DANIEL RAMOS

26 de may de 20239 min.

Sacerdote del Dios que suda

Actualizado: 27 de may de 2023

Sacerdote del Dios que suda

"Cuida en tu nombre a los que me has dado”

(Texto completo de la homilia pronunciada por Fr. José Daniel Ramos Rocha OFM con ocasíon de la Primera Misa Solemne del Padre Luis Osvaldo Jara Huerta en la Parroquia del Señor Milagroso en Magdalena Jalisco el 25 de mayo de 2023)

Rev. Padre Héctor Torres, Párroco de esta comunidad de Magdalena Jalisco, estimados hermanos sacerdotes vicarios, neo sacerdotes, hermanos religiosos, hermanos sacerdotes concelebrante todos.

Queridos Doña Lourdes, Don Luis; Fr. Elder, Erick, Ruth y Edwin. Pueblo en general de nuestra Magdalena, pero de manera especial; Padre Osvaldo, a todos los presentes, los saludo deseándoles la paz y el bien.

Nuestra tradición mexicana nos mueve a celebrar la alegría del sacerdocio. Nuestro pueblo desde tiempos memoriales ha tenido como costumbre sagrada y tradición inamovible el que el recién ordenado celebre por primera vez el sacrificio eucarístico en el lugar de sus orígenes: en la propia tierra y entre su gente. Todos los que aquí participamos del sacerdocio ministerial fuimos a nuestros lugares de origen a celebrar este gran don recibido. Estoy seguro esta memoria es una de las más preciadas y siempre presentes en nuestras vidas.

La tradición del Cantamisa, aparte de ser bella, es sabia, porque toca una gran verdad de nuestro ser. No es un momento festivo para devolver a los nuestros lo que tanto nos dieron generosamente durante el largo camino de la formación, ni sólo compartir la alegría con los que amamos. La celebración de la eucaristía por primera vez, para el sacerdote que la encabeza, no es en nuestro lugar más amado, ni en los espacios sagrados que nos resultan más gratos según nuestra sensibilidad, ni mucho menos en las iglesias que nos inspiran más devoción. No. La regla a respetar es celebrarla en nuestro lugar de nacimiento; donde crecimos y desde donde Dios nos tomó para Él. La tradición del “cantar-misa” es más que devoción y empatía por un lugar sagrado. Es, más bien, un reencuentro con lo que somos, un volver a donde surgimos. Un regresar -con sabor a reinicio- al punto sagrado de donde partimos a la vida y al perseguir la vocación.

Por eso estamos reunidos aquí, en el lugar donde hemos comenzado a ser cristianos. Aquí, a los pies del Señor Milagroso, que ha sido testigo de cada uno de nuestros pasos en la vida y en la vocación. Que ha recibido nuestras alabanzas en la alegría como nuestras lágrimas en las preocupaciones. Aquí, donde lo hemos adorado verdaderamente en su presencia que se hace sentir real sean en su Sacramento como en su bendita imagen. Donde hemos aprendido las primeras formas de su amor siempre misericordioso y los secretos que nos revela para seguirlo y fascinarnos con el querer estar siempre en su servicio.

Padre Osvaldo, quiero compartirte que hace algunos días, tuve acceso a un documento valiosísimo, que –aunque sabía de su existencia- providencialmente llegó hasta mis manos en estos momentos cercanos al acontecimiento de tu ordenación sacerdotal. Me refiero a un precioso sermón datado en 1785, que dormía pacientemente esperando despertar en el Archivo Histórico Franciscano de la Basílica de Zapopan, y que habría sido escrito por algún predicador franciscano, misionando por estas tierras. El documento viene titulado: Sermón 1° del Ssmo. Xto. Llamado del sudor, que se venera en el pueblo de Magdalena. Cuando lo tuve entre mis manos, pensé en ti, pensé en mí, pensé en todos nuestros paisanos magdalenenses. Y pensé obviamente, al momento importantísimo de tu vida que sería este de la recepción el sacramento del Orden.

Padre Osvaldo, hace 352 años, Dios bendijo a este nuestro pueblo con el portentoso milagro del sudor de sangre de esta bendita imagen; acontecimiento que fue corona y reconocimiento de parte de Dios a la noble labor de evangelización de aquellos eminentes hermanos franciscanos que llenaron del mensaje del evangelio estas tierras. Pero también, la ratificación de su bendición sobre estas y testamento de su permanencia por todas las épocas. Dicho documento dice:

No esperáis sudor copioso, que tuvo, ya sea en ese altar, según nuestras tradiciones o ya sea en el huerto orando, el que con él lavara las manchas, regara nuestras almas y fertilizara los corazones para llevar frutos de virtudes en el jardín de la Iglesia.”

