más porque me convenció y fascinó el argumento que por obediencia automática al Magisterio- al mensaje del Papa Francisco para esta cuaresma que viene titulado: L’ardente aspettativa della creazione è protesta verso la rivelazione dei figli di Dio, que en nuestra lengua castellana sería: “La creación expectante está aguardando la manifestación de los hijos de Dios”. Este argumento se basa en la afirmación paulina contenida en la Carta a los Romanos del capítulo 8. Me agrada el Papa Francisco en su magisterio cuando se mueve en esta temática “ecológica” (desde mi entender franciscano podría decir: “justicia, paz e integridad de la creación”). Y es que hay que decir que Bergoglio tiene especialización académica en estos rubros, misma que desarrolló bastante durante su gobierno diocesano en Buenos Aires. Aunado a eso está su admiración y amor confeso al Santo de Asís, a quien pidió su nombre para presentarse ante el mundo con su pontificado.
Aunque en días cuaresmales en la víspera de la fiesta de san José (uno de los paréntesis de alegría desbordada en el recorrido cuaresmal), la celebración del primer día abrió con la colecta litúrgica donde se pidió al Creador: “Concedi alla tua Chiesa di cooperare fedelmente al compimento dell’opera di salvezza” (concede a tu Iglesia cooperar fielmente a tu obra de salvación), misma que está en perfecta sincronía con la citación paulina de base del mensaje papal:
“la creación toda gime con dolores de parto”
(Rm 8, 22)
Se admite a todo aquel que se diga cristiano el ser promotor y defensor de la obra de la creación. De igual modo cuando se falte a este compromiso esencial, ser ofensor y culpable por atentar contra Dios mismo quien hizo todo “a su imagen y semejanza” como testimonia el libro del Génesis.
Pude ver en las caras de los que me escuchaban la molestia que quería suscitar cuando les dije que en días pasados circulaba por internet una fotografía que alguien había hecho en un conocido supermercado donde se podía ver un buen número de gajos de mandarina acomodados armónicamente sobre un plato de plástico y cubiertos con una película también del mismo material, con su debida etiqueta y precio de venta. La fotografía iba acompañada del reclamo: “Todo este plástico tardará más de 200 años en deshacerse sólo porque a un flojo no quiso pelar 2 mandarinas”. Los comentarios escritos en la parte baja de la publicación eran de reclamos sobre todo por lo absurdo de un producto así, propiamente promovidos por las grandes cadenas de supermercados de países de régimen mordazmente consumista.
Queriendo crear aún más conciencia –y esa sensación de molestia consciente- traje a colación las sorpresas que últimamente ha dado el clima a la región de Lazio donde nos encontramos en Italia. Los desajustes a los calendarios ancestrales de las estaciones y la escasez o desaparición de ciertos alimentos “selvaggi” (del campo, del cerro o silvestres diríamos en México) tan valorados por ellos en su cocina. Parece que logré mi objetivo y entonces apuntalé a lo que quería aterrizar.
Dice Francisco:
“Si el hombre vive como hijo de dios, si vive como persona redimida (…), y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios, beneficia también a la creación, cooperando en su redención”.
Es decir, quien de verdad vive o intenta vivir como cristiano, más que defender la naturaleza en grupos ecologistas, actúa en lo cotidiano con justicia y vive con la conciencia de los daños posibles a la casa común de todos, quitando toda posible tentación del pensar: “mi pequeña basurita no hace contaminación” o, “todos lo hacen. Uno es ninguno”. Quien de verdad se sabe redimido por el amor del Dios Padre, quien no sólo hizo la casa sino que también la hizo cómoda, providente y bella, sabe expresar esa gratitud con el cuidado y la defensa de dicha casa.
Personalmente siempre he dado razón a la crítica hecha a todo el occidente cristiano, de imprescindibles raíces judías, que desde sus orígenes ha crecido con aquello de: “sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Ejerzan dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra.” (Gn 1,28). Se ha dicho –y con tanta verdad- que tanto judíos como cristianos nos hemos tomado enfermamente en serio eso de “someter” todo lo que la naturaleza es.
