José Daniel Ramos Rocha Pontificia Università Antonianum danyofm28@live.com.mx
La mística
Dice Jenny Haase, de la Universidad Humboldt de Berlín, (J. Haase, María Zambrano y la mística. Leyendo a una filósofa moderna con Santa Teresa de fondo) exponiendo las semejanzas de la escritura zambraniana al lenguaje místico en su estudio “María Zambrano y la mística”, que existen dos elementos particulares que nos permiten hablar propiamente de mística dentro de la obra de Zambrano, estos son: “el uso de términos y símbolos centrales del pensamiento místico” y que “el discurso de Zambrano comparte –sobre todo en la etapa tardía- el modus loquendi de la mística” asegurándonos así que el discurso zambraniano nos ofrece las formas de la mística y comparte los modos de su expresión. Sin embargo, independiente a las consideraciones de tipo semántico, o sea de forma, que el pensamiento de María Zambrano tiene, diremos que podemos encontrar de igual modo algunas consideraciones de fondo, es decir a manera conceptual o de aproximación teórica a lo que se debe entender como lo “místico”. Intentemos ofrecer un acercamiento.
En su libro, hoy en día ya no editado como tal, Los bienaventurados, en uno de los primeros tratados de este aporte de Zambrano donde expone la realidad del exilio como experiencia precisamente al desglosar al sujeto que lo vive al que ella llama “exiliado” y desarrolla el porqué de este apelativo mucho más allá de ser solamente un sujeto adjetivado automático sino por la vivencia, aceptación y promoción de su condición que solo se logra mediante una actitud reflexiva y de cierta “pasividad”, condiciones propiciantes de la “revelación” que le viene y que lo transforma, es decir que lo hace destacar del común del resto de los demás hombres y mujeres y lo lleva a pertenecer a esa “estirpe”. Los define así:
Y aparecen así en ronda, en una especie singular de danza que es a la par quietud, los bienaventurados según nos han sido dados. Hombres sin duda, seres humanos habitantes de nuestro mundo, nuestro mismo mundo y de otro ya a la par; corona de la condición humana que al quedarse solo en lo esencial de ella, en su identidad invulnerable, se aparecen como criaturas de las aguas misteriosas de la creación a salvo de la amenaza del medio y de la desposesión del propio ser. (María Zambrano, Los bienaventurados, 64.)
Para Zambrano entonces, existe el místico, el sujeto como tal que posee la capacidad de trascender a las realidades superiores, a la visión más allá de la física y la metafísica precisamente porque “están a salvo de la desposesión del propio ser”.
Existe una aproximación aún más exacta y útil para considerar en este momento. En su descripción teórica de la realidad del exilio y del exiliado, Zambrano expone que existe un cierto punto alcanzable sólo para algunos de los que han vivido la experiencia de ser exiliados y que así, y sólo así, pueden decir que han sido exiliados ya que poseen la certeza del “exilio logrado”. Dice Zambrano:
“Es ante todo ser creyente ser exiliado (…). Pues, ¿qué es genéricamente ser místico sino este modo de existir en que el ser creyente o el ser del creyente va transformándose todo para sí, para un sí mismo que está siempre más allá?”. (María Zambrano, Los bienaventurados, 43-44.)
De modo que el místico es aquel que transmuta en sus adentros, que aprende a observar para pensar y pensando contempla. Es el ser mismo salvado de “la amenaza del medio”, realidad terrible que somete a las intransigentes reglas de la lógica y sujeta a los sentidos hasta la sumisión de convertirlos en simples proveedores de imágenes del exterior para un servil pragmático conocimiento en cuanto a sus formas y sus relaciones.
El místico es entonces, un ser pensante en cuanto que contempla razonando, pero este pensar el entorno – según Zambrano- no es su estructuración racional que lo esclaviza a la pretensión de poseerlo debido a que lo conoce, sino que contempla mediante esa “activa pasividad” que lo hace también observador de las realidades místicas, es decir, perceptibles mediante las potencias del corazón. En suma, la actitud mística viene a ser la actitud receptiva de la realidad circundante que se expresa y se hace leer e interpretar, el místico entonces es ese que vacía su ser para llenarse a sí mismo con toda intención, “un sí mismo que no es trasunto sino más bien su acabamiento y aun su aniquilación progresiva”. Es este ser pensante y sentiente que se mueve en el espacio amplísimo de los límites del “ser que ya se es y del ser que se busca”, espacio –desde la óptica zambraniana- de revelaciones.
La mística de los lugares
Desde Zambrano, con una simple lectura de su obra, nos salta a la vista esta misticidad cuando la leemos en sus magníficas y detalladas descripciones de algunos de los que fueron sus lugares de vida y del desarrollo su pensamiento. La descripción de tantos lugares que pareciera que a ella se le revelaron y le dijeron cosas que los demás jamás podríamos haber detectado.
Contemplar los campos malagueños pareciera susurrarnos las palabras aquellas: “Ni los aires vuelvan a correr su vuelo. Hondo aljibe del silencio deja correr tu tesoro”, como el andar las calles de Roma nos grita en cada mirada que se expande de repente en un callejón: “ciudad abierta y laberíntica” y al respirar el aire de las montañas veracruzanas en México: “tierra de violetas y volcanes”, como del mismo modo al observar fotografías de los verdes y misteriosos campos de La Pièce sumergida en El Jura francés casi sentir susurrado aquello de: “Saludé a la luz, mas no podía resistirla y me contenté con verla brillar”.
La misma experiencia de vida de nuestra filósofa cristalizada en su expresión poética nos ofrece esta vivencia entre sus líneas. No nos parece ciertamente un gran descubrimiento el saber dentro de la escritura de la filósofa veleña la presencia de este carácter místico, ya que la misma belleza de su prosa y la justa elección de las palabras hace venir a todos nosotros -sus lectores- el gozo que ofrece la palabra en toda su potencia, cuando esta es certera y precisa, profunda y sabrosa, fruto del pensar y del sentir.
Hablar de la misticidad del lugar es ya suponer las categorías precedentes: la física y la metafísica así como las características del sujeto pensante y sentiente, este que como ya dijimos, se mueve dentro del espacio del ser que es y del ser que busca. Dicha búsqueda promovida y guiada bajo las potencias del alma que, desgraciadamente a lo largo de la historia del pensamiento humano –lucha y pronunciamiento de Zambrano en toda su obra filosófica- han sido arrojadas fuera y despreciadas precisamente por no compartir los parámetros de expresión y comprobación de lo que se ha entendido por la racionalidad humana. Tales potencias, en la mente de Zambrano, son necesarias no sólo para percibir en clave mística el mundo que nos rodea sino para el mismo acto de ser racional, es decir humano, hombre integral. De aquí, que la noción de lugar en María Zambrano tenga de suyo este presupuesto místico en toda su obra y que consideramos sea uno de los más grandes y bellos aportes a la filosofía.
Tívoli, Italia.
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