(AHFZ, FONDO: Prov Xal, Sección: Sermones, Año 1785, No. Caja 12. Foja 2)

Padre Osvaldo, seguramente tú como todos nosotros, magdalenenses, escuchaste desde niño las piadosas historias y los singulares detalles del prodigio de este milagro. Como todos nosotros cada septiembre habrás escuchado con emoción las solemnes lecturas del precioso documento civil que da fe de este milagro. Y seguramente te habrás percatado que lo maravilloso de este acontecimiento es que Dios mostró su gran poder divino en lo más simple de lo humano: el hecho del sudar.

Desde una perspectiva anatómica, el factor del sudar es una respuesta de adaptación del cuerpo humano a los distintos cambios de temperatura. Es a la vez: purificación y respiración de los miembros del cuerpo. Es una constatación de estar vivos en este mundo. El sermón del que te hablo está basado en el pasaje evangélico de Lucas 22, 44, que es precisamente el que da testimonio del sudor del Señor, en las horas previas a su pasión. Es este un sudor emblemático, porque al verse mezclado con su sangre preciosa, queda manifestado no sólo su condición humana que atraviesa por una grande tribulación, sino también la figura de su entrega completa en la cruz por todos nosotros: su vida y su muerte, su humanidad y su divinidad.

El testimonio que guarda el documento civil, que se conserva en el archivo histórico de esta parroquia, precisa que la manifestación del milagro -según los testigos- fue, “gotas de sudor color de sangre a lo largo y ancho de su cuerpo”, mostrando así, su espléndida generosidad, siendo un prodigio que no pudo haber pasado desapercibido o perderse en la confusión de la discreción, sino por todo lo contrario, una vez más Dios se mostró a su pueblo grande y generoso, potente y dueño de la persona completa de su Hijo. El sermón continua diciendo:

“ (…) Suda sangre (dice San Ambrosio) para regar y fertilizar nuestros corazones que están áridos y secos con el calor de las culpas. Suda sangre hasta la tierra para clamar mejor que la de Abel, pidiendo para las almas, no justicia, sino misericordia. Suda sangre por todos los poros de su cuerpo (dice San Bernardo) porque algo menor le hubiese parecido poco”

(AHFZ, FONDO: Prov Xal, Sección: Sermones, Año 1785, No. Caja 12. Foja 3)

Padre, es sagrada tradición de nuestro pueblo que la primera misa celebrada por el neo-sacerdote, venga animada por el esquema litúrgico de la Preciosa Sangre del Señor. En este momento que ofrecerás el sacrificio perfecto que es el de la Eucaristía, precisamente en medio de los tuyos, es una momento especial para honrar esta Sangre con la que fuimos salvados y este Sudor con el que fuimos renovados. Por eso con gran jubilo podemos decir, en el sentir de esta bella predica hace más de dos siglos, que desde aquel 29 de septiembre de 1671, nuestro pueblo de Magdalena quedó convertido en un nuevo Getsemaní, esto en virtud del sudor de sangre del Señor.

Padre, quiero unirme al agradecimiento de todo nuestro pueblo por el don de tu sacerdocio, por el don de tu vida –que el día de ayer celebraste-, y la alegría del amor matrimonial de tus padres, que el día de hoy agradecemos a Dios por un aniversario más. Tu ejercicio ministerial ha comenzado lleno de bendiciones y alegrías; es necesario que desde tus comienzos aprendas a mirar todo lo que te acontece como revelaciones, que las cosas pequeñas las veas extraordinarias y las cosas extraordinarias las leas como la voluntad de Dios en tus jornadas.

El Evangelio de esta celebración nos ha recordado, pero de manera especial a ti que estás iniciando el camino del sacerdocio, que fuiste elegido para: “cuidar en su nombre a los que te ha dado” (Jn 7, 11-19). Lo sé, no es este el mejor momento para repetirte lo que en tu formación seguramente te han inculcado: que el ministerio sacerdotal que has recibido por medio de la Iglesia, no es un privilegio, ni un título, ni mucho menos un mejor status social, sino una configuración real y total de tu persona con el Cristo que suda; suda por sus ovejas, por sus apóstoles, por sus discípulos y por sus enemigos, es decir, por todos aquellos que el Padre le ha dado. Suda su propia sangre como gesto de generosidad extrema en el cumplimiento de la misión que el Padre le confió: “que todos se salven”.

Padre Osvaldo, haz recibido el privilegio de colaborar de una forma especial en la salvación de Dios a los hombres, el modelo de colaborador en esta misión es sólo uno: Jesucristo. Su entrega de vida es total, como está llamada a ser tu entrega. Su amor por la humanidad es completo, como tu amor que está llamado a perfeccionarse. Su esfuerzo es pleno, como el pueblo espera que sea tu esfuerzo de cada día.

Corroborarás que cuando pasen las emociones propias de estos días inolvidables de tu vida, vendrá la alegría también de la misión, ésta que se hace acompañar de la prueba y en tantas ocasiones de la dificultad. No olvides jamás tus orígenes, los de la tierra y los vocacionales. En ellos están todas las reformas de tu vida y las mil y un conversiones que el caminar te exija para poder renovar tu ministerio y mantenerlo siempre en la alegría de seguirte sintiendo –como desde el primer día y como en este momento- un elegido predilecto de Él.