Hemos hecho uso desmedido de los recursos y abusado de nuestra supuesta inteligencia para lograr fines individuales –o que benefician sólo a unos cuantos- dañando a los ecosistemas y agrediendo la vida que no tiene voz, o al menos una voz articulada en palabras, como son los animales y las plantas. No hemos pensado en la casa común, independientemente de que sea concebida como obra de Dios o no, de mi Dios o el dios de los otros, o como un acto providente del Creador o, incluso, producto de la sabiduría misma de la naturaleza. Sea cual sea la concepción que tengamos, nuestro planeta es nuestro lugar para habitar hoy y mañana, para ser heredado a los nuestros, que también tienen derecho a gozar de la bondad y la belleza de nuestro mundo y alabar a su Dios, el que quieran tener o al que quieran alabar con las mismas palabras, tal vez liberadas de un lenguaje religioso o aderezadas de éste y “ver que todo es bueno”.
El Papa Francisco señala que cuando no vivimos como redimidos, es decir, distraídos de la consciencia de ser amados por Dios, nos comportamos de forma egoísta llegando a crear y promover –consciente o inconscientemente- actitudes destructivas hacia el prójimo, hacia las criaturas e incluso hacia nosotros mismos. Es ahí donde, por mi bienestar o por el bien que creo necesario para mí, hago que el paraíso se convierta en un desierto como narra el libro del Génesis en su literatura trágica.
Sería necesario reflexionar a conciencia cómo estamos educando a nuestros niños y adolescentes, quienes no son culpables de haber nacido en esta época del mordaz “úsese y tírese”, del uso desmedido de la electricidad dada la abundancia de aparatos electrodomésticos y de uso computacional, de los aires contaminados y de los pocos ríos limpios para pasar un bello día de campo. Tal vez sea necesario cambiar nuestras formas de educar y corregir, y no usar el enfoque personalista e individual cargado de un desconocimiento del respeto al otro.
Enseñar, por ejemplo, que el ahorro de la energía eléctrica no es por no gastar demasiado o por el cuidado económico, sino por justicia y solidaridad al hacer conciencia que esa electricidad desperdiciada podría ser usada por otros para necesidades básicas. Además del concientizar que otros no cuentan con ella. Ante un pequeño que se posa justo al frente de la televisión jamás será lo mismo un: “retírate de ahí porque te hará mal a la vista”, que un: “retírate porque los que estamos presentes no podemos mirar”. Casi siempre el egoísmo es el primer enemigo del respeto y el egoísmo, a mantenerlo o alejarlo, se aprende desde la casa.
Puse de ejemplo a san José, quien sin ser padre biológico de Jesús, lo amó, formó y custodió con gran celo. José es y será siempre modelo de hombre agradecido con Dios por aquello que le fue entregado sin jamás poseerlo o dominarlo, sino al contrario, agradecerlo siempre y custodiarlo. Vemos en él un hombre que emplea su virilidad para defensa de su mujer y de su hijo. Es un justo que afronta posibles consecuencias de obedecer mejor la ley de Dios que la de los hombres. Un padre que sufre en silencio por su hijo perdido por tres días y que se alegra de encontrarlo sano, salvo y destacado entre los grandes doctores de Israel.
Terminé haciendo referencia al santo de Asís, a quien llamo con orgullo y alegría “padre”, mencionando que su distintiva armonía ecológica le venía desde el más profundo centro de su ser humano. Hombre reconciliado y reconciliador, agradecido y promotor de la alabanza a Dios por su providencia. Hombre que elevaba a los otros hombres a la conciencia de Dios y ese Dios que es Padre. Sentí desde el corazón las palabras de la pequeña oración que distribuí en estampitas para guiar el final de la prédica: “Donde haya desesperación, que yo lleve esperanza”.
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