Siendo esta bendita imagen de nuestro Señor Milagroso un bello y cierto referente de tus inicios vocacionales (puesto que a sus pies recibiste la catequesis, los sacramentos participaste como joven animoso en la Pastoral Juvenil y en la JUFRA) no dudes en seguir inspirándote en su frágil e imponente figura, como proclama solemnemente el sermón del que te hablo: “la belleza y la ternura de un soberano Dios que suda” y que lo hace para que su “divino rocío fertilice nuestras almas.” Y de igual manera es duro cuando sentencia que:

Pobres de nosotros si en vez de servirnos de (estas) cristalinas aguas para lavar nuestras manchas en el sudor de este Señor no aprovechamos de él esta misericordia expresada”

(AHFZ, FONDO: Prov Xal, Sección: Sermones, Año 1785, No. Caja 12. Foja 3)

Por eso, el ministerio que has recibido ha venido solamente de la misericordia de Dios y estás obligado a retribuirlo con el mismo contracambio, o sea: misericordia infinita. En cada absolución en el confesionario, en cada unción sobre los miembros dolientes de los enfermos, cada palabra de consuelo a los que se sientan perdidos o confundidos cuando sus vidas exageran en el dolor. Cada que ores y ofrezcas tu cansancio por los miembros vacilantes de la Iglesia, entre los cuales siempre los ministros ordenados estamos en riesgo en convertirnos en uno de estos. No lo olvides padre: el sudor de esta bendita imagen es modelo e inspiración de aquel que estamos llamados a derramar en el jardín de la Iglesia. Es el signo que, como hemos escuchado en la primera lectura, debes guardar en tu corazón como tu sello y tu joya” (Cant 8, 6-7), como un distintivo propio y garantía de que “las aguas embravecidas nunca podrán jamás ahogar el amor” (Cant 8, 6-7).

Cada gota de tu sudor por cada fatiga, ofrécela y únela a su pasión, de la misma manera que con una sonrisa sincera y con tu servicio siempre disponible retribuyas cada vaso de agua que las personas te ofrecerán para tus fatigas.

Padre, como sacerdote ya encaminado en este ministerio te digo que, de lo que hemos dejado en el camino, nada nos falta luego. Que aquello a lo que supuestamente se renuncia, es casi sólo una fórmula de marketing de promoción vocacional, ya que al siervo generoso, Dios lo recompensa con premios que ni pudo haberse imaginado, entre estos, la inmensa alegría de trabajar por Él y para Él. Estos momentos, desde el pasado domingo en que recibiste la sagrada ordenación, están ya siendo parte de esta recompensa.

Gesto de limpiar el crisma con que que fue ungido el nuevo sacerdote. Lo realizó su hermano Elder, Fraile Franciscano.

Padre Osvaldo y paisanos todos, el prodigio del milagro con el que el Creador marcó nuestra tierra para siempre hace 352 años, se sigue manifestando, sigue resplandeciendo. Pues su amor hecho sudor de sangre sigue mostrándose en cada una de las vocaciones que han surgido de nuestro pueblo. Su sudor es el testimonio del sudor de tantos y tantas que han edificado nuestra parroquia y nuestro pueblo con el sudor de sus cuerpos. Tantos sacerdotes que han desgastado su vida en este altar. Los incontables catequistas que han formado nuestras conciencias en el amor de Dios y los servidores que han construido con tanto esfuerzo esta comunidad que hoy agradece el don de tu vida y de tu vocación al sacerdocio. Tu respuesta a su servicio es digna de celebrarse como lo estamos haciendo en este momento, porque –como dice el mismo sermón-

“(Nosotros los magdalenenses cómo) podríamos negar, y cómo no confesar que este Señor se ha mostrado con (nosotros) singularmente indulgente. Siempre está pronto para cualquiera que de corazón lo llama en todas partes (mostrándoles) el Señor su misericordia y benignidad.”

(AHFZ, FONDO: Prov Xal, Sección: Sermones, Año 1785, No. Caja 12. Foja 4)

Te invito a unirte a esta asamblea eucarística que hoy dignamente presides con las siguientes alabanzas a nuestro Señor Milagroso que extraje de ese bello testimonio de amor escrito:

O Redentor Dulcísimo! (f. 3)

O Medico enamorado! (f. 3)

Redentor amado en dulzura y suavidad! (f.6)

O Señor crucificado! (f.1 reverso)

O Adorado Dueño de nuestras almas! (f.1 reverso)

Te deseo un fructífero y feliz ministerio, y que Dios siga recompensando tu generosidad.

¡Bienvenido al sacerdocio de Cristo y a las sorpresas que te esperan!

Fr. José Daniel Ramos Rocha OFM

Magdalena, Jalisco. 25 mayo 2023

Parroquia del Señor Milagroso

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